13º FICIC: Amor cinéfilo en tiempos de cólera

Había estado en el Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín en dos oportunidades: en su segunda edición, allá por 2012, invitado a ser parte del jurado de la sección Largometrajes de Ficción, y dos años atrás, cuando la post pandemia estimuló mis ganas de respirar un poco de aire serrano y le agregué el plus de ver buen cine, permaneciendo allí poco más de un día, para luego dirigirme a otra localidad cordobesa.
Mi tercera visita al FICIC respondió a la necesidad de vivir el clima de un festival cinematográfico contrarrestando la zozobra de esta Argentina sometida a la experiencia de ser gobernada, o algo así, por un anarcocapitalista rodeado de funcionarios desdeñosos hacia lo que ha sido siempre parte de la riqueza de nuestro país (la lucha de los organismos de derechos humanos y el Juicio a las Juntas, la universidad y la salud públicas, el cine argentino). Sentirse acompañado durante unos días por personas de distintas generaciones y ciudades que comparten la misma idea del cine como un medio que puede ayudarnos (a aprender, a comprender, a imaginar) es algo impagable y en ese sentido, aunque sin la magnitud del BAFICI o el Festival de Mar del Plata –ahora de destino incierto–, el FICIC volvió a ser una fiesta cinéfila (tal vez este año más que nunca, por los motivos señalados). El evento suma el acierto de ofrecer alojamiento a realizadores, productores y periodistas, aunque esas gratificaciones impliquen no pocas dificultades de financiación: «Ante lo imposible, ante la evidencia de la falta (de recursos y tiempo), ante toda palabrería que solicite nuestra renuncia –expresaba en su texto de bienvenida el director artístico Roger Koza– solamente decimos no, afirmamos nuestra voluntad, seguimos adelante, pensamos en la acción, buscamos una alternativa para cada caso y confiamos en la cooperación virtuosa de muchas otras personas que no están dispuestas a dimitir. Si el FICIC puede hoy celebrarse es debido a nuestro deseo».
Llegando a Cosquín el viernes a la mañana, no pude ver largometrajes exhibidos el día anterior como Las ausencias (Juan José Gorasurreta) –de bello afiche–, la ucraniana La palisiada (Philip Sotnychenko) –a la que el jurado que integraron los realizadores Julián D’Angiolillo y Mariano Luque junto a la escritora Eugenia Almeida terminó premiando como Mejor Película de la Competencia Internacional–, y El realismo socialista (film inconcluso del maestro chileno Raúl Ruiz rescatado y reconstruido en 2023 por su viuda y colaboradora Valeria Sarmiento). Pero ya la amabilidad y simpatía de los directores del festival, Carla Briasco y Eduardo Leyrado (y de Facundo, el hijo de la pareja, incorporado este año a los jóvenes colaboradores del evento), más el encuentro ocasional con colegas, realizadores, actores y productores, anticipaban ratos placenteros. Así fue que, después de la contemplación del apacible río Cosquín y un paseo por las calles coscoínas (que un automóvil recorría con su propaladora, invitando a participar), pude internarme en el ritmo festivalero –más provinciano y amigable que en certámenes más grandes–, que abarcaba desde funciones a las diez de la mañana hasta otras a la medianoche en el teatro El alma encantada y el Centro de Congresos y Convenciones con su microcine.
De la programación pude ver varios cortometrajes, incluyendo Un movimiento extraño, del argentino Francisco Lezama, que con gracia, habilidad narrativa y calidad formal sigue los pasos de una chica supersticiosa que debe dejar su trabajo como guardia de seguridad en un museo y luego se involucra con el empleado de una casa de cambio. Algo de la realidad socio económica reciente de la Argentina y del deseo encontrándose con alguna forma de soledad asoman a través de ambos personajes (jóvenes anhelantes y desorientados, de actitudes algo cándidas y al mismo tiempo materialistas), muy bien encarnados por Laila Maltz (vista en varios largometrajes a partir de Noelia, el corto dirigido por María Alché) y Paco Gorriz, más unos pocos más, además de certeros toques humorísticos y musicales. Aquí la entrevista que pude hacerle a Lezama en torno a este trabajo, premiado en FICIC y antes, en febrero, en el Festival de Berlín.
Muy diferentes son otros cortos que competían en el festival: enigmático y con un lúcido uso del sonido Bloom (de los españoles Samuel M. Delgado y Helena Girón), sobre una isla cierta o imaginaria; de tono cordial pero girando alrededor de una sola idea reiterada con la voz en off Yo fui asistente de Eduardo Coutinho (del brasileño Allan Ribeiro); razonablemente caótico, como un collage frío pero cautivante sobre estos tiempos revolucionados por el dinero y la tecnología, For here am i sitting in a tin can far above the world (de la francesa Gala Hernández López); de un interés que se diluye por monótonas voces en off en francés Tu trembleras pour moi (Pablo García Canga) y Pas Crever (de la cordobesa Sofía Bordenave); luminoso y despojado Rolle (del joven crítico argentino Tomás Guarnaccia), registro de una búsqueda en una ciudad suiza, con la casa de Jean-Luc Godard como objetivo aunque se podría prescindir de ese dato, y con la providencial aparición de un gato más sociable de lo que aparenta. Se exhibió también un mediometraje de Nicolás Prividera que había pasado por el BAFICI: Carta a una señorita en París, «una película sobre fantasmas atrapados en el limbo de la historia», como lo definió Luciano Monteagudo según cuenta el propio Prividera aquí. Los films y los textos de NP estimulan la reflexión y el debate; algunos los evitan mientras otros los deseamos. Sentido y disperso, Carta a una señorita… reúne registros en super 8 realizados por los padres del realizador durante su luna de miel en París en 1968 con otros recientes del propio Nicolás, atravesados por reverberaciones de Cortázar, la voz de la crítica francesa Claire Allouche e imágenes de agitadas protestas callejeras en la Francia actual.
El viernes se proyectaron dos largometrajes que convocaron mucho público y generaron comentarios: Las cosas indefinidas (María Aparicio), que el jurado de la Competencia Internacional premió con una Mención Especial, y El escuerzo (Augusto Sinay), que integró la sección Planos de provincia. Aparicio es la realizadora cordobesa de Sobre las nubes (2022) y en esta historia sobre una montajista (Eva Bianco, excelente una vez más) que cumple con su trabajo acompañada de un joven asistente (simpático personaje encarnado por Ramiro Sonzini, co-director del notable corto Mi última aventura, premiado en el BAFICI de hace dos años, y crítico en La vida útil) mientras sobrelleva el dolor por la muerte de un amigo, repite virtudes y deficiencias de su largometraje anterior: por un lado, una sensibilidad y una melancolía contenidas, expresando estados de ánimo a través de elaborados encuadres, planos que duran lo justo, suavidad en tonos y situaciones sin que esto genere apatía; por otro, cierta impostación (locaciones e iluminación forzadamente taciturnas, diálogos no siempre convincentes, plantas y flores como señales de ternura) y la recurrencia a las contrariedades que surgen del trabajo audiovisual, algo que suele usarse como pretexto narrativo para enriquecer un film. En cuanto a El escuerzo –que transcurre en el siglo XIX y era relacionado por algunos con el cine de Leonardo Favio de los años ’70–, no pude verlo pero valga la anécdota: con Sinay, joven director cordobés egresado de la ENERC, nos conocíamos solo por redes sociales después que yo compartiera una foto que le había sacado, de casualidad, en el Festival de Mar del Plata de 2013 junto a Bong Joon-ho.
Otras propuestas eran los Cortos de Escuela (con Sinay, la programadora Carla Briasco y la actriz Jazmín Carballo conformando el jurado), una retrospectiva de Julián D’Angiolillo (exhibiéndose todos sus cortos y largometrajes documentales, incluyendo el valioso Cuerpo de letra y el reciente La gruta continua) y una sección cuyo nombre generaba cierta intriga entre los asistenes (Invitación de la casa), dentro de la cual se incluyó El verano más largo del mundo, dirigida por Alejandra Lipoma y Romina Vlachoff.
A diferencia de mis dos experiencias previas en FICIC, no hubo mesas de debate ni presentaciones de libros. Pero no faltó Filmoteca en vivo, con proyecciones de películas en 35 mm. aportadas por Fernando Martín Peña, que no pudo estar presente. En mi caso, volver a ver El estado de las cosas (1982, Win Wenders, estrenada comercialmente en Argentina únicamente en el cine Lorca, de Buenos Aires, en marzo de 1988) fue, indudablemente, un acontecimiento cinéfilo, en un año en el que probablemente haya pocos a mi alcance: no había vuelto a ver la película desde que la alquilé en VHS muchos años atrás, por lo cual pude redescubrir sus méritos al tiempo que disfruté, junto al nutrido público, las sensaciones despertadas por esa proyección similar a las que se sucedían en las salas del mundo a lo largo del siglo pasado. No eran pocos los que se acercaban, antes y después, a hablar con el proyectorista coscoíno Luis Nogués, valorando su noble y ya postergado oficio. Después supe que fueron muchos también los que asistieron el sábado y el domingo para ver, en el mismo salón del Centro de Congresos y Convenciones, Alicia en las ciudades (1974) y Hammet (1982), igualmente dirigidas por Wenders, el realizador alemán que, después de une etapa irregular, volvió a interesar al público y la critica este año con Días perfectos (2023).
Todo estuvo a la altura de mis expectativas y el balance es positivo. Aunque entre las películas, las caminatas, los encuentros y los saludos se hacía presente, a cada momento, la preocupación por las dificultades para llevar adelante rodajes y festivales a partir de las medidas anunciadas y perpetradas por el actual gobierno nacional, con la anuencia de buena parte de nuestros legisladores. La fotografía que ilustra este texto (con la bandera argentina y un eslogan nada falso, teniendo en cuenta que en torno al mismo nos aglutinamos directores, organizadores, actores, críticos, estudiantes y asistentes en general) da cuenta de esa inquietud.

Fernando G. Varea

El arte de buscar

CATÁLOGO PARA UNA FAMILIA
(2023; dir. Iair Michel Attías)

Primer largometraje de Iair Michel Attías (cuyos antecedentes incluyen la edición del cortometraje de Lucrecia Martel Camarera de piso y de Breve historia del planeta verde, de Santiago Loza), Catálogo para una familia es un documental de esos disparados por el interés de un director por rastrear huellas y disipar dudas sobre su familia. En este caso, no son hechos de la historia argentina los que atraviesan la vida de las personas en cuestión (no directamente, al menos) sino el mundo de las vanguardias artísticas, ya que en el centro de la indagación hay un abuelo escultor (Jorge Michel), a quien el joven realizador no llegó a conocer.
Tras un expresivo comienzo –en el que voces, sonidos y datos desperdigados sugieren un proceso de identidad en movimiento–, el film comienza a desplegar, de distintas formas, información sobre ese abuelo “irascible”, marinero durante diez años, creativo publicitario, pareja de vida (con altibajos) de la pintora Josefina Robirosa y parte de la eclosión creativa que abarcó distintas disciplinas (artes plásticas, publicidad, arquitectura) en los años ’60 en Argentina. Acertadamente, con la aparición de Robirosa, Catálogo para una familia se ilumina y cobra colorido, aunque la reconocida artista no es la única pieza en el abanico de figuras relevantes (dan su testimonio o aparecen mencionados Clorindo Testa, Norman Briski, Marilú Marini, Alicia Diaconú y otros) y experiencias vinculadas a la modernidad sesentista, desde la exótica casa familiar que hicieron construir hasta las pulseras, los muebles y otros extraños objetos que Michel fue cincelando. En determinado momento, el director se arriesga a buscar obras de su abuelo difíciles de recuperar después de una exhibición en Nueva York.
Las soleadas casas, los amplios galpones, las oficinas y los museos que van asomando a lo largo de Catálogo para una familia introducen al espectador en un universo confortable, burgués podría decirse (como curiosidad, valga el dato de que parte del material de archivo proviene de la provocadora La hora de los hornos). Precisamente, al relato de Iair Michel Attías, a sus conjeturas y su búsqueda, tal vez le falten algo de incomodidad, una mirada (sobre su abuelo, sobre su familia, sobre el circuito del arte) menos afable, yendo un poco más allá de la admiración y la satisfacción por los indudables logros conseguidos durante su investigación y el rodaje. De todas formas, el documental encuentra el tono justo entre el cauce informativo y la semblanza, y ha sido editado y musicalizado con delicadeza.
Algunos datos y anécdotas –como ciertas particularidades del arte escultórico– encontrarán espectadores más atentos entre quienes se encuentren ligados de manera directa a la creación artística, pero se alternan con referencias a secretos, revelaciones, tristezas y alegrías que integran el recorrido de cualquier familia. Ciertamente, el film de Iair Michel Attías (estrenado en la sección Artes y Oficios de la edición de este año del BAFICI) sabe aprovechar esa posibilidad que tiene el cine de hacernos conocer y vivir otras vidas.

Fernando G. Varea

40 años no es nada

Cuarenta años atrás –exactamente el 1º de septiembre de 1983– se estrenaba en siete salas de cine de nuestro país La República perdida, el documental de Miguel Pérez con libro de Luis Gregorich y producción del dirigente radical Enrique Vanoli, que, a lo largo de dos horas y media, comentaba la historia argentina desde la oposición gobiernos democráticos-gobiernos de facto, abarcando desde el golpe militar de 1930 hasta el del 24 de marzo de 1976. La agitación que sacudía a la sociedad argentina ese año por el creciente repudio a la dictadura –al descubrirse el velo que, dificultosamente, resguardaba una siniestra trama de crímenes e ilegalidad (sumándose las consecuencias de la reciente guerra en el Atlántico Sur)–, así como por la inminencia de la recuperación democrática, llevó a que este film, oportuno y didáctico, realizado exclusivamente con material de archivo, fuera recibido con entusiasmo. De las escasas trece películas nacionales que se estrenaron en 1983, terminó siendo la tercera más exitosa (después de Los extraterrestres y Los fierecillos indomables, ambas con Porcel y Olmedo, destinadas al público infantil), acercándose al millón de espectadores, resultando el documental más visto en salas comerciales en toda la historia del cine argentino sonoro.
Contribuyeron al curioso fenómeno la necesidad de los ciudadanos de ver o rever material largamente ocultado, de repasar recovecos de nuestro pasado y de reivindicar a partidos populares menoscabados por el régimen militar, dentro de un ánimo imperante en el que se combinaban la bronca, la politización y un fuerte deseo por debatir (de hecho, las proyecciones solían ser interrumpidas por aplausos y comentarios en voz alta, reivindicando o desaprobando a determinadas figuras de nuestra historia).
La República perdida era, ciertamente, bienvenida en ese contexto, aunque una mirada atenta permitía advertir en la selección de su material, tanto como en su tenaz relato leído en off por Juan Carlos Beltrán, parcialidades y simplismos. Bien podría aplicarse el concepto de relato –frecuentemente endilgado al kirchnerismo– para referirse a la visión de la historia argentina ofrecida por esta película, que, según comentaba Vanoli a la revista Cine en la Cultura, era «un poco la continuación de la política de Ricardo Balbín en Línea Nacional», confesando que el propósito inicial había sido dedicárselo al histórico presidente de la Unión Cívica Radical, fallecido dos años antes. En Cine Boletín, el crítico Jorge Miguel Couselo la valoraba a la vez que le reprochaba omisiones «en cuanto la política no sólo depende de la posibilidad de gobernar o voltear gobiernos», el hecho de que (a propósito de una solitaria mención a Lisandro de la Torre) se ignorara a parlamentarios como Mario Bravo y Alfredo Palacios («que dieron lecciones de ética y verdadera democracia entre tanta corrupción»), a Juan B. Justo («uno de los hombres que más trató de darle contenidos a la política argentina») y a «las distintas vertientes de la izquierda que prevalecieron largamente en el movimiento obrero».
A pesar de estos u otros reparos, en el recorte de la historia argentina que proponía La República perdida se cuestionaba con franqueza a los sectores que apoyaban los golpes militares. En el comienzo mismo, hay menciones a la “oligarquía” y a los aristócratas argentinos, afirmándose que su fuerza consistía “en la alianza anudada con un poder imperial lejano y omnipotente” y se recordaba que, al querer promulgarse la ley de nacionalización del petróleo a principios del siglo XX, las compañías extranjeras se resistieron considerándolo un “atentado contra la libre empresa”.
Hoy no solo esas expresiones generarían rechazo en buena parte de la dirigencia política y del periodismo si aparecieran en un documental, sino que –a la luz de los resultados en las recientes elecciones y posicionamientos diversos de algunos de los principales candidatos–, la República parece tristemente perdida, en el sentido de extraviada, desorientada, confundida.
En abril de este año se estrenó un documental argentino significativo, también realizado con material de archivo: El Juicio (con dirección de Ulises de la Orden y productores de Argentina, Italia, Francia y Noruega), que recupera voces e imágenes del Juicio a las Juntas Militares después que lo hiciera, de otra manera, Argentina 1985 (Santiago Mitre) el año pasado. Aquí no hay ficción, no están Ricardo Darín ni Peter Lanzani, no hay musicalización (aunque reaparece la voz de Charly García al final), las víctimas y los victimarios son los reales.
De las más de quinientas horas de grabaciones registradas durante dicho juicio (que la televisión pública exhibió a cuentagotas en aquel 1985), Ulises de la Orden y su editor Alberto Ponce seleccionaron lo más revelador, dividiendo el film en 18 capítulos. Apenas unos breves textos explicativos al comienzo y al final (en los que los únicos presidentes que aparecen mencionados son Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner, haciéndose referencia a acciones que se auspiciaron relacionadas con este tema durante sus “gobiernos democráticos”, sin aclarar a qué partidos políticos representaban): ni un solo comentario en off, ni una sola imagen de afuera del recinto o de épocas anteriores o posteriores. Estas características permiten que El Juicio se vea como un trabajo serio y riguroso, en el que la verdad surge con toda su fuerza.
Está claro que, aun de esta manera, la selección de los segmentos elegidos podría relativizar el contenido, pero estos han sido administrados con suma delicadeza y habilidad. Lo demuestra, por ejemplo, el hecho de no desestimar las alocuciones de los acusados, incluyendo furibundas bravatas de Emilio Massera (eludidas en el film de Mitre), aunque puede decirse que los hallazgos son constantes. Los breves planos sucesivos de jóvenes que pasan a declarar, en determinado momento. Las oportunas puntualizaciones que sirven para ordenar los capítulos (“Incluso la abanderada”, “El oficio de buscar”). Aislados momentos en los que afloran espontáneamente risas (cuando la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú pide “repreguntar”; cuando el abogado de Roberto Viola se muestra ofendido por alguna expresión del fiscal Julio Strassera), bienvenidas pausas al penetrante dolor que transmiten muchos testimonios, personas que quiebran en llanto, el estrépito de un desmayo y la atmósfera permanentemente tensa, incómoda, perturbadora. La expresión de sorpresa de Mona Moncalvillo ante el cinismo del sacerdote Von Wernich. La aparición entre los declarantes de ex presidentes (Ítalo Lúder, Arturo Frondizi, un enérgico Agustín Lanusse). El dictador Jorge Videla leyendo con indiferencia la Biblia (el lúcido camarógrafo registra entre sus lecturas “Reflexiones sobre el Apocalipsis”). Las miradas y sonrisas sobradoras de los distintos acusados. Los rostros de algunos actores y actrices (Onofre Lovero, Martha Bianchi, Inda Ledesma, Virgina Lago), siguiendo con preocupación el juicio. Testimonios dejando en evidencia el pedido de dinero para el rescate de los secuestrados y la apropiación de bienes materiales, el agradecimiento de determinadas empresas a los militares por “la lucha contra la subversión”, la crueldad de las torturas (incluso a niños) y sus efectos. Las contradicciones que –en medio del descalabro institucional y la desafiante transgresión de los derechos más básicos– atravesaron extranjeros, periodistas, miembros de la Iglesia Católica y del Poder Judicial.
“En Argentina todos estábamos en libertad condicional” sostiene en uno de sus razonamientos el fiscal Luis Moreno Ocampo. “Mi hijo también merecía un juicio como este”, protesta la madre de una de las jóvenes víctimas, frase que resume con transparencia la enorme importancia y la legalidad de ese proceso judicial, que transcurrió entre abril y diciembre de 1985.
A diferencia de La República perdida cuatro décadas atrás, El Juicio se estrenó únicamente en el Malba (CABA), sumando algunas exhibiciones en otras salas y puntos del país (ninguna hasta ahora en Rosario), además de varios festivales, como siguiendo el camino de otras películas argentinas independientes. En estos espacios alcanzó una repercusión merecida aunque, por su valor, insuficiente. Tampoco disparó debates y recomendaciones en programas periodísticos o entre dirigentes políticos, como sí había ocurrido el año pasado con Argentina 1985. La explicación no habría que encontrarla en su duración (apenas media hora más que la del film de Mitre) y tal vez tampoco en el hecho de tratarse de un documental, teniendo en cuenta el fervor que La República perdida había generado en su momento. Probablemente, el film de Miguel Pérez era más amable (a los dos años hubo una segunda parte centrada en la última dictadura que tuvo menos éxito) y recurría a mecanismos narrativos más afines al cine de ficción (como subrayar la emoción en las escenas de congoja popular ante la muerte de Evita, con la ayuda de la notable música de Luis María Serra); además eran tiempos sin tantos medios para informarse (y desinformarse) como existen hoy.
Pero hay otra cuestión en juego: el zigzagueo de ideas, ideales y convicciones a lo largo de estos 40 años de democracia. En El Juicio, uno de los abogados defensores de los represores acusados repudia el «marxismo» del «desfile de subversivos» que constituía ese juicio, en tanto una de las víctimas afirma que en los oscuros años de la dictadura alguien le advirtió: “Unir a los pobres es subversión”. Cualquier parecido con hechos de actualidad no parece mera coincidencia: en estos días, un candidato a presidente (el más votado en las elecciones Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) definió la justicia social como «aberración», así como en alguna oportunidad confesó públicamente «detestar a los zurdos de mierda», mientras su acompañante para la vicepresidencia niega que haya habido terrorismo de Estado, calificando a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo como «personaje siniestro».
Todo parece indicar que habrá más motivos para reflexionar que para celebrar cuando, en diciembre, se cumplan cuarenta años exactos de la recuperación democrática; en ese sentido, el aporte que hace El Juicio es extraordinario.

Fernando G. Varea

Adriana Lestido: «Mirar afuera para mirar adentro»

Resulta difícil resumir con pocas palabras la trayectoria de la fotógrafa argentina Adriana Lestido, que abarca desde trabajos como fotoperiodista y docente hasta valiosos reconocimientos (las becas Guggenheim y Hasselbad y el Premio Konex de Platino, entre otros). Permanentemente dispuesta, por su propia vocación, a la sorpresa, al conocimiento y al descubrimiento, llegó a planear viajes en soledad a distintos territorios del Círculo Polar Ártico, no ya para fotografiar esos confines sino para filmarlos.
El pasado 17 de agosto estuvo en la sala de El Cairo (acompañada por la productora Lita Stantic), conversando con un numeroso público sobre el resultado de esa experiencia: un documental que pudo realizar viajando entre enero de 2019 y mayo de 2020, completándolo con un paciente trabajo de postproducción, al que tituló Errante – La conquista del hogar. Dividido en capítulos que representan las estaciones del año –como el nombre de un recordado film de Kim Ki-duk: primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera–, Errante conmueve por el abismal esplendor de los espacios que muestra, la belleza de las auroras boreales y la extraña energía que transmiten esas zonas cercanas al imán de la tierra, como explicó la directora durante ese encuentro con los rosarinos. Vale la pena agregar algunos de los fundamentos del jurado que le otorgó el Premio a la Innovación Artística en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata: “En esta época de la humanidad donde la inmediatez y lo efímero reinan, propone el regreso a una acción esencial del ser humano: la contemplación (…) la artista se arriesga a proponernos un viaje ancestral hacia nuestro propio interior. Con el enorme coraje de recuperar los orígenes no solo del ser sino también de la experiencia cinematográfica (…)”.
A continuación algunas preguntas que pudimos hacerle a Lestido después de ver Errante, que vuelve a proyectarse en Cine El Cairo en los próximos días.
– Casi toda tu película está realizada con planos fijos (salvo un plano desde un barco, si no me equivoco). Supongo que eso debe provenir de alguna manera de tu vocación por la fotografía, pero más allá de eso ¿por qué decidiste hacerla de esa manera y qué dificultades te trajo (teniendo en cuenta los fuertes vientos, por ejemplo)?
– Todos son planos fijos, incluso el del barco (en ese caso es el barco el que se mueve, la cámara está fija). La elección no tiene que ver con el hecho de ser fotógrafa sino con querer representar en cada escena estados contemplativos, como meditaciones visuales. Cuando se medita contemplativamente, el punto de vista es fijo y la mirada va un poco más allá de lo aparente y lo circunstancial. Es una manera de mirar afuera para mirar adentro. Los fuertes vientos, por supuesto, fueron una dificultad permanente, me tiraron con cámara y trípode más de una vez. Pero los planos fijos no incidieron en esto.
– Un poco por la decisión estética señalada, Errante no parece querer transmitir la adrenalina de la aventura o del riesgo (como indicaría, pienso, la cámara en movimiento o el sonido de tu respiración agitada).
– Tiene que ver con lo que te contesté anteriormente. Quería justamente lo contrario a lo que señalás: poder generar la calma y la quietud necesarias para conectar con el propio interior. Que la contemplación de la película fuera un viaje interior, como fue básicamente la experiencia para mí.
– ¿Te costó mucho la elección de las citas y canciones?
– No, para nada. Los dos momentos donde se escucha música corresponden a las únicas escenas grabadas desde el interior, era la música que yo estaba escuchando. Y la música de los créditos es una canción que amo y también, en parte, un homenaje a Gabo Ferro. Las citas quise que pertenecieran a textos leídos o escuchados durante la gestación de la película. Creo que cuando se está inmerso en un proceso creativo hay un ida y vuelta, le presto siempre mucha atención a lo que me llega en esos momentos.
– Aunque en la película se ven galpones, casas e incluso una iglesia, no aparecen en momento alguno seres humanos. ¿Fue casual, lo buscaste, y en ese caso, por qué?
– Fue básico que no hubiera ninguna presencia humana: solo rastros, huellas. Trabajar sólo con los elementos: el agua, el viento, la tierra, el fuego, la distancia… y los animales. Creo que son las mejores herramientas para poder conectar con planos más sutiles. Esto formó parte de la misma premisa de viajar sola con cámara, trípode y micrófono, sin ninguna compañía ni equipo técnico, ni ningún tipo de apoyo. En absoluta libertad. Estar sola en esas inmensidades. Se nace y se muere en soledad, abismándose en el vacío de lo desconocido. De eso se trataba para mí, de atravesar la transformación necesaria para poder renacer más liviana.
– ¿Tuviste que modificar algo importante durante el trabajo de postproducción?
– Por suerte no. El trabajo de postproducción enriqueció la película, limpiando y dándole fuerza al sonido. Fue muy fuerte el trabajo en ese sentido con el sonidista David Mantecón, que se entregó de lleno a la película. Y también el trabajo en la corrección de color que hice con Ada Frontini. Asimismo, fue fundamental trabajar el montaje con Elizabeth Wendling y poder darle todo el tiempo que la película necesitó para ser.

Fernando G. Varea

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BAFICI Rosario: cuatro días de encuentros cinéfilos

La posibilidad de elegir entre películas de diversos estilos, temáticas y procedencias, exhibiéndose al mismo tiempo en distintas salas, y de conversar con quienes han trabajado en ellas al finalizar la función –más la ligera adrenalina que genera la entrega de premios entre el material en competición– constituyen el principal disfrute que ofrecen los festivales de cine, de los que Rosario lamentablemente carece en la actualidad. Por esto resulta más que bienvenida la muestra del BAFICI Rosario que, desde hace 19 años, organiza Calanda Producciones, tomando de cada edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (uno de los más importantes de Latinoamérica) parte de lo exhibido y premiado allí, desplegándolo ante el público rosarino.
Este año se desarrollará del 24 al 27 de agosto, en las salas de El Cairo (Santa Fe 1120), Lumière (Vélez Sarsfield 1027) y AMR (Asociación Médica) (Tucumán y España). Toda la información puede encontrarse en las cuentas del BAFICI Rosario en Facebook e Instagram. A continuación, algunos datos y sugerencias para tener en cuenta (haciendo click en las palabras o títulos destacados, se puede leer lo ya escrito en Espacio Cine sobre las películas mencionadas).
REVELACIONES. Entre los méritos de Blondi, el debut como directora de Dolores Fonzi –donde interpreta ella misma a una madre algo inmadura muy apegada a su hijo veinteañero–, está el de no ser admonitoria ni retórica, cuidando que el vínculo de la protagonista con su hijo nunca derrape. Precisamente quien encarna a este último, Toto Rovito (hijo del productor y docente Pablo Rovito, nieto de Oscar Rovito y la inolvidable Bárbara Mujica), estará presente cuando el film se exhiba el jueves 24 a las 18 en El Cairo. Si el joven actor fue una de las revelaciones del año, otra ha sido, sin dudas, Lucía Seles, si bien estx directorx ya venía llamando la atención con trabajos previos: con Terminal Young dio un paso adelante, alzándose con el premio principal de la Competencia Argentina del BAFICI.  En este film, varios personajes se relacionan entre sí haciendo lo que pueden con sus vidas, entre conversaciones nerviosas y tensas acciones cotidianas, deslizándose desde el realismo hacia un humor absurdo, medio inesperado, sobresaliendo tanto el apoyo admirable de sus actores y actrices como la secuencia en la que distintos invitados van llegando a una reunión de cumpleaños, resuelta con gran capacidad para manejar una supuesta o real improvisación. Se anuncia que el/la imprevisible Salas estará presente, acompañando la proyección de su película, el domingo 27 a las 20.30 en El Cairo.
CINE LATINOAMERICANO. En la entrevista que pude hacerle al director del BAFICI Javier Porta Fouz cuando vino a Rosario a anunciar la muestra, éste planteaba lo difícil que se nos hace a los cinéfilos argentinos tener acceso a películas de países cercanos: precisamente, el BAFICI Rosario ofrece esa posibilidad. En el Lumière, el jueves 24 a las 18 se verá la chilena Muertes y maravillas, escrita, dirigida y editada por Diego Soto, sensible mirada sobre tres jóvenes amigos que reparten su tiempo en vagabundeos varios, acompañando a un compañero enfermo e interesándose por la poesía después de descubrir un libro. Mansa y de efecto persistente, obtuvo en el festival porteño el Premio Especial del Jurado. En la muestra rosarina de este año habrá también un corto uruguayo y un largometraje brasileño.
HOMENAJES. Del cine en fílmico proyectado en salas, con sus rituales y su magia, se ocupa La vida a oscuras, dirigida por Enrique Bellande (quien en la cuarta edición del festival había sido premiado por Ciudad de María). Este testimonio de la placentera ceremonia de ver películas a oscuras y con público, se combina con el registro del apasionado trabajo del coleccionista e investigador Fernando Martín Peña, sacando provecho de diversas situaciones, como una circunstancial charla con trabajadores de la TV Pública. Tuvo ya algunas exhibiciones en El Cairo, pero el 24 a las 20.30 se presentará con un plus: la presencia en la sala de Bellande y el propio Peña. Y si hablamos de homenajes, en el BAFICI tuvo el suyo el argentino Ezequiel Acuña, de quien aquí se exhibirá ese mismo día su primer largometraje, Nadar solo (2003, con la actuación de Alberto Rojas Apel, Santiago Pedrero, Tomás Fonzi y Antonella Costa, entre otros), a las 20 en el Lumière.
CINE DE TERROR. Reverberaciones del género de terror y de las primeras experiencias del cine se encuentran en Íntima, perturbadoramente bello corto del rosarino Gustavo Galuppo Alives, que se exhibirá por primera vez en una sala en nuestra ciudad: será el 24 a las 20.30, en el Lumière. A su vez, el domingo 27 a las 17 en la sala de la Asociación Médica se podrá ver una de las películas que más atrajeron al público en la edición de este año del festival porteño: Otra película maldita, de Alberto Andrés Fasce y Mario Varela, documental que, a lo largo de dos horas, repasa lo que se ha hecho en materia de cine de terror en el cine argentino. Vale destacar que, entre los numerosos testimonios que reúne, aparece el del crítico Diego Curubeto, fallecido el pasado mes de junio.
DOS DIRECTORES ARGENTINOS. Dos de los más valiosos (y prolíficos) realizadores argentinos de los últimos años serán de la partida: Alejo Moguillansky y Martín Farina estarán dialogando con el público. El primero, después de la proyección de Un andantino (donde toma textos e ideas disparados por la pianista Margarita Fernández, partiendo de una escena eliminada de su notable La vendedora de fósforos), el viernes 25 a las 20.30 en El Cairo. Farina, en tanto (de quien perduran todavía los efectos de El fulgor, exhibida el año pasado), presentará Los convencidos, en la que registra conversaciones informales durante las cuales asoman asuntos importantes, diferentes grados de paciencia y apertura al diálogo, e incluso cierto larvado machismo. Se verá el sábado 26 a las 20.30 en El Cairo, después de un corto de Mariana Bomba, y tras lo cual (a las 22.30) se exhibirá el largometraje que mereció los premios a Mejor Dirección de la Competencia Internacional, Estímulo al Cine Argentino y Mención Especial por el Sonido: El santo, de Agustin Carbonere.
MÚSICOS EN EL CINE.  El jueves 24 a las 21 en AMR será el turno de Canción sobre canción, de Fernando Arca, en la que Liliana Herrero y Horacio González dialogan en la intimidad de su casa sobre las versiones de canciones de Fito Paéz grabadas por Herrero en su último disco. Vinculado a artistas diversos (Iggy Pop, por ejemplo), el tatuador de celebridades Jonathan Shaw es el centro del documental Scab Vendor, de Mariana Thome y Lucas de Barros, programado para el viernes 25 a las 22.30 en El Cairo. A su vez, sobre otros músicos se ocupan VHS Tape Replaced, corto de Arabia Saudita en torno al esforzado imitador de un cantante, y Operación Travesti, del argentino Rodrigo Ottaviano, que indaga en un histórico disco de Daniel Melero; ambos se proyectarán en El Cairo el sábado 26 a las 18. El mismo día y a la misma hora, pero en AMR, podrá verse Llamen a Joe, de Hernan Siseles, documental en torno a Joe Stefanolo (conocido por muchos como «el abogado del rock»), con anécdotas y testimonios de Andrés Calamaro, Pipo Cipolatti, Andy Chango y otros.
MAESTROS VARIOS. La arquitectura es parte de Los eucaliptus, corto de Nicolás Suárez e Ignacio Ragone que integrará la función del jueves 24 a las 18 en el Lumière, así como también de Clorindo Testa, documental en el que Mariano Llinás (el director de Historias extraordinarias y coguionista de Argentina 1985) expone sus dudas ante el compromiso de abordar en un documental la obra y el recuerdo del prestigioso arquitecto. Después de obtener en el BAFICI el Premio al Mejor Largometraje de la Competencia Argentina (además de generar algunas discusiones), se exhibirá en Rosario el sábado 26 a las 20, en el Lumière. Por su parte, en Catálogo para una familia Iair Michel Attías reconstruye la vida y el legado de su abuelo, escultor integrante de la vanguardia del Instituto Di Tella. Se exhibirá el domingo 27 a las 19 en AMR, con la presencia de su joven director.

Fernando G. Varea

Imágenes: fotogramas de Muertes y maravillas, Íntima, La vida a oscuras y Terminal Young.

La luz de una pasión

LA VIDA A OSCURAS
(2015/2022; dir. Enrique Bellande)

Si se piensa en un coleccionista surge probablemente la imagen de alguien hosco, mezquino, ensimismado, obsesivo. A Fernando Martín Peña –si bien puede admitírsele cierto grado de obsesión, necesario por otra parte por la precisión y organización que requieren sus tareas– se lo ve, más bien, apasionado, llano en el trato con quienes le ofrecen material para sumar a su colosal colección de películas tanto como con los espectadores de las funciones que lleva a cabo con frecuencia en distintos espacios (como el microcine de la ENERC y la sala del MALBA), satisfecho por repetir ciertas rutinas que le permiten repetir, una y otra vez, aquella maravillosa sensación de su infancia cuando vio las imágenes de unos fotogramas cobrar vida.
Así lo muestra Enrique Bellande (director de Ciudad de María, documental premiado en el BAFICI 2002): sin excederse en explicaciones, evitando beneficiosamente el sentimentalismo nostálgico y poniendo el acento en la obstinación del retratado en su trabajo, antes que en la excentricidad que podría sugerir una persona que vive en una casa abarrotada de rollos de celuloide, cajas y discos. «En algún lado estas cosas tienen que estar» dice FMP, afirmando tener unos 8000 largometrajes, además de incontables cortos y programas de TV.
Avanzando el film, va descubriéndose que el principal objetivo de Bellande es celebrar al cine como evento con público, lo cual incluye proyecciones que ya pocos hacen con material que el Estado debería preservar (aquí puede leerse la entrevista que le hice a Peña un año y medio atrás, en la que enumera con claridad los avances y retrocesos para la concreción de una cinemateca en Argentina). Peña es también docente y autor de libros, y ha dirigido el BAFICI y el Festival de Mar del Plata, entre otras cosas, pero aquí importa su devoción por atesorar películas en su formato original y por divulgarlas (incluso en el programa televisivo Filmoteca – Temas de cine), porque le conviene para airearlas y porque lo disfruta.
La vida a oscuras es sencilla en su planteo, rescata momentos como el cierre del laboratorio Cinecolor en 2016, imágenes de una función no muy concurrida con música en vivo (y traducción simultánea a cargo del propio Peña), la entrevista que le hace un periodista o especialista extranjero por su valiosa colección, y testimonios varios, aunque las palabras que la atraviesan no son muchas, se diría las necesarias. La parafernalia de sonidos, movimientos y artilugios técnicos que dan lugar a cada proyección puede sorprender a los espectadores más jóvenes, en tanto ver rollos arrojados a un contenedor estremece a todos los que sabemos lo que eso significa.
Unos pocos planos se detienen en la mirada o en pequeños gestos de un Peña nunca envarado ni particularmente ansioso (cuando aquí escribí tiempo atrás sobre su libro Cien años de cine argentino, sostenía que «ha demostrado por el cine desde muy joven una auténtica pasión sin histeria, y, además, suele opinar sin tener en cuenta lo que conviene o lo que algunos esperan que diga»). Bellande sabe sacar provecho de situaciones como una charla con trabajadores de la TV Pública cuando asoma una idea graciosa para cerrar su programa; mientras tanto, sin alardes, despliega la magia de muchos momentos en los que películas variadas (desde Los venerables todos hasta Noche de brujas, del cine negro a los hermanos Marx) son exhibidas ante un público también diverso, sabiendo que el empecinamiento por mantener vivo ese rito es el centro de su film.
Este año se estrenó en varias salas (después de haber sido premiada en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata) Herbaria, delicado y misterioso ensayo documental de Leandro Listorti sobre la preservación de especies vegetales, relacionándola con el trabajo de los archivistas audiovisuales. Aunque diferente, La vida a oscuras bien podría verse como un complemento, una pieza más para valorar el trabajo de quienes, con ardiente paciencia, impiden que los impulsivos avances tecnológicos y la indiferencia de muchos descuiden tanta riqueza audiovisual, sacándola a veces de sus refugios para compartirla generosamente. Como si se tratara de salir al rescate de desperdigados fantasmas, protegerlos y ayudarlos a que, cada tanto, cobren vida.

Fernando G. Varea