David Oubiña: «El cine de Martel demuestra que lo siniestro está en lo cotidiano»

Docente universitario, ensayista, investigador, crítico y columnista en diversos medios, autor de “Filmología / Ensayos con el cine” (2000, Editorial Manantial) y otras publicaciones, David Oubiña (1964, Buenos Aires) estuvo en la muestra rosarina del BAFICI presentando su libro “Estudio crítico sobre La ciénaga”. Hablamos con él de esta película y de la obra de su directora, Lucrecia Martel.
– ¿De qué trata tu libro?
– Es parte de una colección de libros monográficos sobre películas, no sobre directores. Cada uno incluye un ensayo introductorio y analítico, una entrevista al director, una selección de 5 o 6 reseñas críticas,una ficha técnica y una biofilmografía del director.
– Cuando veíamos en la sala la escena del comienzo de La ciénaga en la que Graciela Borges sufre un accidente, hubo algunas risas. ¿Qué pensás de ese humor negro o muy sutil que maneja Lucrecia Martel en sus películas?
– Creo que tiene una manera muy particular de trabajar lo trágico, que cuando no depende de un destino superior pasa a ser algo absurdo. Entonces eso que se transforma en absurdo es lo que puede provocar risas. En realidad, que algo sea cómico o trágico depende del lugar desde donde uno lo mira. Cuando alguien pisa una cáscara de banana y se cae, para el que se cae es una tragedia y para el que lo mira puede ser una situación cómica. En este caso, creo que pasa un poco eso. Toda la película trabaja situaciones trágicas pero, en la medida en que son totalmente arbitrarias y caprichosas, se vuelven absurdas, provocando ese tipo de risa incómoda, que, como vos decís, caracteriza en muchos momentos al cine de Martel.
– ¿Y respecto al tono misterioso de sus películas, que parece tener que ver con algo sobrenatural o con la influencia de la naturaleza?
– En La ciénaga los personajes están como a merced de las fuerzas naturales y sobrenaturales. Lo bueno y lo malo que sucede proviene de la naturaleza, o de algún designio divino o terrorífico. Al analizar la película, se nota que para estos personajes es más cómodo pensar que las cosas los exceden. Eligen desentenderse, en esa especie de atontamiento o anestesiamiento en el que viven. Están esperando todo el tiempo que venga algo desde afuera para condenarlos o salvarlos.
– ¿Sus películas no tienen algo de fantasmal, de fantástico, relacionado probablemente con su gusto por el cine de terror?
– Sin duda, el cine de terror es el “negativo”, en el sentido fotográfico, es lo que está todo el tiempo atrás de la película. Como la película que no es pero podría haber sido, y que resuena, como una especie de bajo continuo. No es casual, el terror es el género de “lo otro” y lo siniestro tiene que ver con percibir lo desconocido como algo que viene a invadir el propio mundo, aunque en realidad es algo familiar. Lo dice el famoso texto de Freud sobre lo siniestro, es algo que uno vive como una fuerza exterior, por una suerte de economía psíquica, cuando, en realidad, es muy familiar. Todo de lo que los personajes deberían hacerse cargo, lo colocan afuera. Lo malo, lo terrorífico, resultan entonces el perro de al lado, lo que hay detrás de la pared.
– Los personajes principales de las películas de Martel son mujeres, ha filmado con el apoyo de Lita Stantic (productora de las películas de María Luisa Bemberg) ¿ves en su cine algo feminista, algo que tenga que ver con el mundo de la mujer?
– No sé si algo específicamente feminista, sí está claro que hay una mirada femenina. No entiendo demasiado bien las cuestiones de género, pero me parece que si yo no supiera que está dirigida por una mujer, lo notaría de todas formas. La ciénaga tiende claramente a identificarse con Momi, una chica, el mundo de La ciénaga es el mundo tal cual lo observa esa chica. Un poco desde afuera, medio descentrado, excéntricamente, sin entender todo lo que pasa, pero al mismo tiempo percibiendo de manera muy profunda y sensible ciertos detalles.
– Graciela Borges contó una vez que, estando con Liv Ullman viendo La ciénaga, ésta le preguntó si era un documental. ¿No puede ser que buena parte del público no se sienta atraído por las películas de Martel y de otros jóvenes directores del cine argentino porque espera un tratamiento menos lírico o documental y más “narrativo”?
– Yo no creo que La ciénaga tenga un tono documental como sí creo que lo tienen películas como Mundo grúa (1999, Pablo Trapero) o La libertad (2001, Lisandro Alonso). La idea de realismo de la película de Martel excede lo documental. Lo documental que hay en la película son esas imágenes de un noticiero televisivo sobre imágenes de la Virgen que aparecen cerca de un tanque de agua, imágenes muy vacías y retóricas. La película coloca en el lugar del documental lo retórico, muy distinto al que le dan Alonso o Trapero. Por otra parte, hay algunos directores como Caetano, o el mismo Trapero, que son buenos “contadores de historias”, aunque habría que ver qué es “contar historias”. Todas las películas cuentan una historia, La ciénaga también… Sólo que no la cuenta a la manera de Aristarain, del cine clásico norteamericano, donde hay una línea principal muy definida y líneas secundarias. Acá si hay una trama es porque hay una especie de red, la película avanza como un camalote por el río, como una especie de masa informe que va pasando de un lado al otro. No tiene una progresión muy clara, en ese sentido se puede decir que Martel es muy distinta de Caetano, por ejemplo, un narrador neto, donde todo lo que no tiene que ver con la historia, queda en un plano secundario.
– ¿No pensás que la nueva generación de críticos y espectadores se ha replegado mucho sobre el “nuevo cine” y olvida buenos directores y experiencias interesantes del cine argentino de décadas atrás?
– Debo decir que yo soy bastante fanático del “nuevo cine”, al menos de las primeras películas. Creo que algunos en su 2ª o 3ª película hicieron algo opuesto a lo propuesto en sus óperas primas. Como si el trabajo independiente hubiera sido una manera de subirse a la autopista del cine más convencional. Pero hay un punto de inflexión en algunas películas que se hicieron entre 1996 y 2000, que resultaron un punto de referencia interesante. Esto, claro, no debería opacar o eclipsar al cine de las décadas anteriores. Yo soy bastante crítico del cine de los ’80, creo que es un período muy problemático, con mucha producción pero unas pocas películas interesantes. No hubo un verdadero recambio. Pero sí, sin duda, antes: tanto el de Hugo Santiago como el de Leonardo Favio, o el de la generación del ’60. No quiero ser malicioso, pero creo que la crítica muchas veces se ocupa del cine más reciente porque desconoce el cine anterior. No sé si todo el mundo vio las películas de los ’60 o de los ’40 pero creo que, sin dudas, el cine argentino no empieza con el “nuevo cine”. Por otra parte, como decía en alguna ocasión Rafael Filipelli, cada cinco años aparece un “nuevo cine argentino”. El “nuevo cine”, es en todo caso, un escalón más, muy estimulante, interesante y provocativo, pero que tiene antecedentes en películas como las de los ’60, por ejemplo.

Por Fernando G. Varea

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