Francisco Lezama: «Hacer una película es como jugar con un cubilete y los dados»

Cuando en febrero el corto Un movimiento extraño, escrito y dirigido por el argentino Francisco Lezama, ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín, la sorpresa fue bienvenida: era el primer reconocimiento a nuestro cine después de la asunción de Javier Milei como presidente, en medio de noticias varias descalificando la importancia del INCAA y de las películas realizadas en nuestro país. Además, al agradecer el premio, el treintañero Lezama se expresó con claridad sobre la preocupante situación.
Un movimiento extraño tiene puntos en común con dos cortometrajes anteriores de Lezama: en La novia de Frankestein (2015) y Dear Renzo (2016) también hay jóvenes crédulos o inocentones y al mismo tiempo atentos al intercambio de dinero, conociéndose azarosamente, desplazándose sin mucho conflicto de un espacio a otro. Se pierden, se encuentran, bailan, se conectan con cierto desapego y buscan sobrevivir como pueden. La exhibición en el FICIC de este corto premiado en Berlín (en el que actúan Laila Maltz, Paco Gorriz, Sofía Palomino y Susana Pampín, entre otros) fue una buena oportunidad para hablar un rato con Lezama, sentados –junto al amigo y colega Fernando Herrera– en la soleada Plaza San Martín de Cosquín.
– En tu corto se advierte un gusto por el cine de género: hay algo de comedia, también de suspenso.
– Es así. Aunque trato de pensarlo de otra manera. Siento que, a partir de la modernidad, ir al género sin ningun tipo de reflexión queda un poco corto. Sabemos que el cine comenzó transversal y popular, con las clases altas y bajas juntas en una misma sala, hasta que el mercado empezó a segmentar al público. Yo soy cinéfilo desde muy chiquito y me formé viendo cine de género. Evil dead II (1987), de Sam Reimi, por ejemplo, que tiene su propia disolución del género, me había  fascinado porque no entendía si era comedia o terror. Una película de género que se corrompía y autodestruía, como un jugo gástrico. De ahí en adelante fue un poco la vara con la que veía las películas de género. Jean Renoir hablaba de lo que va degenerándose como la vida, que no tiene género. ¿La gran ilusión (1937) es una comedia sobre la Primera Guerra Mundial o qué es? El río (1951) tiene un momento super alegre que hace que la película sea mucho más triste. No me gusta el género cuando toca una sola nota rindiendo pleitesía a sus propias reglas. En el caso de Un movimiento extraño, me gustaba la idea de hacer una comedia romántica deconstruida, con esa guardia de seguridad de clase media baja que adelanta información sin saber si realmente las cosas son así o las fantasea, y que al cobrar una indemnización cambia de estatus y compra dólares. Las personas cuando están más tranquilas pueden armarse una película ellas mismas. Al tener dólares, la chica crea una comedia con un arbolito. La comedia romántica es la película que se hace el personaje. Un planteo muy rohmeriano.
– Al mismo tiempo, algunos detalles me recuerdan al cine de El Pampero: la música que usás, la manera de hablar de los actores, cierto tipo de planos.
– Sí, para mí Mariano Llinás es un cineasta de la concha de la lora. Alejo Moguillansky también, claro, tiene una tradición muy Rohmer, muy Jacques Rozier. Es verdad, en El Pampero está eso de poner en evidencia algo que se relata. Es borgiano eso, o de César Aira. Es la tradición literaria argentina.
– Los personajes intercambian dinero sin muchos escrúpulos pero eso es contado con encanto y sentido del humor.
– Eso de negociar, de sacar rédito, es parte del entramado del ser humano. Se trata de ver con cariño esa actitud, que puede ser  perversa desde un punto de vista moral, o perdonavidas, como creo que debe ser el cine. Ahí están como referencia Robert Bresson, Erich von Stroheim, por ejemplo Avaricia (1924) que está cumpliendo cien años. Es además como un registro de gestos. Una disposición a mostrar lo que fluctúa en el ser humano.
– A su vez, no parecen disfrutar mucho lo que van consiguiendo.
– No pienso en la psicología de los personajes. En la vida real cualquier cosa puede cambiar. Si un día hay mucho viento, cambia la psicología del personaje. Me gusta ir sorprendiéndome: a diferencia de otras disciplinas, el cine da esa posibilidad de poder contraponer sentido y armar algo más de colisión. Se puede ser realista bazinianamente y, al mismo tiempo, trabajar con la matriz del montaje y una síntesis. En algun punto no me caso con ninguna de las escuelas.
– Hay una realidad socio-económica que aparece lateralmente, como esa villa cercana al lugar donde la protagonista va a trabajar o las manifestaciones populares que se escuchan.
– Esas manifestaciones no estaban planeadas y fue algo así como “Vamos a aceptar lo que me da el destino”. En el guion se hablaba de una corrida cambiaria, la aparición de los trabajadores marchando fue algo imprevisto. Quedó muy bien pero yo podría haber decidido no filmar eso. Lo que pasa es que hacer una película es como jugar con un cubilete y los dados, aunque haya gente que hace cine de género queriendo hacer doble generala todo el tiempo. Hay que captar los imprevistos. Eso pasa con los actores, que me ofrecen una batería de gestos.
– ¿Cómo fue la elección de Laila Maltz y la idea de que su personaje trabaje como guardia de museo?
– Laila Maltz es una de las actrices más talentosas de la Argentina. Lo raro sería no llamarla. Lo mismo Susana Pampín, que está siempre muy dispuesta al juego. Por otra parte, me gusta escribir según lo que la vida me da. Voy construyendo los guiones a partir de ideas muy disímiles, aprovechando lo que tengo a mano. Yo trabajaba en el MALBA y veía siempre a los guardias de seguridad. En un encuentro de fin de año aparecían vestidos de civiles. Y claro, es un tipo de trabajo sin movilidad y, salvo que te conviertas en el capo de la seguridad de un museo, eso genera una sensación de libertad que muchos ven como irresponsabilidad. Además me interesó la idea de la atmósfera, de trabajar a la noche en un museo cerrado, esa cosa medio sonámbula. Y allí estaba la obra de Pablo Suárez, un artista que trabajó sobre las crisis con humor. Una de las fichas era filmar una de sus obras a la noche, con la linterna. El final incluso era distinto pero la pandemia cambió los planes. El que quedó lo veo chaplinesco y es como decir “Continuará eternamente”.

Fernando G. Varea

13º FICIC: Amor cinéfilo en tiempos de cólera

Había estado en el Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín en dos oportunidades: en su segunda edición, allá por 2012, invitado a ser parte del jurado de la sección Largometrajes de Ficción, y dos años atrás, cuando la post pandemia estimuló mis ganas de respirar un poco de aire serrano y le agregué el plus de ver buen cine, permaneciendo allí poco más de un día, para luego dirigirme a otra localidad cordobesa.
Mi tercera visita al FICIC respondió a la necesidad de vivir el clima de un festival cinematográfico contrarrestando la zozobra de esta Argentina sometida a la experiencia de ser gobernada, o algo así, por un anarcocapitalista rodeado de funcionarios desdeñosos hacia lo que ha sido siempre parte de la riqueza de nuestro país (la lucha de los organismos de derechos humanos y el Juicio a las Juntas, la universidad y la salud públicas, el cine argentino). Sentirse acompañado durante unos días por personas de distintas generaciones y ciudades que comparten la misma idea del cine como un medio que puede ayudarnos (a aprender, a comprender, a imaginar) es algo impagable y en ese sentido, aunque sin la magnitud del BAFICI o el Festival de Mar del Plata –ahora de destino incierto–, el FICIC volvió a ser una fiesta cinéfila (tal vez este año más que nunca, por los motivos señalados). El evento suma el acierto de ofrecer alojamiento a realizadores, productores y periodistas, aunque esas gratificaciones impliquen no pocas dificultades de financiación: «Ante lo imposible, ante la evidencia de la falta (de recursos y tiempo), ante toda palabrería que solicite nuestra renuncia –expresaba en su texto de bienvenida el director artístico Roger Koza– solamente decimos no, afirmamos nuestra voluntad, seguimos adelante, pensamos en la acción, buscamos una alternativa para cada caso y confiamos en la cooperación virtuosa de muchas otras personas que no están dispuestas a dimitir. Si el FICIC puede hoy celebrarse es debido a nuestro deseo».
Llegando a Cosquín el viernes a la mañana, no pude ver largometrajes exhibidos el día anterior como Las ausencias (Juan José Gorasurreta) –de bello afiche–, la ucraniana La palisiada (Philip Sotnychenko) –a la que el jurado que integraron los realizadores Julián D’Angiolillo y Mariano Luque junto a la escritora Eugenia Almeida terminó premiando como Mejor Película de la Competencia Internacional–, y El realismo socialista (film inconcluso del maestro chileno Raúl Ruiz rescatado y reconstruido en 2023 por su viuda y colaboradora Valeria Sarmiento). Pero ya la amabilidad y simpatía de los directores del festival, Carla Briasco y Eduardo Leyrado (y de Facundo, el hijo de la pareja, incorporado este año a los jóvenes colaboradores del evento), más el encuentro ocasional con colegas, realizadores, actores y productores, anticipaban ratos placenteros. Así fue que, después de la contemplación del apacible río Cosquín y un paseo por las calles coscoínas (que un automóvil recorría con su propaladora, invitando a participar), pude internarme en el ritmo festivalero –más provinciano y amigable que en certámenes más grandes–, que abarcaba desde funciones a las diez de la mañana hasta otras a la medianoche en el teatro El alma encantada y el Centro de Congresos y Convenciones con su microcine.
De la programación pude ver varios cortometrajes, incluyendo Un movimiento extraño, del argentino Francisco Lezama, que con gracia, habilidad narrativa y calidad formal sigue los pasos de una chica supersticiosa que debe dejar su trabajo como guardia de seguridad en un museo y luego se involucra con el empleado de una casa de cambio. Algo de la realidad socio económica reciente de la Argentina y del deseo encontrándose con alguna forma de soledad asoman a través de ambos personajes (jóvenes anhelantes y desorientados, de actitudes algo cándidas y al mismo tiempo materialistas), muy bien encarnados por Laila Maltz (vista en varios largometrajes a partir de Noelia, el corto dirigido por María Alché) y Paco Gorriz, más unos pocos más, además de certeros toques humorísticos y musicales. Aquí la entrevista que pude hacerle a Lezama en torno a este trabajo, premiado en FICIC y antes, en febrero, en el Festival de Berlín.
Muy diferentes son otros cortos que competían en el festival: enigmático y con un lúcido uso del sonido Bloom (de los españoles Samuel M. Delgado y Helena Girón), sobre una isla cierta o imaginaria; de tono cordial pero girando alrededor de una sola idea reiterada con la voz en off Yo fui asistente de Eduardo Coutinho (del brasileño Allan Ribeiro); razonablemente caótico, como un collage frío pero cautivante sobre estos tiempos revolucionados por el dinero y la tecnología, For here am i sitting in a tin can far above the world (de la francesa Gala Hernández López); de un interés que se diluye por monótonas voces en off en francés Tu trembleras pour moi (Pablo García Canga) y Pas Crever (de la cordobesa Sofía Bordenave); luminoso y despojado Rolle (del joven crítico argentino Tomás Guarnaccia), registro de una búsqueda en una ciudad suiza, con la casa de Jean-Luc Godard como objetivo aunque se podría prescindir de ese dato, y con la providencial aparición de un gato más sociable de lo que aparenta. Se exhibió también un mediometraje de Nicolás Prividera que había pasado por el BAFICI: Carta a una señorita en París, «una película sobre fantasmas atrapados en el limbo de la historia», como lo definió Luciano Monteagudo según cuenta el propio Prividera aquí. Los films y los textos de NP estimulan la reflexión y el debate; algunos los evitan mientras otros los deseamos. Sentido y disperso, Carta a una señorita… reúne registros en super 8 realizados por los padres del realizador durante su luna de miel en París en 1968 con otros recientes del propio Nicolás, atravesados por reverberaciones de Cortázar, la voz de la crítica francesa Claire Allouche e imágenes de agitadas protestas callejeras en la Francia actual.
El viernes se proyectaron dos largometrajes que convocaron mucho público y generaron comentarios: Las cosas indefinidas (María Aparicio), que el jurado de la Competencia Internacional premió con una Mención Especial, y El escuerzo (Augusto Sinay), que integró la sección Planos de provincia. Aparicio es la realizadora cordobesa de Sobre las nubes (2022) y en esta historia sobre una montajista (Eva Bianco, excelente una vez más) que cumple con su trabajo acompañada de un joven asistente (simpático personaje encarnado por Ramiro Sonzini, co-director del notable corto Mi última aventura, premiado en el BAFICI de hace dos años, y crítico en La vida útil) mientras sobrelleva el dolor por la muerte de un amigo, repite virtudes y deficiencias de su largometraje anterior: por un lado, una sensibilidad y una melancolía contenidas, expresando estados de ánimo a través de elaborados encuadres, planos que duran lo justo, suavidad en tonos y situaciones sin que esto genere apatía; por otro, cierta impostación (locaciones e iluminación forzadamente taciturnas, diálogos no siempre convincentes, plantas y flores como señales de ternura) y la recurrencia a las contrariedades que surgen del trabajo audiovisual, algo que suele usarse como pretexto narrativo para enriquecer un film. En cuanto a El escuerzo –que transcurre en el siglo XIX y era relacionado por algunos con el cine de Leonardo Favio de los años ’70–, no pude verlo pero valga la anécdota: con Sinay, joven director cordobés egresado de la ENERC, nos conocíamos solo por redes sociales después que yo compartiera una foto que le había sacado, de casualidad, en el Festival de Mar del Plata de 2013 junto a Bong Joon-ho.
Otras propuestas eran los Cortos de Escuela (con Sinay, la programadora Carla Briasco y la actriz Jazmín Carballo conformando el jurado), una retrospectiva de Julián D’Angiolillo (exhibiéndose todos sus cortos y largometrajes documentales, incluyendo el valioso Cuerpo de letra y el reciente La gruta continua) y una sección cuyo nombre generaba cierta intriga entre los asistenes (Invitación de la casa), dentro de la cual se incluyó El verano más largo del mundo, dirigida por Alejandra Lipoma y Romina Vlachoff.
A diferencia de mis dos experiencias previas en FICIC, no hubo mesas de debate ni presentaciones de libros. Pero no faltó Filmoteca en vivo, con proyecciones de películas en 35 mm. aportadas por Fernando Martín Peña, que no pudo estar presente. En mi caso, volver a ver El estado de las cosas (1982, Win Wenders, estrenada comercialmente en Argentina únicamente en el cine Lorca, de Buenos Aires, en marzo de 1988) fue, indudablemente, un acontecimiento cinéfilo, en un año en el que probablemente haya pocos a mi alcance: no había vuelto a ver la película desde que la alquilé en VHS muchos años atrás, por lo cual pude redescubrir sus méritos al tiempo que disfruté, junto al nutrido público, las sensaciones despertadas por esa proyección similar a las que se sucedían en las salas del mundo a lo largo del siglo pasado. No eran pocos los que se acercaban, antes y después, a hablar con el proyectorista coscoíno Luis Nogués, valorando su noble y ya postergado oficio. Después supe que fueron muchos también los que asistieron el sábado y el domingo para ver, en el mismo salón del Centro de Congresos y Convenciones, Alicia en las ciudades (1974) y Hammet (1982), igualmente dirigidas por Wenders, el realizador alemán que, después de une etapa irregular, volvió a interesar al público y la critica este año con Días perfectos (2023).
Todo estuvo a la altura de mis expectativas y el balance es positivo. Aunque entre las películas, las caminatas, los encuentros y los saludos se hacía presente, a cada momento, la preocupación por las dificultades para llevar adelante rodajes y festivales a partir de las medidas anunciadas y perpetradas por el actual gobierno nacional, con la anuencia de buena parte de nuestros legisladores. La fotografía que ilustra este texto (con la bandera argentina y un eslogan nada falso, teniendo en cuenta que en torno al mismo nos aglutinamos directores, organizadores, actores, críticos, estudiantes y asistentes en general) da cuenta de esa inquietud.

Fernando G. Varea

38º Mar del Plata: el entusiasmo cinéfilo resiste

  • Durante la ceremonia de cierre del 38º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, la actriz, guionista y directora Ana Katz (que fue centro de un homenaje) recordó cuando, al asistir por primera vez como colaboradora, había tenido que preparar credenciales para estudiantes que venían de distintas partes del país, de cuyo alojamiento y comida se hacía cargo el festival: ¿Eso va a volver, no? les preguntó intencionadamente a Fernando Juan Lima y Pablo Conde (respectivamente Presidente y Director Artístico del mismo). En otro momento, antes de la entrega de los premios, los propios Lima y Conde reclamaron, sin vueltas (aunque con ánimo jocoso, tal vez para no arruinar el clima de fiesta que se supone debe imperar en estas circunstancias), mayor presupuesto y más tiempo para la organización, entre otras cosas.
  • En verdad, pocas veces como este año el festival se balanceó –dificultosamente– entre dos realidades. Por un lado, un innegable recorte, que hizo añorar tiempos no tan lejanos, en los que los asistentes podíamos ver y escuchar en persona a reconocidas figuras del cine internacional (de Bong Joon-ho a Paul Schrader, de Vittorio Storaro a Jean-Pierre Léaud y Vanessa Redgrave), había publicaciones en papel (este año se presentaron varios libros, incluyendo dos dedicados a Vlasta Lah y Martín Rejtman, pero no existía un espacio donde encontrarlos), numerosos invitados (pocas películas estuvieron acompañadas por alguien de su equipo presente en la sala, como era habitual) y recursos para estimular la participación de periodistas y estudiantes (que en esta edición quedamos medio librados a nuestra suerte, como si no importara mucho nuestra presencia). A pesar de ello, al mismo tiempo, las salas estuvieron siempre colmadas de un público entusiasta, hubo largas colas para acceder a las funciones gratuitas en el Teatro Colón y conmovían los aplausos cada vez que podía leerse en la pantalla –a través del spot del festivalCine y democracia, Memoria, verdad y justicia o Nunca más.
  • De los spots exhibidos antes de las funciones podrían objetarse el afán épico, el hecho de que en uno de ellos se vea una escuela rural al mencionarse el Monumento Nacional a la Bandera (sin ir más lejos, podrían haberse obtenido imágenes del mismo de una escena de Argentina 1985), que para sensibilizar se recurra a las figuras de los queridos Maradona y Messi (no muy ligados al cine) y que se eludan imágenes de películas previas a los años ’60, o que las referencias a la censura se limiten a la última dictadura (también se cortaban películas con anterioridad e incluso hay casos de censura posteriores a 1984, más sutiles por cierto); de todas formas, estos videos fueron pertinentes para energizar al público y recordar los peligros que implicaría la llegada al gobierno de los candidatos de LLA en el ballotage del próximo domingo (noble propósito apoyado con las presencias, dudosamente necesarias, del ministro y candidato Sergio Massa en la apertura y del jefe de asesores del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Bianco, en la clausura).
  • Dentro de la Competencia Internacional se exhibieron la coreana Mimang y la alemana Arthur & Diana. La primera, escrita y dirigida por Kim Taeyang, es una sucesión de encuentros entre un joven y una amiga a lo largo de cuatro años. Conversan, compartiendo recuerdos y pensamientos, mientras caminan sin apuro por sitios de Seúl. Un film melancólico tanto como monótono, que puede traer a la memoria otros similares, y cuyo encanto mayor reside en la seducción que ejercen las calles mojadas por la lluvia, algun bar semiescondido al que vuelven por un rato, y los rincones que el espectador tiene oportunidad de ir descubriendo en ese recorrido, en medio del trajín de la ciudad. El film alemán, en tanto, es algo así como un luminoso psicodrama: escrito, dirigido y actuado por Sara Summa, encarnando a una mujer que debe viajar de Berlín a París junto a su hermano y su bebé (encarnados por su hermano real y su pequeño y gracioso hijo), mientras discuten y afrontan imprevistos diversos. Filmado mayormente en 16 mm, las coloridas locaciones y la ocasional simpatía de las anécdotas que atraviesan el viaje le dan cierto atractivo.
  • Integrando la Competencia Latinoamericana, la colombiana El otro hijo (Juan Sebastián Quebrada) comienza ocupándose de los roces familiares de los que es testigo un adolescente hasta que –en una secuencia muy bien planteada– una fiesta juvenil ligeramente desmadrada es interrumpida por una tragedia. Allí comienza un duelo familiar, un quiebre emocional con el que el pibe, su madre, su padrastro y su padre (con quien no convive) lidian como pueden, desgarrados e intrigados por las dudas que quedan flotando en torno a ese dramático incidente. Inspirada en un hecho que conmovió a la familia del joven realizador, la película desliza una mirada sobre cierto sector de la sociedad colombiana (se muestra como natural que los chicos asistan a un colegio privado y anhelen continuar sus estudios en Europa), pareciendo una concesión el vínculo que termina estableciendo el protagonista con la novia de su hermano. Si cobra fuerza es por la calidad de las actuaciones y la autenticidad con la que expone el dolor ante la pérdida de un ser querido.
  • Un caso singular es El empresario (Germán Scelso), que integró la Competencia Argentina, documental que ensambla saludablemente inquietudes del propio director (hijo de un militante del Ejército Revolucionario del Pueblo) con testimonios de una familia víctima de acciones de su padre y compañeros suyos en 1976. Algunos datos que presenta al comienzo son relevantes al punto de que el film no tendría sentido desconociéndolos: apenas el empresario en cuestión fue liberado, el padre del director fue apresado y desaparecido por las fuerzas de la represión ilegal de la Argentina de la dictadura. Lo que cuentan el hijo y los nietos de aquel hombre secuestrado por el ERP interesa porque deja al descubierto matices que bien vale conocer o recordar: el relativo buen trato que recibió de los jóvenes raptores, el robo de un reloj por parte de las fuerzas militares-policiales cuando lo trajeron de vuelta a su hogar, y otros tantos. En esos detalles está lo mejor del film, errático en su forma y en el uso del material de archivo. No queda del todo claro si Scelso quiso cerrar heridas, rastrear recuerdos o, al hablar con estas personas, conocer algo más de su padre desaparecido: tal vez el resultado haya sido satisfactorio en lo personal, pero parece faltarle maduración o una posición ideológica más clara. Cabe señalar que en la misma sección hubo también dos producciones santafesinas, ambas ganadoras de varios premios y, curiosamente, codirigidas por parejas: La mujer hormiga (Betania Cappato/Adrián Suárez) y Vera y el placer de los otros (Romina Tamburello/Federico Actis); las dos ya tendrán en Espacio Cine el espacio que merecen.
  • Parte de la Competencia Latinoamericana, El castillo, de Martín Benchimol, es un documental que va exponiendo de a poco la curiosa historia de una empleada doméstica que ha heredado de su dueña un viejo castillo en pleno campo. Allí vive con su hija, juega con un par de animalitos, limpia, cocina, mira TV y entabla ocasionales vínculos con vecinos y visitantes bastante frívolos o interesados en aprovechar el lugar para obtener algún rédito económico. Sin salir nunca de Lobos (una de las localidades donde se filmó Juan Moreira, y uno piensa que a Favio seguramente le hubiera gustado este film), expone situaciones nunca extraordinarias exceptuando, claro, el punto de partida. Deliberadamente, seduce al espectador sin señalarle qué momentos son registros espontáneos y cuáles escenas recreadas por sus mismas protagonistas: No nos ve nadie le dice en un momento una mujer a Justina, cuyo rostro expresa toda la resignación, la dignidad y las emociones contenidas de su condición social o, digamos, de su clase. La música de José Manuel Gatica y la oportunidad de los encuadres logran que la cotidianeidad se cubra de un extrañamiento nunca artificioso.
  • Suele suceder que el festival sea una buena oportunidad para apreciar (en pantalla grande y condiciones óptimas, antes de su estreno comercial si es que llegan a tenerlo) las nuevas películas de directores reconocidos. No pude ver las más recientes producciones de Aki Kaurismäki, Víctor Erice, Michel Gondry y otros, pero sí lo último de Alice Rohrwacher, Bertrand Bonello, Lisandro Alonso, Radu Jude y Ryûsuke Hamaguchi. La chimera [La quimera], de la italiana Rohrwacher (directora de Le meraviglie, Lázzaro felice y el encantador corto Las pupilas, que se vio en Mar del Plata el año pasado y luego fue nominado al Oscar) y La Bête [La bestia], del francés Bonello (L’apollonide, Nocturama) son relatos seductores, intensos, que se extienden dispersándose, aunque con estilos distintos. La primera ensaya una suerte de fábula a partir de un hombre algo hosco (Josh O’Connor) quien, al salir de la cárcel, va relacionándose con su madre (curiosa caracterización de Isabella Rossellini), unos viejos amigos (ladronzuelos extrovertidos, típicamente italianos) y una joven estudiante de canto (Carol Duarte), entre otros personajes. Reuniendo viñetas en torno al robo de antiguas esculturas, una posible historia de amor, anécdotas familiares y excentricidades varias, La chimera va volviéndose irregular, forzando sugerencias metafóricas, aunque no pueden discutírsele la calidez que irradia y la empatía que generan los fotogénicos O’Connor y Duarte. Parecidos son los problemas, aunque diferentes los méritos, de La Bête: con una protagonista que parece vivir en tres épocas diferentes (espléndida Lèa Seydoux), recordando o imaginando en una lo que le ocurre en otra, resulta casi hipnótica la manera en la que va internando al espectador en una trama futurista que se alterna con una historia de amor imposible en los albores del siglo XX. Estética y narrativamente todo luce sumamente calculado, quizás demasiado (se reitera aquí la tendencia del director a la minuciosidad en la elaboración de encuadres y movimientos de cámara, junto a la elegancia o cierto glamour en las locaciones, la apariencia de sus criaturas humanas e incluso la música). Genera alarma sobre las consecuencias de los avances tecnológicos, colisionando confort y soledad, pero sin poder impedir que algunas reflexiones y chistes resulten simplones, dentro de un film más superficial que profundo.
  • En el marco del festival, el argentino Lisandro Alonso estrenó Eureka. Traten de no interpretar la película sino dejarse llevar, sugirió, presente en la sala, el propio Alonso. El consejo era razonable, ya que el film puede incomodar por lo enigmático, yendo de un comienzo en blanco y negro (suerte de western enrarecido, con Viggo Mortensen) a un episodio donde una mujer policía y su sobrina adolescente, en una reservación indígena estadounidense, llevan adelante con sencillez su vida cotidiana (como una actriz-cineasta, aparece en ambos segmentos Chiara Mastroianni). La chica extraña a su abuelo y, en determinado momento, recurre a un rito para contactarse con él, ingresar a otra dimensión, transmutar o –siguiendo la recomendación de Alonso– lo que cada uno piense o imagine. Una tercera parte se rinde a la belleza transparente y salvaje de la selva brasileña, sin desestimar problemas de explotación sufridos por los indígenas en los años ’70 en el país vecino. Maltratada por buena parte de la crítica tras exhibirse en Cannes, Eureka es, no obstante, más que valiosa como experiencia sensorial y probable reverso de la mitología del western, con un aire fantástico invadiendo la(s) historia(s).
  • Do not expect too much from the end of the world [No esperes demasiado del fin del mundo], del rumano Radu Jude (Sexo desafortunado o porno loco), es un excitado torrente de ideas (sobre la realidad rumana, la precariedad laboral en el mundo actual, la agresividad de los videos que se comparten y viralizan en redes sociales, el enloquecido ritmo de vida en las grandes ciudades) arrojadas mientras una ayudante de producción conduce su coche por Bucarest y alrededores buscando testimonios para un spot de seguridad laboral. Con la participación de Nina Hoss, el film es lúdico y acometedor, puede desviarse de su vértigo para mostrar silenciosamente tumbas armadas al costado de una ruta de las personas que murieron en accidentes de tránsito, o detenerse en un plano fijo final (extenso, extenuante, apasionante) dentro del cual no dejan de ocurrir cosas relacionadas con las dificultades y la manipulación en la elaboración de uno de esos videos sobre víctimas de accidentes laborales, e incluso insertar oportunamente fragmentos de una película rumana de 1981 sobre una mujer taxista. La protagonista (Ilinca Manolache, con un brilloso vestido cuyo colorido deliberadamente se escamotea, ya que buena parte del film es en blanco y negro) es hiperquinética, comprensiva con sus semejantes, rebelde a su manera, guarra en modos y reacciones: en su personaje se concentra la vivacidad de la película, que puede recordar a cierto cine satírico (Robert Altman, Lindsay Anderson) aunque con un sello propio, anárquico y juvenil.
  • Muy distinta es Evil does not exist [El mal no existe], del japonés Ryûsuke Hamaguchi (Drive my car, La rueda de la fortuna y la fantasía), sobre un hombre, su pequeña hija y un grupo de vecinos que ven cómo su apacible (y, al mismo tiempo, esforzada) vida en un pueblo rodeado de bosques puede ser alterada cuando una empresa pretende instalar en el lugar un glamoroso camping (glamping le llaman). Si esta consigna suena a algo ya visto, o a un drama de denuncia tan políticamente correcto como previsible, hay que decir que Hamaguchi hace otra cosa: nada puede salir bien de ese proyecto, parece ser la reflexión final, a la cual se llega lentamente, mientras aparentemente crece alguna forma de entendimiento entre las partes. Podría acercarse a un drama de calidad impostada si no fuera que el realizador impone su delicadeza habitual, sus planos demorados, su música magnética (que abruptamente se interrumpe, como los hachazos que el protagonista asesta sobre los troncos) y su exploración visual del entorno natural (de una serena belleza que ocasionalmente se torna misteriosa, fantasmal). Tanto en la caracterización de los personajes principales (de reacciones algo imprevisibles para lo que se espera de ellos) como en las alusiones al peligro y la construcción de un tramo final inquietante –sin apelar a golpes bajos ni a resoluciones tranquilizadoras–, Hamaguchi confirma su enorme capacidad.
  • Entre los espacios destinados al festival, se agregó este año uno esplendoroso de nombre raro (Chauvin) para algunas actividades, mientras dejaron de ser parte las salas del Ambassador y el shopping Los Gallegos. Tampoco hubo proyecciones de cine silente con música en vivo o de material que sorprenda por su carácter extraordinario, como venía ocurriendo en ediciones anteriores (en muchos casos gracias a aportes de Fernando Martín Peña). De todas formas, fue meritorio el rescate de Hombre de la esquina rosada (1962, del gran René Mugica, sobre relato de Jorge Luis Borges), en copia restaurada, así como de algunas películas –no las mejores– de Adolfo Aristarain, dos de Esteban Sapir (quien, recordemos, es autor de uno de los mejores spots realizados para el festival, nueve años atrás), y la palpitante Great Green Valley (1967), del cineasta georgiano Merab Kokochashvili, además de recordados títulos de Jean Rouch, Marguerite Duras y otros nombres igualmente estimables. Esto último, desde ya, fueron parte de las iniciativas dignas de ser celebradas.

Fernando G. Varea
Imágenes: interior y alrededores del Teatro Auditorium durante el festival; fotogramas de Evil does not exist, La Bête y Eureka.

BAFICI Rosario: cuatro días de encuentros cinéfilos

La posibilidad de elegir entre películas de diversos estilos, temáticas y procedencias, exhibiéndose al mismo tiempo en distintas salas, y de conversar con quienes han trabajado en ellas al finalizar la función –más la ligera adrenalina que genera la entrega de premios entre el material en competición– constituyen el principal disfrute que ofrecen los festivales de cine, de los que Rosario lamentablemente carece en la actualidad. Por esto resulta más que bienvenida la muestra del BAFICI Rosario que, desde hace 19 años, organiza Calanda Producciones, tomando de cada edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (uno de los más importantes de Latinoamérica) parte de lo exhibido y premiado allí, desplegándolo ante el público rosarino.
Este año se desarrollará del 24 al 27 de agosto, en las salas de El Cairo (Santa Fe 1120), Lumière (Vélez Sarsfield 1027) y AMR (Asociación Médica) (Tucumán y España). Toda la información puede encontrarse en las cuentas del BAFICI Rosario en Facebook e Instagram. A continuación, algunos datos y sugerencias para tener en cuenta (haciendo click en las palabras o títulos destacados, se puede leer lo ya escrito en Espacio Cine sobre las películas mencionadas).
REVELACIONES. Entre los méritos de Blondi, el debut como directora de Dolores Fonzi –donde interpreta ella misma a una madre algo inmadura muy apegada a su hijo veinteañero–, está el de no ser admonitoria ni retórica, cuidando que el vínculo de la protagonista con su hijo nunca derrape. Precisamente quien encarna a este último, Toto Rovito (hijo del productor y docente Pablo Rovito, nieto de Oscar Rovito y la inolvidable Bárbara Mujica), estará presente cuando el film se exhiba el jueves 24 a las 18 en El Cairo. Si el joven actor fue una de las revelaciones del año, otra ha sido, sin dudas, Lucía Seles, si bien estx directorx ya venía llamando la atención con trabajos previos: con Terminal Young dio un paso adelante, alzándose con el premio principal de la Competencia Argentina del BAFICI.  En este film, varios personajes se relacionan entre sí haciendo lo que pueden con sus vidas, entre conversaciones nerviosas y tensas acciones cotidianas, deslizándose desde el realismo hacia un humor absurdo, medio inesperado, sobresaliendo tanto el apoyo admirable de sus actores y actrices como la secuencia en la que distintos invitados van llegando a una reunión de cumpleaños, resuelta con gran capacidad para manejar una supuesta o real improvisación. Se anuncia que el/la imprevisible Salas estará presente, acompañando la proyección de su película, el domingo 27 a las 20.30 en El Cairo.
CINE LATINOAMERICANO. En la entrevista que pude hacerle al director del BAFICI Javier Porta Fouz cuando vino a Rosario a anunciar la muestra, éste planteaba lo difícil que se nos hace a los cinéfilos argentinos tener acceso a películas de países cercanos: precisamente, el BAFICI Rosario ofrece esa posibilidad. En el Lumière, el jueves 24 a las 18 se verá la chilena Muertes y maravillas, escrita, dirigida y editada por Diego Soto, sensible mirada sobre tres jóvenes amigos que reparten su tiempo en vagabundeos varios, acompañando a un compañero enfermo e interesándose por la poesía después de descubrir un libro. Mansa y de efecto persistente, obtuvo en el festival porteño el Premio Especial del Jurado. En la muestra rosarina de este año habrá también un corto uruguayo y un largometraje brasileño.
HOMENAJES. Del cine en fílmico proyectado en salas, con sus rituales y su magia, se ocupa La vida a oscuras, dirigida por Enrique Bellande (quien en la cuarta edición del festival había sido premiado por Ciudad de María). Este testimonio de la placentera ceremonia de ver películas a oscuras y con público, se combina con el registro del apasionado trabajo del coleccionista e investigador Fernando Martín Peña, sacando provecho de diversas situaciones, como una circunstancial charla con trabajadores de la TV Pública. Tuvo ya algunas exhibiciones en El Cairo, pero el 24 a las 20.30 se presentará con un plus: la presencia en la sala de Bellande y el propio Peña. Y si hablamos de homenajes, en el BAFICI tuvo el suyo el argentino Ezequiel Acuña, de quien aquí se exhibirá ese mismo día su primer largometraje, Nadar solo (2003, con la actuación de Alberto Rojas Apel, Santiago Pedrero, Tomás Fonzi y Antonella Costa, entre otros), a las 20 en el Lumière.
CINE DE TERROR. Reverberaciones del género de terror y de las primeras experiencias del cine se encuentran en Íntima, perturbadoramente bello corto del rosarino Gustavo Galuppo Alives, que se exhibirá por primera vez en una sala en nuestra ciudad: será el 24 a las 20.30, en el Lumière. A su vez, el domingo 27 a las 17 en la sala de la Asociación Médica se podrá ver una de las películas que más atrajeron al público en la edición de este año del festival porteño: Otra película maldita, de Alberto Andrés Fasce y Mario Varela, documental que, a lo largo de dos horas, repasa lo que se ha hecho en materia de cine de terror en el cine argentino. Vale destacar que, entre los numerosos testimonios que reúne, aparece el del crítico Diego Curubeto, fallecido el pasado mes de junio.
DOS DIRECTORES ARGENTINOS. Dos de los más valiosos (y prolíficos) realizadores argentinos de los últimos años serán de la partida: Alejo Moguillansky y Martín Farina estarán dialogando con el público. El primero, después de la proyección de Un andantino (donde toma textos e ideas disparados por la pianista Margarita Fernández, partiendo de una escena eliminada de su notable La vendedora de fósforos), el viernes 25 a las 20.30 en El Cairo. Farina, en tanto (de quien perduran todavía los efectos de El fulgor, exhibida el año pasado), presentará Los convencidos, en la que registra conversaciones informales durante las cuales asoman asuntos importantes, diferentes grados de paciencia y apertura al diálogo, e incluso cierto larvado machismo. Se verá el sábado 26 a las 20.30 en El Cairo, después de un corto de Mariana Bomba, y tras lo cual (a las 22.30) se exhibirá el largometraje que mereció los premios a Mejor Dirección de la Competencia Internacional, Estímulo al Cine Argentino y Mención Especial por el Sonido: El santo, de Agustin Carbonere.
MÚSICOS EN EL CINE.  El jueves 24 a las 21 en AMR será el turno de Canción sobre canción, de Fernando Arca, en la que Liliana Herrero y Horacio González dialogan en la intimidad de su casa sobre las versiones de canciones de Fito Paéz grabadas por Herrero en su último disco. Vinculado a artistas diversos (Iggy Pop, por ejemplo), el tatuador de celebridades Jonathan Shaw es el centro del documental Scab Vendor, de Mariana Thome y Lucas de Barros, programado para el viernes 25 a las 22.30 en El Cairo. A su vez, sobre otros músicos se ocupan VHS Tape Replaced, corto de Arabia Saudita en torno al esforzado imitador de un cantante, y Operación Travesti, del argentino Rodrigo Ottaviano, que indaga en un histórico disco de Daniel Melero; ambos se proyectarán en El Cairo el sábado 26 a las 18. El mismo día y a la misma hora, pero en AMR, podrá verse Llamen a Joe, de Hernan Siseles, documental en torno a Joe Stefanolo (conocido por muchos como «el abogado del rock»), con anécdotas y testimonios de Andrés Calamaro, Pipo Cipolatti, Andy Chango y otros.
MAESTROS VARIOS. La arquitectura es parte de Los eucaliptus, corto de Nicolás Suárez e Ignacio Ragone que integrará la función del jueves 24 a las 18 en el Lumière, así como también de Clorindo Testa, documental en el que Mariano Llinás (el director de Historias extraordinarias y coguionista de Argentina 1985) expone sus dudas ante el compromiso de abordar en un documental la obra y el recuerdo del prestigioso arquitecto. Después de obtener en el BAFICI el Premio al Mejor Largometraje de la Competencia Argentina (además de generar algunas discusiones), se exhibirá en Rosario el sábado 26 a las 20, en el Lumière. Por su parte, en Catálogo para una familia Iair Michel Attías reconstruye la vida y el legado de su abuelo, escultor integrante de la vanguardia del Instituto Di Tella. Se exhibirá el domingo 27 a las 19 en AMR, con la presencia de su joven director.

Fernando G. Varea

Imágenes: fotogramas de Muertes y maravillas, Íntima, La vida a oscuras y Terminal Young.

BAFICI Rosario: entrevista a Javier Porta Fouz

Días atrás, para anticipar la muestra del BAFICI Rosario, estuvo en Cine El Cairo de nuestra ciudad Javier Porta Fouz, director artístico del festival porteño además de curador de contenidos de Qubit.tv, docente y columnista en La Nación y otros medios. Antes de su intercambio con el público conversamos con él, quien recordaba haber estado en la sala durante una visita anterior a Rosario junto a su hija.
¿Cuáles son tus primeros recuerdos del BAFICI?
– En 1999, con mi novia de entonces, habíamos sacado pasajes para ir a Mar del Plata en semana santa y cuando vimos la programación del BAFICI decidimos quedarnos. Yo tenía credencial de prensa porque estaba en la revista El Amante desde el año anterior. Recuerdo películas de esa primera edición, como Velvet Goldmine (Todd Haynes) y Rushmore (Wes Anderson), que las vi dos veces, y la coreana Película mala infinita inacabable (Jang Sun-woo), de la que decíamos ¿Qué es esto, con qué se come? Era algo disruptivo. Al tercer año, Quintín nos llamó a mí y a Hugo Salas para hacer el catálogo y el diario del festival, y traducir Las guerras del cine, de Jonathan Rosenbaum. En una reunión dijeron que no tenían quien se ocupara de la grilla de programación y me ofrecí a hacerla. Era un contrato aparte, en 2001, así que el pago quedó boyando hasta que cobré nominalmente la misma plata cuatro años después (se ríe). Con Fernando Martín Peña en la dirección, empecé como programador. Las charlas a las que te obligaban las películas, esa idea de estar en una comunidad cinéfila, ya lo vivíamos con el Festival de Mar del Plata recuperado en 1996, que yo disfrutaba no solo por la sección Contracampo –con películas muy señaladas– sino porque era un festival clase A en regla, con estrenos internacionales. De pronto, competían películas de João César Monteiro que se exhibían por primera vez aquí. Recuerdo la proyección de La pelvis de J.W con la sala casi llena, quedándonos al final unos treinta espectadores, felices por completo.
– ¿Un gran disgusto y una gran alegría de tus años como director?
– El gran disgusto fue la cancelación del BAFICI en 2020. Ahí lloré… Habíamos vuelto el 1º de marzo de Berlín y estaba todo casi listo, pero nos dábamos cuenta de que no iba a hacerse. Ya había carteles advirtiendo que si uno venía de Europa tenía que guardarse, una cosa muy horrible. Me acuerdo que le dije al equipo de programación que termináramos de ver los cortos, era como la orquesta del Titanic (se ríe)… Al final tampoco se hizo online y estuvo bien, porque se guardaron películas como No va más, de Rafael Filippelli, que se estrenó como clausura el año siguiente. Otros disgustos fueron los invitados que cancelaron a último momento, como Brian De Palma. Entre las alegrías, recuerdo cuando confirmaron Peter Bogdanovich, Nanni Moretti, John Waters. El encuentro de Waters con Isabel Sarli fue histórico. O Michel Legrand en el Teatro Colón.
– Recientemente escribiste sobre Barbie (Greta Gerwig) y Oppenheimer (Christopher Nolan), esos fenómenos que le hacen más difícil a cierto cine encontrar salas, público y difusión.
– Para mí no afecta solamente a lo que podríamos denominar «cine independiente». Si te fijás en las cifras de 1984-1986, por ejemplo (según salió en un librito que tengo sobre el consumo de cine en Argentina), la recaudación de las diez películas más vistas daban un 15 por ciento del total, mientras que hoy las más vistas se llevan el 60 o 70. Esto no solo le hace mal a la película chiquita, o rara si querés. Pensá que uno de nuestros grandes cineastas vivos, Adolfo Aristarain, no filma desde 2004. El mercado cambió por completo.
– ¿Argentina 1985 podría verse como una excepción?
– Con esa película se dieron una cantidad de circunstancias, empezando por la presencia de Ricardo Darín. Y era un tema que iba a funcionar. Es también la lógica de un «tanque». Celebro su éxito, pero el problema está en que si los éxitos –tanto argentinos como extranjeros– son tan pocos, a la larga la diversidad se ve perjudicada. Creo que, por un lado, el periodismo le hace el juego a toda película gigante, yo me cansé de escribir notas en El Amante cuando salían con muchas copias El código Da Vinci o El Hombre Araña 2. Y por otro, deberían existir políticas culturales a favor de la diversidad de las pantallas. El cine argentino produce mucho, tiene una riqueza tremenda, es el mejor de Latinoamérica por lo que yo veo –y veo mucho, y no soy especialmente nacionalista–, pero ¿cuántas películas ve el gran público? ¿cinco o seis, casi todas con Francella o Darín? Si no tenés un star system renovado… Los actores estrella tienen sesenta años.
– ¿Eso te parece importante?
– La fórmula del éxito la da un poco eso. Corea del Sur tiene un star system que se renueva. Además, distribución y exhibición son dos patas flojas. Nuestro cine necesita rodearse de películas de un rango similar: si no se estrena cine mexicano, brasileño o chileno ¿con quién dialoga? Solo con la lógica «tanque». Rosenbaum hablaba de la «película acontecimiento». ¿Por qué son diez al año? Cuando el cine se hiperconcentra pierde riqueza. Aunque nunca se pudo acceder a tanta variedad, todo el mundo está hablando de las mismas dos películas. Con Barbie y Oppenheimer la noticia era que se estrenaran el mismo día, porque subyace la idea de que cada semana hay una sola importante para ir a ver.
– ¿Cuál es el principal problema que tenés como director del BAFICI?
– Desde 2021 los dólares cuestan más caro en Argentina, lo sabemos incluso por nuestros sueldos. Cuando a un festival en Chile les dicen que tienen que pagar 300 dólares por una película, es mucho menos que lo que es para nosotros. O un pasaje de avión… Nosotros en 2018 trajimos a Waters, a Philippe Garrel. Con una economía distorsionada de esta manera es muy dificultoso.
– Al ser un festival de CABA ¿no hay problemas que no dependan directamente de la situación económica nacional?
– ¿Cómo cuáles? (piensa)… Cuando nos fuimos del Abasto en 2013, el Hoyts pedía una cantidad de plata tremenda. Además se había desperfilado: la lógica de programación cuando empezó el BAFICI era diversa pero ya en 2012 no les interesaba el perfil del festival. Son cosas en las que no tienen que ver el Gobierno de CABA ni el Ministerio de Cultura. El Village pasó a ser Cinépolis. Y ante lo que hay que pagarle a esos cines uno debe pensar bien qué se lleva el presupuesto. Este año podíamos intentar hacerlo nuevamente en Belgrano, incluso nos llamaron de una cadena de cines, pero después del cierre de 2020 y casi también de 2021, hacerlo en salas del centro era una manera de volver a empezar. Me pareció ideal. Es donde el consumo de cine fue grande. Las calles Lavalle, Corrientes: la historia está ahí. Y por último: ningún festival puede ser tan grande como era el BAFICI hace quince años, en cuanto a cantidad de películas. La gente no puede procesar tanta información, estos dos últimos años nos funcionó bien con una cantidad más manejable. Tampoco circula tanto cine en otros festivales. Antes las películas de Cannes llegaban «vivas» a abril del año siguiente; ahora, ya para octubre o noviembre se estrenaron en cines y plataformas. El pozo del que se elegían las películas se achicó.
– Aunque entiendo que son decisiones de los jurados, los repetidos premios a películas de la productora El Pampero vienen generando cierta controversia.
– Lo gracioso es que eso sucede poniendo jurados que no tienen nada que ver uno con el otro. La primera de Mariano Llinás, Balnearios (2002), no ganó ni un saludo. Tampoco hemos exhibido todo lo que presentó El Pampero. Este año Clorindo Testa, de Llinás, ganó como Mejor Director, pero Mejor Película fue Terminal Young, de Lucía Seles, que es toda una revelación. Alejo Moguillansky, es cierto, ya es como una leyenda que casi siempre gana algo. Idealmente sería más variedad, ponele, pero a la vez son decisiones de los jurados en las que no influimos.
– ¿Por qué desaparecieron las competencias Latinoamericana y Derechos Humanos?
– La de Derechos Humanos en 2016 dejó de ser transversal y le dimos autonomía. La Latinoamericana la agregamos ese mismo año, en mi gestión. En 2019 notamos que se había reducido la producción de cine latinoamericano –al menos del que nos interesaba– y que esas secciones no tenían cobertura mediática. El espacio crítico que existía en los ’90 y principios de siglo no es el mismo que ahora, vos lo sabés. Ahora tenés influencers o algunos que escriben reseñas de cuatro líneas en Letterboxd. Los prenseros promocionan las funciones con famosos y la lógica de ver qué dice la crítica se volvió menos relevante. Pensá también que antes en CABA casi no había festivales y hoy tenés todos los meses.
– ¿Cómo fue que comenzaron a competir por igual largos y cortometrajes?
– Dependemos mucho de los espacios con los que contamos: entonces, lo que ocupan 20 largometrajes puede ser ocupado por 15 y uno que demande más tiempo, o por 10 programas de cortos. En 2018 había menos películas porque estaba La Flor (Llinás), de catorce horas, y tuvimos un festivalazo. Si en el total hay 215 o 250, a mí me da lo mismo. Además, los cortos le dan al festival vida y atractivo.

Fernando G. Varea
Nota publicada (con algunas modificaciones) en el diario La Capital, de Rosario (en su edición digital el 10/8/2023 para suscriptores y en su edidicón en papel el 12/8/2023)

Bafici 2023: diversidad, divino tesoro

Tiempo atrás escribíamos aquí que uno de los motivos por los que puede ser valorado un festival es por las películas que programa y premia: en ese sentido, el BAFICI sigue siendo un evento necesario y disfrutable, a pesar de algunos reparos. Es que –más allá de que ya poco tiene que ver con el maravilloso vértigo de propuestas e invitados de hace unos quince años– la cinefilia sigue atravesándolo, saludablemente.
Los reproches que pueden hacérsele a su edición Nº 24 son las consecuencias poco disimuladas de un evidente recorte presupuestario (pandemia, crisis económica y decisiones institucionales fueron llevándolo a este achicamiento), pero también la transformación que, casi imperceptiblemente, fue afectando a algunas secciones (desaparecieron Derechos Humanos y Competencia Latinoamericana, en tanto el material reunido en el apartado Políticas mostró un forzado intento de evitar temáticas con las que no simpatiza la coalición que gobierna la ciudad de Buenos Aires). Cierta flexibilidad para el ingreso a las salas de los periodistas acreditados compensó la falta de funciones de prensa, y la programación, aunque acotada, supo ser lo suficientemente diversa como para generar entusiasmo en espectadores con distintas predilecciones: amantes del cine animado, la comedia o el terror, seguidores de la obra de directores que trabajan al margen de la industria, interesados en la exhibición de films de otros tiempos en copias restauradas, en cortos y largos, ficciones y documentales.
A continuación, mis opiniones sobre algunas películas que pude ver durante mi paso por el festival.
LO NUEVO DE TRES BUENOS DIRECTORES. En Trayectorias fue programada Afire, del alemán Christian Petzold (Bárbara, Ave Fénix, Transit, Undine), uno de los pocos directores de relevancia internacional de los que cabe esperar algo bueno con cada nuevo trabajo. Premiada recientemente en Berlín, Afire divierte con un personaje curioso dentro de los que habitan la filmografía de Petzold: un joven algo reprimido y dubitativo (interpretado por Thomas Schubert), envuelto en un encadenamiento de imprevistos y equívocos en los que intervienen un amigo, la mujer que cuida la casa de verano donde pasan unos días (la luminosa Paula Beer) y un cuarto personaje que suma ambigüedad a la trama. El temor del protagonista a desenvolverse con espontaneidad, a dejarse llevar por demostraciones de afecto y por la propia naturaleza que lo rodea –excusándose con el cumplimiento de sus obligaciones–, deriva en situaciones graciosas sin descender a la burla, sobrevolando cierto encantador desconcierto. Un film serenamente bello, apenas misterioso, en buena medida alegre, con un tramo final que reúne hechos demasiado realistas y precisos para lo que se venía contando.
La francesa L’Envol (o Scarlet), dirigida por el italiano Pietro Marcello (La bocca del lupo, Martin Eden), que pasó por la Quincena de Realizadores de Cannes y pudo verse en Bafici también en Trayectorias, parte de un texto de Alexander Grin para plasmar la historia de una niña que crece en un ambiente rural junto a su padre, endurecido por su experiencia durante la Primera Guerra Mundial, y una vecina (excelente Noémie Lvovsky). Un drama que seduce enormemente con su belleza impresionista, las alternativas que van viviendo sus personajes (sobre todo su heroína, encarnada en su juventud por la bella Juliette Jouan), y el sutil poder que sugieren oficios nobles como el canto y la elaboración de juguetes de madera. Arriesga más al combinar materiales (breves fragmentos documentales insuflando realismo, música en momentos imprevisibles) que al forzar un encuentro en el desenlace.
Passages no solo formó parte de Trayectorias sino que el propio director, el estadounidense Ira Sachs (Por siempre amigos, Frankie) estuvo presente. En principio, el largometraje –preestrenado este año en Sundance– propone un triángulo amoroso entre un impulsivo cineasta (el alemán Franz Rogowski, habitual en el cine de Petzold), su marido (el británico Ben Whishaw, de Ellas hablan) y una maestra (la francesa Adèle Exarchopoulos, de La vida de Adèle). Pero si bien lo romántico, e incluso lo erótico, tienen su importancia en el relato, queda claro que a Sachs le interesó ir más allá, atraído por los vínculos entre estos seres frágiles pero decididos (a los que se suman circunstancialmente los padres de la chica y un cuarto en discordia), como si tuvieran vida propia. El que encarna Rogowski puede representar inmadurez, egoísmo, independencia o una suerte de recorte generacional: Passages estimula la discusión, y aunque podría inclinarse hacia el melodrama, por momentos parece preferir la comedia, o al menos una falta de gravedad y crueldad que se agradece, lo mismo que el hecho de evitar una puesta en escena chata o, digamos, televisiva.
CINE ARGENTINO: SELES, FARINA, LLINÁS. El premio a Mejor Largometraje de la Competencia Argentina fue para Terminal Young, escrita, dirigida y editada por Lucía Seles, alguien cuya personalidad y obra resultan atractivos para un festival como el BAFICI; de hecho ya tiene admiradores aunque sus películas anteriores no trascendieron mucho más allá de espacios porteños como la Sala Lugones. Terminal Young puede apreciarse como continuación o desprendimiento de trabajos previos, o no (como fue mi caso). Apenas empieza, se percibe que se trata de varios personajes relacionados entre sí, quienes, entre conversaciones nerviosas y tensas acciones cotidianas, hacen lo que pueden con sus vidas. La agitación de la cámara, tanto como algunos topetazos del montaje, son funcionales con el propósito de jugar con la inestabilidad emocional de estos seres que incluyen un treintañero inocentón y su madre (impagable Susana Pampín), una tenista de tendencias agresivas y otros, todos creíbles aunque lo que dicen y hacen se desliza ligeramente desde el realismo hacia un humor absurdo, medio inesperado. Sorprende que la atención que Salas deposita en gestos, miradas y repetición de algunas frases o lugares comunes (que tal vez todos tengamos) encuentre un apoyo tan admirable en sus actores y actrices, que bien podrían haber merecido un reconocimiento del jurado. La secuencia en la que distintos invitados van llegando a una reunión de cumpleaños, por ejemplo, demuestra una gran capacidad para manejar una supuesta o real improvisación. El recorrido en automóvil de dos de los personajes por puentes de Buenos Aires escuchando podcasts es otro condimento de este film con ecos de cierto Agresti, Martin Rejtman o el Daniel Burman de El abrazo partido (2004), aunque sin parecerse demasiado a alguno de ellos, con el discutible agregado de informales textos sobreimpresos en determinados momentos.
En Los convencidos, el joven y muy activo Martín Farina registra conversaciones a lo largo de una hora, en blanco y negro (salvo un fugaz momento en color en el que se alude a una película de Alfonso Cuarón), dividiendo el conjunto en cinco capítulos. En seguida surge una inquietud: ¿qué hacer cuando se está ante personas que no conocemos hablando o discutiendo? Una opción podría ser detenerse en sus miradas, gestos, risas y movimiento de sus manos; otra, prestar atención a lo que dicen y la convicción con la que lo dicen: teniendo en cuenta estas posibilidades, los dos últimos episodios resultan más simpáticos. En esas charlas asoman temas indudablemente importantes (capitalismo, monopolio, abusos sexuales), pero también diferentes grados de paciencia y apertura al diálogo, e incluso cierto larvado machismo. Un ejercicio de observación de usos y costumbres, un sencillo experimento, lejos del imaginativo despliegue audiovisual del anterior film de Farina, El fulgor (2022).
Clorindo Testa, por su parte, resulta más un show de módicos gags a cargo de Mariano Llinás en su casa y adyacencias junto a amigos y familiares, más algunos recuerdos de su padre Julio, que un documental sobre el arquitecto en cuestión. Bosqueja una crítica a una nota periodística del diario La Nación sobre Testa para finalmente ceder a la posibilidad de que lo escrito allí tiene lógica, y se cuida (como ocurre, de otra manera, en Argentina 1985, de la que fue guionista) de que no parezca un film antiperonista, pero sus principales problemas son otros. Al sostener que no quería hacer un documental sobre su padre “de esos en los que se sacan fotos y cartas de una caja”, ningunea a varias hermosas películas de ese tipo (como Carta a un padre, de Cozarinsky) y se despreocupa de poner en práctica esa ambición sin declamarla infantilmente. Por otra parte, la película de Llinás le escapa a la didáctica pero resulta egocéntrica y trivial, con chistes que parecen dirigidos a sus fans, que (en CABA, al menos, a juzgar por la sala colmada de la Alianza Francesa donde pude verla) no parecen ser pocos. El premio a Mejor Largometraje que obtuvo, teniendo en cuenta que casi todos los años El Pampero (la productora que integra) se lleva alguno, termina poniendo en duda el hecho de que el BAFICI procura descubrir, y recompensar, a nuevos valores.
Una curiosidad (que se alzó con los premios a Mejor Dirección y Premio Estímulo al Cine Argentino) es El santo, ficción de Agustín Carbonere que, a pesar de su título, no puede decirse que sea una reflexión sobre una temática religiosa sino, más bien, una suerte de provocación cercana al género fantástico y también al humor, a partir de la figura de un sanador muy poco angélico, de modales bruscos, deliberadamente desconcertante. Resulta arriesgado abordar con desapego la necesidad –quizás ancestral– de creer en milagros (para curar a un hijo, por ejemplo), no ya para cuestionar a un embaucador que se aprovecha de los sufrimientos de la gente sino para esbozar un relato como éste, por momentos incómodo, de ribetes artificiosos, que logra eludir lo ridículo gracias a la fuerza que le imprimen el extrañamiento de su luz, su música, sus escenarios, sus repentinos fundidos a negro.
DOS DE LA COMPETENCIA INTERNACIONAL. La portuguesa Índia, dirigida por un director de extraño nombre (Telmo Churro), es un recorrido por sitios y museos de Lisboa –con la excusa argumental de un guía turístico que, junto a su padre, debe acompañar a una turista brasileña– que emplea con libertad recursos creativos, oscilando entre la nostalgia y un tímido humor absurdo, pero sus voces en off y la dudosa efectividad de algunos chistes la tornan monótona. La chilena Muertes y maravillas, en cambio, escrita, dirigida y editada por Diego Soto, es igualmente mansa pero deja un efecto más persistente, siguiendo a tres jóvenes amigos que reparten su tiempo en vagabundeos varios, acompañando a un compañero enfermo (cuya muerte es sugerida con una admirable elipsis) e interesándose por la poesía después de descubrir un libro, lo cual no impide que un personaje diga, por ejemplo, Acá en Chile los precios son más altos que los salarios. Sensible film menor, amable con el espectador, obtuvo un Premio Especial del Jurado.
UN RESCATE, DOS CORTOS. En homenaje al centenario del nacimiento de la escritora y guionista rosarina Beatriz Guido, hubo una exhibición de objetos (libros, afiches) y la proyección ¡en 35 mm! de La casa del ángel (1957), La caída (1959) y El secuestrador (1958): tuve la oportunidad de ver esta última en una de las salas del Centro Cultural San Martín, intensa experiencia por los méritos del film, su valor histórico y la fortuna de apreciarla en esas condiciones, sumándose la satisfacción posterior de ver a un grupo de adolescentes de ambos sexos, eufóricos con lo que acababan de ver.
Entre los numerosos cortos que formaron parte de la programación, vale destacar los de dos artistas audiovisuales de valiosa trayectoria: Ernesto Baca y Gustavo Galuppo Alives.
En Fragmentación de un paisaje patagónico, Baca combina un breve poema de Roberto Santoro con material en super 8 misteriosamente encontrado bajo el rótulo Viaje a Puerto Stanley, 1981, es decir, antes de la Guerra con el Reino Unido. Un sugestivo ejercicio experimental de apenas tres minutos.
De Galuppo –único rosarino en esta edición del BAFICI, exceptuando la ya mencionada Beatriz Guido y Cristina Zaccaría Soprani, que da su testimonio sobre el legendario film de su padre El hombre bestia en Otra película maldita, documental sobre el cine de terror en Argentina– se exhibió Íntima, parte de una serie de obras realizadas a partir de impresiones en papel intervenidas materialmente. No mires, repite al comenzar (como le decía el protagonista de Tesis a Ana Torrent en una escena crucial de esa película), Siempre vuelven. Acá están. Yo te previne. La acariciante voz de GGA, inquietando con advertencias y reflexiones sobre espectros y demonios, acompaña una sucesión de imágenes editadas con una sofisticación sorprendente, superior incluso a trabajos anteriores suyos. Reverberaciones de las primeras experiencias del cine y del género de terror, con una banda sonora en la que rock y música amenazante se combinan con risas infantiles, más interrupciones que insinúan ataques, transmiten realmente una sensación angustiante. En la segunda de sus sesiones, suspiros (y sobre todo, escuchar la palabra besos) suavizan el atormentado ánimo que impera en el corto, perturbadoramente bello.

Por Fernando G. Varea