Pioneras

«No pierda el tiempo, el cine no es para mujeres”: así le dijo alguien a la entonces veinteañera Lita Stantic durante el rodaje de Barcos de papel (1963, Román Viñoly Barreto), cuando ella asistió interesada a presenciar el rodaje. Efectivamente, durante décadas el cine argentino prescindió de mujeres realizadoras. “El desarrollo industrial del cine argentino desde 1933 impidió tenazmente la aparición de mujeres cineastas”, sostiene Fernando Martín Peña en Cien años de cine argentino, de manera similar a lo ocurrido en Hollywood, donde de las treinta realizadoras que trabajaban en los años previos a la consolidación de los grandes estudios, “la industria sólo dejó perdurar a una: Dorothy Arzner”.

  • En Argentina, en tiempos del cine mudo, hubo al menos dos que se recuerdan: Emily Saleny, actriz que creó una Academia de Artes Cinematográficas en 1916 y realizó un par de films de temática infantil, y María B. de Celestini, quien –tras alguna experiencia como autora teatral– filmó Mi derecho (1920), reclamando el derecho de una mujer soltera a ser madre pese a la censura social.
    Luego pasarían cuarenta años para que volviera a aparecer una realizadora: con los dramas raramente impostados Las furias (1960) y Las modelos (1963), Vlasta Lah (Vlasta Giulia Lah Rocchi, nacida en Italia en 1918 y casada con el director Catrano Catrani) se convirtió en la primera directora del cine argentino sonoro.
    Dentro de la abundante producción de cortometrajes de esos años asoman, asimismo, los nombres de cuatro mujeres: la rosarina Mabel Itzcovich (que había estudiado cine en París y escribió en la prestigiosa revista Tiempo de cine), Paulina Fernández Jurado (quien también ejerció la crítica cinematográfica), María Esther Palant (directora de un corto sobre el escultor Agustín Riganelli) y Mercedes D’Adderio (autora en 1969 del corto Desayuno).
  • Ya en la década del ’70, resultan más relevantes los aportes de María Herminia Avellaneda, Eva Landeck, Clara Zappettini y María Luisa Bemberg.
    Avellaneda era egresada de la Escuela Nacional de Arte Dramático y había ingresado en 1955 al medio televisivo como asistente de Antonio Cunill Cabanellas, siendo becada después para perfeccionarse en España; a su regreso, fue premiada por programas televisivos como Yo soy usted y Los otros. A los 38 años emprendió su primer largometraje: Juguemos en el mundo (1971), con guión, actuación y canciones de su amiga María Elena Walsh. Nueve años después abordó una versión cinematográfica de Rosa… de lejos, el teleteatro escrito por Celia Alcántara que ella misma había dirigido en ATC (Canal 7).
    Eva Landeck (Eva Fainsilberg Landeck) llegaba al cine después de estudiar filosofía en la UBA, fotografía con Pablo Tabernero y dirección de actores con Hedy Crilla y Augusto Fernándes. Aunque deseaba ser escritora y la atención de sus hijos la mantenían muy ocupada, por sugerencia de su marido se buscó tiempo para estudiar en la Asociación de Cine Experimental: allí, cuando un profesor desafió a los alumnos a realizar un largometraje, se propuso hacerlo. De esa manera, aprovechando la experiencia adquirida en la realización de seis cortos, entre agosto y octubre de 1973 filmó Gente en Buenos Aires, plasmando una historia de amor en una Buenos Aires marcada por la alienación y la violencia de los ’70, con Luis Brandoni e Irene Morack como protagonistas. Cuando se estrenó en agosto del año siguiente, obtuvo buenas críticas: “Utilizando una comparación musical –escribía La Prensa–, si La Patagonia rebelde era una cantata épica, Quebracho un fresco sinfónico y La tregua una extraña obra de cámara, Gente en Buenos Aires admite ser calificada como una sonata clásica”. Más accidentados fueron sus films posteriores, Ese loco amor loco (1977) y El lugar del humo (1978, rodado en Uruguay).
    Desde que comenzó a  estudiar cine en la Universidad de La Plata a mediados de los ’60, Clara Zappettini se interesó por el montaje, pero un profesor (Antonio Ripoll) se encargó de decepcionarla: “Las mujeres no montan, sólo cortan negativos”, la intimidó. A pesar de todo, con el paso del tiempo –mediando estudios de perfeccionamiento en Italia y Estados Unidos–se convirtió en respetada montajista, productora y directora de TV, responsable de ciclos como Historias con aplausos. En 1979 dirigió su único largometraje: el discreto semidocumental Buenos Aires, la tercera fundación.
    La progresiva inmersión en el mundo del cine de Bemberg fue producto de la perseverancia y estuvo rodeada de cierta polémica. Impulsora de la Unión Feminista Argentina, con sus cortos El mundo de la mujer (1972) y Juguetes (1978) ironizó sobre los estereotipos femeninos, y, al no quedar satisfecha con lo que los directores Raúl de la Torre y Fernando Ayala habían hecho con sus guiones para Crónica de una señora (1971) y Triángulo de cuatro (1975) respectivamente, resolvió asumir la dirección de su primer largometraje a los 58 años. Integrante de una acaudalada familia, muchos veían su tardía incursión en la realización como un capricho, pero terminó demostrando que tenía vocación y aptitudes: con sus más y sus menos, Momentos (1980), Señora de nadie (1982), Camila (1983/84, que consiguió una nominación al Oscar), Miss Mary (1986), Yo, la peor de todas (1990) y De eso no se habla (1993) son piezas de una obra coherente. Todas obtuvieron buena respuesta del público y reconocimientos en diversos festivales; para las tres últimas contó con figuras de relevancia internacional como Julie Christie, Dominique Sanda y Marcello Mastroianni.
    Los cinco primeros films de Bemberg fueron producidos junto a Lita Stantic, quien, después de realizar en 1966 un par de cortos en 35 mm (con subsidios del Instituto de Cine y del Fondo Nacional de las Artes), comenzó a desempeñarse como asistente de dirección y jefa de producción. La única experiencia de Stantic en el largometraje como directora fue el riguroso Un muro de silencio (1993), protagonizado por Vanessa Redgrave.
  • A fines de los ’80, cinco nombres se suman a la lista de argentinas cineastas: Jeannine Meerapfel, Mercedes Frutos, Ana Poliak, María Victoria Menis y Carmen Guarini.
    Perteneciente a una familia de judío-alemanes radicada en Argentina durante el nazismo, Meerapfel vivió en Argentina hasta los 21 años, luego estudió con Alexander Kluge en la Escuela de Cinematografía y Diseño de Ulm (Alemania), realizó varios cortos, ejerció la crítica y la docencia. En nuestro país filmó los largometrajes La amiga (1989, con Liv Ullman y Cipe Lincovsky), Amigomío (1994) y El amigo alemán (2012).
    Tras estudiar cine y teatro, Frutos trabajó en publicidad, fue asistente y jefa de producción y realizó dos cortos. En 1984 dirigió el largometraje Otra esperanza, basado en un cuento de Adolfo Bioy Casares adaptado junto a Ernesto Schoó, que se estrenó doce años después.
    Por su parte, Poliak dirigió dos cortos antes del largo documental ¡Que vivan los crotos! (1990), premiado en La Habana y estrenado cinco años más tarde. Luego hizo La fe del volcán (2001) y Parapalos (2004).
    Menis, después de realizar dos cortos, dirigió cinco largometrajes de ficción, incluyendo Los espíritus patrióticos (1989, junto a Pablo Nisenson), El cielito (2004) y La cámara oscura (2008, adaptando un texto de la escritora rosarina Angélica Gorodischer).
    Guarini se distinguió por abocarse al cine documental, como productora y directora: junto a Marcelo Céspedes primero (Buenos Aires, crónicas villeras, La noche eterna, Jaime de Nevares, último viaje) y luego sola (Calles de la memoria, Ata tu arado a una estrella y otros), ganando el premio al mejor documental en el Festival de La Habana por HIJOS: El alma en dos (2002), además de obtener otros reconocimientos.
  • Fuera del ámbito porteño, hubo varias directoras de cortos y mediometrajes: en Córdoba, Liliana Guillot, Amalia Bruno y Gladis Suez de Sadoff realizaron en 1972 Hip, hip… ufa y Sólo hay que saber mirar (documental sobre la problemática de las villas miseria), Liliana Malem en 1974 Eleonora que no llega (producida por la UNC) y Cristina Castricone, el mismo año, Aquí se respira bien; en la década siguiente, hicieron lo suyo Marta de la Vega, Alicia Porcel de Peralta y otras. En Rosario, en tanto, un breve recorrido lleva a los nombres de la guionista María Teresa León, la artista plástica Silvia Chirife (directora de Nunca más y Un día de playa, a fines de los ‘70) y las realizadoras Mary Hardcastle, Cristina Raschia, Laura Tasada, Claudia Cingolani, María Gloria Castagnaviz, Silvia Armentano, Daniela Bonelli, Cristina Centenaro, Gisella y Silvina Daldoss, Inés Fiorentini, Kina Levin, Lucrecia Mastrángelo, Juliana Raimunda, Cristina Raschia, Griselda Rodríguez Allievi, Verónica Rossi y María Langhi.
  • Vale destacar, finalmente, que antes que la lista de realizadoras argentinas comenzara a expandirse a fines de los ’90 (cuando surgen Lucrecia Martel, Julia Solomonoff, Sandra Gugliotta, Gabriela David, Celina Murga, Albertina Carri, Lucía Puenzo y muchas más), ya venía desarrollando una intensa labor dentro del cine experimental Narcisa Hirsch, así como otras mujeres hacían su aporte al cine desde otros lugares, como guionistas (Beatriz Guido, Aída Bortnik), productoras (Dolly Pussi, Tita Tamames, Rosa Zemborain, Diana Frey, Sabina Sigler), vestuaristas o escenógrafas (Ponchi Morpurgo, María Julia Bertotto, Leonor Puga Sabaté), e incluso cortadoras de negativo, como Margarita Bróndolo: “¿Te acordás de Vlasta Lah? –le preguntaba a los noventa y pico de años a Moira Soto, cuando ésta la entrevistó para Página/12 en 2007–. Me hice amiga de ella. Se puso a hacer un corto por su cuenta. Filmaba cuando terminaba de trabajar, mandaba el material al laboratorio y al otro día yo limpiaba el negativo, lo mandaba a copiar. Cuando se iba toda la muchachada, yo tenía permiso de usar una moviola. Pero se armó una batahola porque los ayudantes del compaginador pensaron que les quería sacar el trabajo, no entendían que lo hacía por gusto. Lo que les molestaba era verme a mí en la moviola, porque resulta que sabía más que los que recién llegaban (…) Ay, yo te puedo hablar de la lucha de una mujer por trabajar en el cine. Fue tremendo. Ciento por ciento machista, no pudieron soportar verme trabajando y conversando con (Carlos) Rinaldi, (Armando) Discépolo, (Lucas) Demare, que me querían porque veían mi pasión por el oficio. Pero tuve que dejar con mucha pena la moviola porque eran muchos ánimos en contra. Me sentí muy mal por lo injusto de la situación. Algún día será, me consolaba, pero no fue”.

Fernando G. Varea

En la imagen, de izq. a der: Eva Landeck, María Luisa Bemberg, María Herminia Avellaneda, Lita Stantic y Vlasta Lah.

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