Vidas secas

BRONCE
(2012/13, Claudio Perrín)

Imágenes de un cementerio semivacío y del río Paraná con su belleza húmeda y melancólica, planos fijos para posar la mirada en rincones y detalles, silencio apenas interferido por palabras ásperas dichas en voz baja: el comienzo de Bronce es prometedor, crea expectativas con elementos mínimos y va introduciendo progresivamente al espectador en la historia de Berta y Horacio, hermanastros adultos pero inmaduros para asumir diversos contratiempos, incluyendo la muerte de sus padres. En esa presentación la película de Claudio Perrin (Rosario, 1967) es pudorosa y avanza sin apuro, con el pulso narrativo justo. Después, de las decisiones tomadas por el guionista y director, algunas parecerán mejores que otras.
Relato naturalista contado casi en tiempo real, sus mejores momentos son aquellos en los que la vida interior (y anterior) de los personajes asoma en sus miradas y gestos nerviosos, cuando lo que no se dice o se dice a medias deja al descubierto la fragilidad de esos niños grandes. Cuando, en cambio, Bronce se detiene en un extenso diálogo en el patio de la casa haciendo que el interés dependa de los pormenores de una catarsis dramática, se acerca a un programa televisivo de esos que –con algo de vocación teatral– cobran sentido por un duelo actoral y la revelación de rencores o secretos largamente guardados (como solía verse en el recordado Situación límite o actualmente, de otra manera, en En terapia). A su vez, las dos o tres veces que asoman frases que parecen aforismos (como cuando Berta dice que le gusta ver las estrellas para soñar con otra vida) Bronce remite a cierta ingenuidad característica del cine argentino de tiempo atrás.
Se nota que no ha sido concebida como una obra ambiciosa y su sencillez es encomiable, aunque la forma con la que ocasionalmente se enfoca a los actores (filmándolos desde al lado en el patio o la cocina, o desde el asiento de atrás en el auto) hace que la presencia de la cámara pueda intuirse fuera de cuadro, lo que no molestaría en un documental pero sí en una ficción sujeta al verosímil. De la misma manera, por momentos queda demasiado a la vista el esfuerzo de la pareja protagónica por convencernos de la condición social y limitado vocabulario de sus personajes. Esto no implica, claro, reprobar el trabajo de Miguel Bosco y Claudia Schjuman: aunque para conmover el actor hubiera necesitado más primeros planos (como el que lo muestra mirando en silencio el bote), despierta ternura cada vez que sus tartamudeos exponen su inquietud, en tanto el rictus y la mirada siempre expresiva de la actriz permiten darle vida propia a Berta, presentir la tristeza y desorientación que apenas oculta bajo su impetuosa apariencia. Por otra parte, los chispazos de humor son tan saludables como discreto y funcional es el apoyo musical de Iván Taravelli.
El tramo final de Bronce, cuando no sólo el cielo se oscurece sino también el vínculo que une a los protagonistas, quedando más al descubierto sus pulsiones y carencias, devuelve el eco del cine de Ripstein. Entonces uno de los personajes demostrará algo de dignidad o de entereza, mientras –con el fondo sonoro de cantos de grillos y ladridos lejanos– las dudas sobre el futuro sólo encontrarán como respuesta la serena quietud del horizonte.

Fernando Varea

http://claudioperrin.blogspot.com.ar/

Un pensamiento en “Vidas secas

  1. Me parece que tu comentario es propio de haberla visto en un tele, Aprovechá a verla en su segunda semana en la pantalla grande para la que fue concebida. Un abrazo.

    Ernesto Figge

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