La unión hace la ley

¿Alguien podría poner en duda el valor simbólico, cultural e identitario que tiene la producción cinematográfica de una región, además de los beneficios económicos que acarrea para la misma? Conscientes de esto, trabajadores del medio audiovisual santafesino impulsan una ley cuyos pormenores estuvieron madurando en los últimos años, impulsados por las dificultades para desarrollar sus tareas en medio de la pandemia y las crisis de distinto tipo que afectan al sector.
Las reuniones empezaron a dar sus frutos: el proyecto ya tuvo el apoyo de once diputados de diversos bloques y espera ser debatido en la Cámara de Diputados de la provincia. Para hacer público el reclamo, el pasado jueves 24 de agosto (como puede apreciarse en la imagen que ilustra este texto) muchos de los defensores de esta iniciativa se manifestaron frente a la Legislatura Provincial.
Vale señalar que en los distintos artículos de esta ley –que tuvo el apoyo de distintos bloques y fue gestándose teniendo en cuenta reglamentaciones previas– se detalla cuidadosamente de dónde provendrían los recursos para el Fondo del Sistema de Fomento a la Actividad Cinematográfica y Audiovisual de la Provincia de Santa Fe, y de qué maneras lo recaudado se destinaría para fomentar la producción de obras audiovisuales en todas sus etapas, así como también para la realización de un festival cinematográfico y una cinemateca provincial, para controlar que las salas de cine comerciales, canales de TV y plataformas online del territorio cumplan con un porcentaje de su exhibición anual para producciones santafesinas, y para gestionar becas para estudiantes.
“Producimos menos de un sexto de lo que produce Córdoba, que hace años tiene su ley y atrae capitales tanto del INCAA como de las plataformas –señalaban recientemente en una entrevista los realizadores Rubén Plataneo, David Eira Pire y Clara Sosa Faccioli–. Al no haber un incentivo local, la industria queda fuera de competencia para el fondo nacional: en 2022, la distribución de los montos asignados por el INCAA fue de un 87% para CABA, 6% para Córdoba y solo 1% para Santa Fe”. También Mendoza, San Luis, Misiones, Tucumán, Neuquén y Río Negro cuentan con sus propias normas, mientras que en la provincia que vio nacer la obra de Fernando Birri, Juan José Saer, Luis Bras y tantos otros, la situación es más frágil.
Claro que el problema excede la realidad santafesina: al ser declarado Personalidad Destacada de la Cultura de CABA, el director Santiago Mitre declaraba días atrás “Nosotros con Argentina, 1985 y del mismo modo con Blondi, la película de Dolores Fonzi, tuvimos un año extraordinario con salas llenas en la Argentina y con premios en todos lados, pero, la verdad, el INCAA y el cine argentino están viviendo una crisis enorme. Es algo que hay que decir y como comunidad cinematográfica tenemos que luchar para que se repiense la ley del cine, porque el fondo de fomento está cada vez con menos dinero para apoyar al cine argentino”. Gravar a las plataformas para poder fomentar con ese dinero la industria nacional es uno de los objetivos.
Ciertamente, es tiempo de ajustar algunas cosas, en el orden nacional y también en nuestra provincia (ajustar no precisamente en el sentido que proponen algunos candidatos). Mientras tanto, los impulsores del proyecto santafesino invitan a seguir las novedades y sumar apoyos desde sus cuentas de facebook e instagram, donde pueden verse imágenes de muchos de ellos mostrando con convicción carteles con la apremiante frase La ley de cine santafesina es imprescindible y urgente.

Fernando G. Varea

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BAFICI Rosario: cuatro días de encuentros cinéfilos

La posibilidad de elegir entre películas de diversos estilos, temáticas y procedencias, exhibiéndose al mismo tiempo en distintas salas, y de conversar con quienes han trabajado en ellas al finalizar la función –más la ligera adrenalina que genera la entrega de premios entre el material en competición– constituyen el principal disfrute que ofrecen los festivales de cine, de los que Rosario lamentablemente carece en la actualidad. Por esto resulta más que bienvenida la muestra del BAFICI Rosario que, desde hace 19 años, organiza Calanda Producciones, tomando de cada edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (uno de los más importantes de Latinoamérica) parte de lo exhibido y premiado allí, desplegándolo ante el público rosarino.
Este año se desarrollará del 24 al 27 de agosto, en las salas de El Cairo (Santa Fe 1120), Lumière (Vélez Sarsfield 1027) y AMR (Asociación Médica) (Tucumán y España). Toda la información puede encontrarse en las cuentas del BAFICI Rosario en Facebook e Instagram. A continuación, algunos datos y sugerencias para tener en cuenta (haciendo click en las palabras o títulos destacados, se puede leer lo ya escrito en Espacio Cine sobre las películas mencionadas).
REVELACIONES. Entre los méritos de Blondi, el debut como directora de Dolores Fonzi –donde interpreta ella misma a una madre algo inmadura muy apegada a su hijo veinteañero–, está el de no ser admonitoria ni retórica, cuidando que el vínculo de la protagonista con su hijo nunca derrape. Precisamente quien encarna a este último, Toto Rovito (hijo del productor y docente Pablo Rovito, nieto de Oscar Rovito y la inolvidable Bárbara Mujica), estará presente cuando el film se exhiba el jueves 24 a las 18 en El Cairo. Si el joven actor fue una de las revelaciones del año, otra ha sido, sin dudas, Lucía Seles, si bien estx directorx ya venía llamando la atención con trabajos previos: con Terminal Young dio un paso adelante, alzándose con el premio principal de la Competencia Argentina del BAFICI.  En este film, varios personajes se relacionan entre sí haciendo lo que pueden con sus vidas, entre conversaciones nerviosas y tensas acciones cotidianas, deslizándose desde el realismo hacia un humor absurdo, medio inesperado, sobresaliendo tanto el apoyo admirable de sus actores y actrices como la secuencia en la que distintos invitados van llegando a una reunión de cumpleaños, resuelta con gran capacidad para manejar una supuesta o real improvisación. Se anuncia que el/la imprevisible Salas estará presente, acompañando la proyección de su película, el domingo 27 a las 20.30 en El Cairo.
CINE LATINOAMERICANO. En la entrevista que pude hacerle al director del BAFICI Javier Porta Fouz cuando vino a Rosario a anunciar la muestra, éste planteaba lo difícil que se nos hace a los cinéfilos argentinos tener acceso a películas de países cercanos: precisamente, el BAFICI Rosario ofrece esa posibilidad. En el Lumière, el jueves 24 a las 18 se verá la chilena Muertes y maravillas, escrita, dirigida y editada por Diego Soto, sensible mirada sobre tres jóvenes amigos que reparten su tiempo en vagabundeos varios, acompañando a un compañero enfermo e interesándose por la poesía después de descubrir un libro. Mansa y de efecto persistente, obtuvo en el festival porteño el Premio Especial del Jurado. En la muestra rosarina de este año habrá también un corto uruguayo y un largometraje brasileño.
HOMENAJES. Del cine en fílmico proyectado en salas, con sus rituales y su magia, se ocupa La vida a oscuras, dirigida por Enrique Bellande (quien en la cuarta edición del festival había sido premiado por Ciudad de María). Este testimonio de la placentera ceremonia de ver películas a oscuras y con público, se combina con el registro del apasionado trabajo del coleccionista e investigador Fernando Martín Peña, sacando provecho de diversas situaciones, como una circunstancial charla con trabajadores de la TV Pública. Tuvo ya algunas exhibiciones en El Cairo, pero el 24 a las 20.30 se presentará con un plus: la presencia en la sala de Bellande y el propio Peña. Y si hablamos de homenajes, en el BAFICI tuvo el suyo el argentino Ezequiel Acuña, de quien aquí se exhibirá ese mismo día su primer largometraje, Nadar solo (2003, con la actuación de Alberto Rojas Apel, Santiago Pedrero, Tomás Fonzi y Antonella Costa, entre otros), a las 20 en el Lumière.
CINE DE TERROR. Reverberaciones del género de terror y de las primeras experiencias del cine se encuentran en Íntima, perturbadoramente bello corto del rosarino Gustavo Galuppo Alives, que se exhibirá por primera vez en una sala en nuestra ciudad: será el 24 a las 20.30, en el Lumière. A su vez, el domingo 27 a las 17 en la sala de la Asociación Médica se podrá ver una de las películas que más atrajeron al público en la edición de este año del festival porteño: Otra película maldita, de Alberto Andrés Fasce y Mario Varela, documental que, a lo largo de dos horas, repasa lo que se ha hecho en materia de cine de terror en el cine argentino. Vale destacar que, entre los numerosos testimonios que reúne, aparece el del crítico Diego Curubeto, fallecido el pasado mes de junio.
DOS DIRECTORES ARGENTINOS. Dos de los más valiosos (y prolíficos) realizadores argentinos de los últimos años serán de la partida: Alejo Moguillansky y Martín Farina estarán dialogando con el público. El primero, después de la proyección de Un andantino (donde toma textos e ideas disparados por la pianista Margarita Fernández, partiendo de una escena eliminada de su notable La vendedora de fósforos), el viernes 25 a las 20.30 en El Cairo. Farina, en tanto (de quien perduran todavía los efectos de El fulgor, exhibida el año pasado), presentará Los convencidos, en la que registra conversaciones informales durante las cuales asoman asuntos importantes, diferentes grados de paciencia y apertura al diálogo, e incluso cierto larvado machismo. Se verá el sábado 26 a las 20.30 en El Cairo, después de un corto de Mariana Bomba, y tras lo cual (a las 22.30) se exhibirá el largometraje que mereció los premios a Mejor Dirección de la Competencia Internacional, Estímulo al Cine Argentino y Mención Especial por el Sonido: El santo, de Agustin Carbonere.
MÚSICOS EN EL CINE.  El jueves 24 a las 21 en AMR será el turno de Canción sobre canción, de Fernando Arca, en la que Liliana Herrero y Horacio González dialogan en la intimidad de su casa sobre las versiones de canciones de Fito Paéz grabadas por Herrero en su último disco. Vinculado a artistas diversos (Iggy Pop, por ejemplo), el tatuador de celebridades Jonathan Shaw es el centro del documental Scab Vendor, de Mariana Thome y Lucas de Barros, programado para el viernes 25 a las 22.30 en El Cairo. A su vez, sobre otros músicos se ocupan VHS Tape Replaced, corto de Arabia Saudita en torno al esforzado imitador de un cantante, y Operación Travesti, del argentino Rodrigo Ottaviano, que indaga en un histórico disco de Daniel Melero; ambos se proyectarán en El Cairo el sábado 26 a las 18. El mismo día y a la misma hora, pero en AMR, podrá verse Llamen a Joe, de Hernan Siseles, documental en torno a Joe Stefanolo (conocido por muchos como «el abogado del rock»), con anécdotas y testimonios de Andrés Calamaro, Pipo Cipolatti, Andy Chango y otros.
MAESTROS VARIOS. La arquitectura es parte de Los eucaliptus, corto de Nicolás Suárez e Ignacio Ragone que integrará la función del jueves 24 a las 18 en el Lumière, así como también de Clorindo Testa, documental en el que Mariano Llinás (el director de Historias extraordinarias y coguionista de Argentina 1985) expone sus dudas ante el compromiso de abordar en un documental la obra y el recuerdo del prestigioso arquitecto. Después de obtener en el BAFICI el Premio al Mejor Largometraje de la Competencia Argentina (además de generar algunas discusiones), se exhibirá en Rosario el sábado 26 a las 20, en el Lumière. Por su parte, en Catálogo para una familia Iair Michel Attías reconstruye la vida y el legado de su abuelo, escultor integrante de la vanguardia del Instituto Di Tella. Se exhibirá el domingo 27 a las 19 en AMR, con la presencia de su joven director.

Fernando G. Varea

Imágenes: fotogramas de Muertes y maravillas, Íntima, La vida a oscuras y Terminal Young.

Bafici 2023: diversidad, divino tesoro

Tiempo atrás escribíamos aquí que uno de los motivos por los que puede ser valorado un festival es por las películas que programa y premia: en ese sentido, el BAFICI sigue siendo un evento necesario y disfrutable, a pesar de algunos reparos. Es que –más allá de que ya poco tiene que ver con el maravilloso vértigo de propuestas e invitados de hace unos quince años– la cinefilia sigue atravesándolo, saludablemente.
Los reproches que pueden hacérsele a su edición Nº 24 son las consecuencias poco disimuladas de un evidente recorte presupuestario (pandemia, crisis económica y decisiones institucionales fueron llevándolo a este achicamiento), pero también la transformación que, casi imperceptiblemente, fue afectando a algunas secciones (desaparecieron Derechos Humanos y Competencia Latinoamericana, en tanto el material reunido en el apartado Políticas mostró un forzado intento de evitar temáticas con las que no simpatiza la coalición que gobierna la ciudad de Buenos Aires). Cierta flexibilidad para el ingreso a las salas de los periodistas acreditados compensó la falta de funciones de prensa, y la programación, aunque acotada, supo ser lo suficientemente diversa como para generar entusiasmo en espectadores con distintas predilecciones: amantes del cine animado, la comedia o el terror, seguidores de la obra de directores que trabajan al margen de la industria, interesados en la exhibición de films de otros tiempos en copias restauradas, en cortos y largos, ficciones y documentales.
A continuación, mis opiniones sobre algunas películas que pude ver durante mi paso por el festival.
LO NUEVO DE TRES BUENOS DIRECTORES. En Trayectorias fue programada Afire, del alemán Christian Petzold (Bárbara, Ave Fénix, Transit, Undine), uno de los pocos directores de relevancia internacional de los que cabe esperar algo bueno con cada nuevo trabajo. Premiada recientemente en Berlín, Afire divierte con un personaje curioso dentro de los que habitan la filmografía de Petzold: un joven algo reprimido y dubitativo (interpretado por Thomas Schubert), envuelto en un encadenamiento de imprevistos y equívocos en los que intervienen un amigo, la mujer que cuida la casa de verano donde pasan unos días (la luminosa Paula Beer) y un cuarto personaje que suma ambigüedad a la trama. El temor del protagonista a desenvolverse con espontaneidad, a dejarse llevar por demostraciones de afecto y por la propia naturaleza que lo rodea –excusándose con el cumplimiento de sus obligaciones–, deriva en situaciones graciosas sin descender a la burla, sobrevolando cierto encantador desconcierto. Un film serenamente bello, apenas misterioso, en buena medida alegre, con un tramo final que reúne hechos demasiado realistas y precisos para lo que se venía contando.
La francesa L’Envol (o Scarlet), dirigida por el italiano Pietro Marcello (La bocca del lupo, Martin Eden), que pasó por la Quincena de Realizadores de Cannes y pudo verse en Bafici también en Trayectorias, parte de un texto de Alexander Grin para plasmar la historia de una niña que crece en un ambiente rural junto a su padre, endurecido por su experiencia durante la Primera Guerra Mundial, y una vecina (excelente Noémie Lvovsky). Un drama que seduce enormemente con su belleza impresionista, las alternativas que van viviendo sus personajes (sobre todo su heroína, encarnada en su juventud por la bella Juliette Jouan), y el sutil poder que sugieren oficios nobles como el canto y la elaboración de juguetes de madera. Arriesga más al combinar materiales (breves fragmentos documentales insuflando realismo, música en momentos imprevisibles) que al forzar un encuentro en el desenlace.
Passages no solo formó parte de Trayectorias sino que el propio director, el estadounidense Ira Sachs (Por siempre amigos, Frankie) estuvo presente. En principio, el largometraje –preestrenado este año en Sundance– propone un triángulo amoroso entre un impulsivo cineasta (el alemán Franz Rogowski, habitual en el cine de Petzold), su marido (el británico Ben Whishaw, de Ellas hablan) y una maestra (la francesa Adèle Exarchopoulos, de La vida de Adèle). Pero si bien lo romántico, e incluso lo erótico, tienen su importancia en el relato, queda claro que a Sachs le interesó ir más allá, atraído por los vínculos entre estos seres frágiles pero decididos (a los que se suman circunstancialmente los padres de la chica y un cuarto en discordia), como si tuvieran vida propia. El que encarna Rogowski puede representar inmadurez, egoísmo, independencia o una suerte de recorte generacional: Passages estimula la discusión, y aunque podría inclinarse hacia el melodrama, por momentos parece preferir la comedia, o al menos una falta de gravedad y crueldad que se agradece, lo mismo que el hecho de evitar una puesta en escena chata o, digamos, televisiva.
CINE ARGENTINO: SELES, FARINA, LLINÁS. El premio a Mejor Largometraje de la Competencia Argentina fue para Terminal Young, escrita, dirigida y editada por Lucía Seles, alguien cuya personalidad y obra resultan atractivos para un festival como el BAFICI; de hecho ya tiene admiradores aunque sus películas anteriores no trascendieron mucho más allá de espacios porteños como la Sala Lugones. Terminal Young puede apreciarse como continuación o desprendimiento de trabajos previos, o no (como fue mi caso). Apenas empieza, se percibe que se trata de varios personajes relacionados entre sí, quienes, entre conversaciones nerviosas y tensas acciones cotidianas, hacen lo que pueden con sus vidas. La agitación de la cámara, tanto como algunos topetazos del montaje, son funcionales con el propósito de jugar con la inestabilidad emocional de estos seres que incluyen un treintañero inocentón y su madre (impagable Susana Pampín), una tenista de tendencias agresivas y otros, todos creíbles aunque lo que dicen y hacen se desliza ligeramente desde el realismo hacia un humor absurdo, medio inesperado. Sorprende que la atención que Salas deposita en gestos, miradas y repetición de algunas frases o lugares comunes (que tal vez todos tengamos) encuentre un apoyo tan admirable en sus actores y actrices, que bien podrían haber merecido un reconocimiento del jurado. La secuencia en la que distintos invitados van llegando a una reunión de cumpleaños, por ejemplo, demuestra una gran capacidad para manejar una supuesta o real improvisación. El recorrido en automóvil de dos de los personajes por puentes de Buenos Aires escuchando podcasts es otro condimento de este film con ecos de cierto Agresti, Martin Rejtman o el Daniel Burman de El abrazo partido (2004), aunque sin parecerse demasiado a alguno de ellos, con el discutible agregado de informales textos sobreimpresos en determinados momentos.
En Los convencidos, el joven y muy activo Martín Farina registra conversaciones a lo largo de una hora, en blanco y negro (salvo un fugaz momento en color en el que se alude a una película de Alfonso Cuarón), dividiendo el conjunto en cinco capítulos. En seguida surge una inquietud: ¿qué hacer cuando se está ante personas que no conocemos hablando o discutiendo? Una opción podría ser detenerse en sus miradas, gestos, risas y movimiento de sus manos; otra, prestar atención a lo que dicen y la convicción con la que lo dicen: teniendo en cuenta estas posibilidades, los dos últimos episodios resultan más simpáticos. En esas charlas asoman temas indudablemente importantes (capitalismo, monopolio, abusos sexuales), pero también diferentes grados de paciencia y apertura al diálogo, e incluso cierto larvado machismo. Un ejercicio de observación de usos y costumbres, un sencillo experimento, lejos del imaginativo despliegue audiovisual del anterior film de Farina, El fulgor (2022).
Clorindo Testa, por su parte, resulta más un show de módicos gags a cargo de Mariano Llinás en su casa y adyacencias junto a amigos y familiares, más algunos recuerdos de su padre Julio, que un documental sobre el arquitecto en cuestión. Bosqueja una crítica a una nota periodística del diario La Nación sobre Testa para finalmente ceder a la posibilidad de que lo escrito allí tiene lógica, y se cuida (como ocurre, de otra manera, en Argentina 1985, de la que fue guionista) de que no parezca un film antiperonista, pero sus principales problemas son otros. Al sostener que no quería hacer un documental sobre su padre “de esos en los que se sacan fotos y cartas de una caja”, ningunea a varias hermosas películas de ese tipo (como Carta a un padre, de Cozarinsky) y se despreocupa de poner en práctica esa ambición sin declamarla infantilmente. Por otra parte, la película de Llinás le escapa a la didáctica pero resulta egocéntrica y trivial, con chistes que parecen dirigidos a sus fans, que (en CABA, al menos, a juzgar por la sala colmada de la Alianza Francesa donde pude verla) no parecen ser pocos. El premio a Mejor Largometraje que obtuvo, teniendo en cuenta que casi todos los años El Pampero (la productora que integra) se lleva alguno, termina poniendo en duda el hecho de que el BAFICI procura descubrir, y recompensar, a nuevos valores.
Una curiosidad (que se alzó con los premios a Mejor Dirección y Premio Estímulo al Cine Argentino) es El santo, ficción de Agustín Carbonere que, a pesar de su título, no puede decirse que sea una reflexión sobre una temática religiosa sino, más bien, una suerte de provocación cercana al género fantástico y también al humor, a partir de la figura de un sanador muy poco angélico, de modales bruscos, deliberadamente desconcertante. Resulta arriesgado abordar con desapego la necesidad –quizás ancestral– de creer en milagros (para curar a un hijo, por ejemplo), no ya para cuestionar a un embaucador que se aprovecha de los sufrimientos de la gente sino para esbozar un relato como éste, por momentos incómodo, de ribetes artificiosos, que logra eludir lo ridículo gracias a la fuerza que le imprimen el extrañamiento de su luz, su música, sus escenarios, sus repentinos fundidos a negro.
DOS DE LA COMPETENCIA INTERNACIONAL. La portuguesa Índia, dirigida por un director de extraño nombre (Telmo Churro), es un recorrido por sitios y museos de Lisboa –con la excusa argumental de un guía turístico que, junto a su padre, debe acompañar a una turista brasileña– que emplea con libertad recursos creativos, oscilando entre la nostalgia y un tímido humor absurdo, pero sus voces en off y la dudosa efectividad de algunos chistes la tornan monótona. La chilena Muertes y maravillas, en cambio, escrita, dirigida y editada por Diego Soto, es igualmente mansa pero deja un efecto más persistente, siguiendo a tres jóvenes amigos que reparten su tiempo en vagabundeos varios, acompañando a un compañero enfermo (cuya muerte es sugerida con una admirable elipsis) e interesándose por la poesía después de descubrir un libro, lo cual no impide que un personaje diga, por ejemplo, Acá en Chile los precios son más altos que los salarios. Sensible film menor, amable con el espectador, obtuvo un Premio Especial del Jurado.
UN RESCATE, DOS CORTOS. En homenaje al centenario del nacimiento de la escritora y guionista rosarina Beatriz Guido, hubo una exhibición de objetos (libros, afiches) y la proyección ¡en 35 mm! de La casa del ángel (1957), La caída (1959) y El secuestrador (1958): tuve la oportunidad de ver esta última en una de las salas del Centro Cultural San Martín, intensa experiencia por los méritos del film, su valor histórico y la fortuna de apreciarla en esas condiciones, sumándose la satisfacción posterior de ver a un grupo de adolescentes de ambos sexos, eufóricos con lo que acababan de ver.
Entre los numerosos cortos que formaron parte de la programación, vale destacar los de dos artistas audiovisuales de valiosa trayectoria: Ernesto Baca y Gustavo Galuppo Alives.
En Fragmentación de un paisaje patagónico, Baca combina un breve poema de Roberto Santoro con material en super 8 misteriosamente encontrado bajo el rótulo Viaje a Puerto Stanley, 1981, es decir, antes de la Guerra con el Reino Unido. Un sugestivo ejercicio experimental de apenas tres minutos.
De Galuppo –único rosarino en esta edición del BAFICI, exceptuando la ya mencionada Beatriz Guido y Cristina Zaccaría Soprani, que da su testimonio sobre el legendario film de su padre El hombre bestia en Otra película maldita, documental sobre el cine de terror en Argentina– se exhibió Íntima, parte de una serie de obras realizadas a partir de impresiones en papel intervenidas materialmente. No mires, repite al comenzar (como le decía el protagonista de Tesis a Ana Torrent en una escena crucial de esa película), Siempre vuelven. Acá están. Yo te previne. La acariciante voz de GGA, inquietando con advertencias y reflexiones sobre espectros y demonios, acompaña una sucesión de imágenes editadas con una sofisticación sorprendente, superior incluso a trabajos anteriores suyos. Reverberaciones de las primeras experiencias del cine y del género de terror, con una banda sonora en la que rock y música amenazante se combinan con risas infantiles, más interrupciones que insinúan ataques, transmiten realmente una sensación angustiante. En la segunda de sus sesiones, suspiros (y sobre todo, escuchar la palabra besos) suavizan el atormentado ánimo que impera en el corto, perturbadoramente bello.

Por Fernando G. Varea

Sensible crónica de otro niño solo

RINOCERONTE
(2022; dir. Arturo Castro Godoy)

El comienzo no puede ser mejor: cuatro o cinco planos fijos sucesivos en los que, con pocos elementos, sin textos ni diálogo, se expresan elocuentemente características de la vida diaria y rasgos personales de Damián, preadolescente a la deriva. Ya desde allí, Castro Godoy (realizador venezolano residente desde chico en la ciudad de Santa Fe, donde está filmada la película) hace un uso admirable del sonido y el fuera de campo, respetando siempre el punto de vista del pibe en cuestión: a su padre, por ejemplo, se lo oye sin que se lo vea, como tampoco hay primeros planos de los adultos con los que Damián interactúa de diferentes formas, desde un chofer de colectivo hasta los asistentes y especialistas que lo acompañan y contienen en un hogar de tránsito. Solo cuando empieza a confiar en un amigo de su edad y un terapeuta (Diego Cremonesi), aparecen primeros planos de esos rostros, además de algunas conversaciones menos problemáticas, resueltas con delicada tensión.
Las películas de ficción de Castro Godoy cuentan historias de manera clásica y cronológica, con el eje en los conflictos que sobrellevan la paternidad, la institución familiar y el vínculo entre chicos y adultos. Tanto en El silencio (2016) y en Aire (2018) como aquí, ciertos intérpretes conocidos se cruzan con otros que no lo son, sin que eso dificulte la verosimilitud general; en este caso, además, como en El silencio, una secuencia emotiva permite que temores o sentimientos contenidos estallen en el tramo final, sin ceder a un desborde lacrimógeno.
A Rinoceronte –título que, en principio, alude a un juguete y al dibujo en una pared– debe agradecérsele el pudor y la sensibilidad con los que cuenta una crónica dura, recurriendo a detalles simples y oportunos. Aunque uno desearía que Damián recibiera mayores explicaciones de los adultos para entender su situación, y a pesar de que el relato del pasado del terapeuta puede sonar algo forzado, no son pocos los aspectos estimables del film: la combinación de comprensión, paciencia, resignación y cansancio de los adultos del hogar de tránsito (interpretados con precisión por Cremonesi, Eva Bianco y otros), la sutileza al mostrar –como distraídamente– las cicatrices en el cuerpo de Damián o su sorpresa ante algo tan poco habitual para él como el perfume de un jabón, la inteligente decisión de no recargar con música los climas logrados por ciertos diálogos. Damián habla poco, pero dice mucho: ¿Quéres volver a tu casa? ¿No te fajaban a vos? se sorprende su amigo; Sí, pero era mi casa, responde Damián.
Entre los aciertos debe mencionarse el notable trabajo de dirección actoral con los niños, destacándose Vito Contini Brea como Damián, expresivo en cada uno de sus movimientos, su desaliño, su parquedad y su mirada (conmovedora la escena en la que vuelve a ver su casa). Desde ya, cuando el próximo año aparezcan las nominaciones a los Cóndor u otros premios destinados al cine argentino, sería justo que Contini Brea compita como Revelación Masculina de igual a igual con Santiago Armas Estevarena, el recordado Strasserita de Argentina 1985 (2021/2022, Santiago Mitre).

Por Fernando G. Varea

Los espacios de la memoria

LA CASA DE LOS TÍOS
(2022; dir. Verónica Rossi)

Las primeras imágenes lucen difusas, de colores disgregados, hasta que el sonido permite advertir que se trata de la proyección de viejas diapositivas. Las personas que empiezan a aparecer allí van siendo reconocidas, no sin sorpresa, por Mariano –quien luego irá acompañándonos con su presencia y su voz en off– y sus hijos (un varón y una nena avispadísima). Pronto descubrimos que detrás de la cámara que registra momentos como ese se encuentra Verónica Rossi, directora de La casa de los tíos y productora junto a Ana Taleb.
El film precisamente se llama así porque Mariano descubre en esas antiguas fotos a sus tíos y la casa que habitaban en Río Ceballos junto a sus primos Pepe y Migue, militantes políticos asesinados, siendo muy jóvenes, en distintas circunstancias. El reencuentro no es solo a través de fotografías sino de la vivienda misma, ya que después de varios años la abre, explora y recorre. Entonces, aunque la casa es hermosa y también lo es el entorno (las apacibles sierras de Córdoba), afloran recuerdos apesadumbrados y reflexiones agridulces, mientras se va hurgando en revistas, cartas y documentación familiar que ha perdurado en estanterías y cajones. Con naturalidad, en medio de conversaciones informales, el film provee información sobre el compromiso social del tío médico y la participación de los primos de Mariano en ciertas luchas y reivindicaciones que encendieron a buena parte de la juventud argentina a fines de los años ’60.
El hecho de desmontar y desmalezar el lugar no transmite la sensación de un allanamiento policial sino, en todo caso, una idea de exploración, de rastreo, de cariñosa búsqueda de restos de un pasado en el que confluían momentos angustiantes y felices, actitudes solidarias, la entereza del tío Miguel y la contención de su esposa Hilda.
La intimidad familiar en la que se mueve Mariano permite que algunas de las cosas que cuenta o evoca parezcan confesiones, como quien piensa en voz alta entre seres queridos: “Siento que he vivido entre fantasmas”, dice en un momento. Otros parientes y algunos vecinos suman sus voces, siempre de manera casual, ya que La casa de los tíos evita el didactismo impostado. Es interesante cómo registrando la inspección de esa casa por cuestiones familiares, va trazándose espontáneamente un bosquejo de lo que fue la historia argentina desde el primer peronismo hasta la última dictadura. Pocos apuntes bastan: por ejemplo, un fragmento documental en colores en el que se ve al presidente Arturo Illia (algo poco común en nuestro cine), o la valiente carta escrita por el tío Miguel a la revista Primera Plana, haciendo referencia al asesinato de su hijo de veintidos años y a una “campaña que tiene tanta similitud en toda Latinoamérica”, preguntándose en 1972 a qué consecuencias llevará “esta siembra de odio”. U otra carta, dirigida a un prominente político cordobés de la época, cuestionando el rol del peronismo ante la masacre de Trelew.
Aunque en la Argentina actual no faltan discusiones simplistas sobre hechos históricos que aquí aparecen a veces medio de soslayo, el film de Verónica Rossi procura la humanidad y la comprensión antes que dejarse ganar por la indignación. Esto incluye un tramo final benigno, en el que se revela el motivo de la conservación de una sencilla maqueta, y en el que ciertas señales de reparación histórica se funden con la emoción que despierta ver, desde remotos registros familiares (y con el acompañamiento de la oportuna música de Pablo Sorini y Pablo Alfredo Vergara), a Pepe y Migue jugando en un arroyo serrano con toda su luminosa juventud, o los pies descalzos de la tía Hilda caminando con suavidad sobre el agua, entre las piedras de la Historia.

Por Fernando G. Varea

La reina que desnuda

LA REINA DESNUDA
(2022; dir. José Celestino Campusano)

(Por EZEQUIEL GUERRICO)
Victoria: la vikinga. Entre la promiscuidad, la desfachatez moral y su posición de clase, se desenvuelve Victoria (de treinta y tantos o cuarenta y pocos), desequilibrando la taciturna vida de la ciudad santafesina de Gálvez. Pueblo chico infierno grande reza el refrán, pero para la libido de la protagonista no hay más infierno que el que se gesta como loop en su vientre violado desde adolescente.
La reina desnuda, de José Celestino Campusano y la productora CineBruto, nos entrega una nueva edición de su canon cinematográfico y tal vez una de las mejores performances en un protagónico femenino, a cargo de la rosarina Natalia Page. Esta femme fatal de la segunda década del SXXI, a diferencia de las blondas que supieron lucirse en pantalla en el noir policial del anterior siglo, no mata, no traiciona, no manipula: pero te la pone, te doma, te ubica. El correctivo antimoral que aplica va más allá de ella, y es ella. Lejos de moralizar, su “violencia” defensiva es táctica contra todo pero a favor de nada, su antiheroísmo es más vindicador de su desidia que una posición política militante. Léase: no, no es feminista en el sentido de praxis colectiva o de la cuarta ola, por ejemplo. Es un feminismo anarco individualista en épocas de Trump y decadencia progresista, de crisis de ideas, de terraplanismo y bitcoin.
Natalia Page se come la película: el registro actoral que logra la actriz en confluencia con el “dispositivo” cine bruto es de lo mejor que se vio en la filmografía de José Celestino. Está al nivel de los best moments del entrañable Vikingo pero por ahora sin secuela.
Violar el método, los métodos. Ética y belleza: des-respetando la imagen como objetividad de la belleza, el registro es más perverso que lo que el neurótico cree. Ahí radica la belleza de este cine. En un dialogo de Vikingo, uno de los personajes pregunta irónico: ¿Y el hígado?; ¿Qué hígado?, responde el segundo. Ambos ríen y fin del chiste. Podríamos reemplazar hígado por belleza. Explicitemos: los labios carnosos de tal «actriz del momento» yanqui, british o francesa, contra el de la morocha que va en patas al quiosco del barrio. Elija su propia belleza.
El tótem de la estética un poco nublado en la era del smartphone y de la compulsión, a la creación de imágenes que autoritariamente democratizan las social networks, se vuelve difuso; registrarlo todo es una contradicción dentro de lo contradictorio. El filtro predeterminado que todo lo “embellece”, la banda sonora random de algún clásico del rock, enaltecen no solo una story de Instagram sino también una serie de Netflix o el último producto audiovisual del impotente artístico de Adrián Suar. Entonces: ¿Qué hígado?
Violar la regla como método honesto de construcción artística, narrativa, estética, constituye lo más importante de la obra del binomio Campusano/CineBruto.
Del western del conurbano bonaerense hacia la pampa gringa. Este Clint Eastwood argento y suburbano –el realizador–, peronista por emisión u omisión, se une a directores tan disímiles como cercanos, de Pedro Almodóvar a John Ford y Sergio Leone, de Nicholas Ray a Scorsese; el progresismo de su obra radica tal vez en su conservadurismo territorial.
“Si el cine muere el único capaz de revivirlo sería John Ford”, dijo alguna vez Jean-Luc Godard. El melodrama sucio y desprolijo del autor de Vikingo, Vil romance o Fantasmas de la ruta es quizás la última carta de la pulsión cinematográfica. En tiempos de salas de cine muertas, resucitadas como iglesias o templos, y de la perversa multisala mainstream hegemonizando el business con sus recetas de tanques hollywoodenses, que expulsa y asesina todo lo que no se vea como oro e insinúa como mierda lo otro que, en realidad, es una expresión artística y cultural de calidad. Otra calidad.
¿Qué tiene que ver el autor del encabezado de este subtítulo con el cine del salvador que propone? Nada en términos de método narrativo/estético, todo en términos de tradición y poética. El cinebruto que propone todo el dispositivo que centraliza Campusano, con su diseño de producción en todas las etapas (desde técnicos a personajes, no actores y actores y actrices), es del cine necesario que genera fandom y mueve el amperímetro aunque pareciera caer en el nicho. Claro que combate contra grandes molinos las industrias culturales, pero tal vez caiga en el pecado de quijotarse.
SI en los 90s el nuevo cine argentino irrumpía en nuestra vida con Pizza, birra, faso como nave nodriza de una generación, tal vez el cine de Campusano deba pensarse como la superación estética en clave “lumpen”. Lo lumpen no como categoría de lo malo (lo no bello), lo moralmente repudiable, sino como lo que está y hay que “filmar”, lo que se ve pero se oculta.