Mirko Buchín: «Cada corto es un aprendizaje»

Aunque es respetado y querido por su fecunda trayectoria como actor, autor y director de teatro, Mirko Buchín es también un apasionado cinéfilo, frecuentemente convocado por realizadores jóvenes para actuar en cine: “Está un poco encasillado, lo llaman siempre para hacer de viejo”, bromea su hijo Marcos. Y aunque el Concejo Deliberante de Rosario lo declaró Ciudadano Ilustre en 2008 y, con 89 años, reúne antecedentes más que suficientes como para recostarse en su prestigio, continúa dispuesto a ampliar la lista de cortometrajes en los que participa, trabajos que –con conmovedor entusiasmo– va anotando pacientemente en un cuaderno. Méritos que nos llevaron a querer conversar con él, abriendo una serie de notas de Espacio Cine a personalidades valiosas vinculadas a la producción audiovisual local.
Nacido en Juan Bernabé Molina, pequeña localidad del sur santafesino, Buchín siempre recuerda cuando en CABA se estrenó una obra suya premiada por Argentores (La casa de Ula) y fue invitado a almorzar con Mirtha Legrand en el canal 9 de TV: al mencionar su lugar de origen, conmocionó a todo el pueblo. En ese bagaje de anécdotas quisimos ingresar, sin poder resistirnos a indagar también en sus impresiones como espectador durante años en funciones del Cine Club Rosario y el Madre Cabrini, o ahora como consumidor de Netflix y QubitTV: así, a lo largo de la charla, fueron surgiendo su devoción por Luchino Visconti, William Wyller y Akira Kurosawa; la permanente revisión de películas, algunas de las cuales considera que envejecieron (Rebelde sin causa, Jules y Jim, La noche americana) mientras que otras mantienen su lozanía (La pasión de Juana de Arco, de Dreyer); las discusiones que ha tenido por preferir a Jerry Lewis antes que a Woody Allen; ciertos veredictos que desliza provocadoramente, con vehemencia y una sonrisa (“Detesto la Nouvelle Vague”, “Isabelle Huppert se ha transformado en una actriz insoportable”, “Marlon Brando y la música de Gato Barbieri en Último tango en París me resultan intolerables”, “Parasite me pareció falsa y efectista”). Tampoco se priva de recuerdos u opiniones categóricas cuando se le pregunta sobre cine argentino: “A mis alumnos de teatro les decía que la actuación de Enrique Muiño en Donde mueren las palabras es todo lo que no debían hacer, sin dejar de admitir que era un actor con estilo propio que todavía emociona, aunque la forma sea perimida”; que lo mejor de Mario Soffici como director no es Prisioneros de la tierra sino Viento Norte; que la mejor película del cine argentino tal vez sea Puerta cerrada, de Luis  Saslavsky; que Hugo del Carril fue uno de nuestros mejores directores y el comienzo de Más allá del olvido es magistral; que adoraba a María Duval y a Delia Garcés; que El secreto de sus ojos “no es cine sino TV, salvo la escena en el estadio de fútbol”; que le gustó mucho El camino de San Diego (Carlos Sorín); que debería volver a ver El aura (Fabián Bielinsky), “bien filmada pero demasiado hermética”; que lo mejor que hizo Lucrecia Martel (que le parece «pedante») es su corto Rey muerto.
– ¿Cómo fuiste integrándote al ambiente cultural rosarino?
– Un día fui con mis hermanos, primos, padres y tíos a una función de circo en Godoy, un pueblo vecino. En la segunda parte del espectáculo se representaba una obra de teatro y, en un momento, el acomodador me llamó: Dice tu tía que vengas conmigo porque te necesitamos en el escenario. Yo tendría 5 o 6 años. Mi tía sabía que yo era histriónico: debo tener todavía una página central del Billiken del año treinta y pico con las banderas del mundo, que yo se las decía de memoria. En el circo estaban buscando un chico para que hiciera un pequeño papelito y mi tía me llevó. Uno de los actores, detrás del telón, me dijo Vas a entrar y cuando yo te pregunte qué querés ser cuando seas grande, decime Quiero fumar como mi papá. Entre los actores había una mujer totalmente vestida de negro, de luto riguroso. Antes de salir a escena, en voz baja se divertían muchísimo, hasta que esta mujer salió a escena y se largó a llorar como una loca. Me impresionó eso: de la risa al llanto como si nada. Después actué en las veladas de la Sociedad Italiana del pueblo. Como no había secundario en Molina mis padres me mandaron a Rosario, donde estuve en casa de una señora que ayudaba a mi familia y que fue como una segunda madre para mí. Hice los dos primeros años en el Lasalle y el resto en el Nacional Nº2. Cuando mi tío y un hermano mayor comenzaron a gestionar un bar llamado Don Ángel, en San Nicolás y Tucumán, empecé a trabajar allí y en las historias de los clientes mamé la esencia del melodrama, uno de mis géneros favoritos. Mientras tanto estudiaba Filosofía y Letras en la facultad. Algunos libros de la biblioteca, de los que había un solo ejemplar, permitían sacarlos a la noche y devolverlos a la mañana, entonces yo los sacaba, estudiaba toda la noche y al día siguiente, antes de abrir el bar, iba en bicicleta a devolverlos. También había empezado a estudiar francés, con un libro de mi tío. Luego trabajé como secretario en el Consulado de España. Así fui conociendo a gente relacionada con el teatro, como Florencia Castagnino y Pedro Asquini, quien con su esposa Alejandra Boero dirigía Nuevo Teatro. De él conservo uno de los mejores elogios: cuando se estrenó El soldado de chocolate, de Bernard Shaw, en teatro circular, en el ya desaparecido Club Universitario, me encargaron la utilería y preparé billetes sumergiendo papel en té, haciéndoles dibujos con tinta china y acuarela; cuando los vio Asquini se sorprendió y dijo Con gente así va adelante un teatro. Ya en la segunda obra, La gaviota, hice un pequeño papel, aunque Chejov no tiene pequeños papeles sino papeles cortos.
– ¿Cuál fue tu primera incursión como actor en cine o TV?
– Dejando de lado Mamá es un tanque (1982), corto de Carlos Mandrini en cuya realización intervino también mi hijo Marcos, y que nunca se estrenó, lo primero que hice ante cámaras fue La noche del crimen (1987), un espectacular de una hora para TV dirigido por José María Cocho Paolantonio sobre cuento de Mateo Booz, con Pepe Soriano. Fue en Rincón, estuvimos varios días allí y salió muy bien. Fui aprendiendo la diferencia entre actuar en cine y en teatro. Vi muchísimo cine pero como actor sigo aprendiendo. En el primer episodio de Momento (2014), un corto que hice con Felipe Martínez Carbonell, debía sonreír y tenía un miedo espantoso, porque si en un teatro sonreís tímidamente no lo ve nadie, pero si en cine lo hacés exageradamente parecés Piñón Fijo… Ahora lo veo y me gusta porque supe hacerlo bien.
– De la década del ‘80 es tu trabajo como coguionista de Chechechela, una chica de barrio (1986, Bebe Kamín), sobre tu novela publicada quince años antes.
– La película no tiene nada que ver con el libro. Recuerdo que la mejor crítica que recibí de la novela fue de Angélica Gorodischer, que me mandó una carta que todavía conservo, contando que había ido al centro a comprarle algo a sus hijos y mientras leía el libro en el colectivo se reía a carcajadas. Cuando llegó a su casa, cocinando seguía leyendo y con el pie apartaba a sus hijos que querían ver de qué se reía. Al terminar de leer el libro se los dio, diciéndoles Léanla pero ojo, que es una novela triste. Es decir que la había entendido. Lo mismo me había dicho Carlos Barral cuando vino de España. No quiero hablar mal de nadie, pero en el guión de la película metieron cosas y faltó imaginación, por ejemplo en ese casamiento en el campo que parece un banquete de difuntos. En un principio el personaje principal no lo iba a interpretar Ana María Picchio –que en algunos momentos está estupenda– sino Susú Pecoraro, pero estaba haciendo Tacos altos y se consideró que sería algo parecido. En la novela ella sale de la iglesia vestida de novia del brazo de su marido y al verlo al Alberto, su ex novio, lo besa en la boca y piensa Me di cuenta que todo me había salido para la mierda. Pero eso no lo permitieron. Alguien me dijo que además querían agregar en la escena de la fiesta a Fito Páez cantando y les dije ¡No! ¡Es un perro cantando! Y así otro montón de cosas, hasta que en un momento, cuando querían cambiar el final, les dije Mirá, hacé lo que quieras, pero no me invites al estreno y si querés sacá mi nombre de la película.
– De todas formas, tengo entendido que algunas cosas de la película te gustaron.
– Sí (piensa, duda)… El tema es que el director no entendió el problema que plantea la novela. Por ejemplo: cuando algunos dicen que Esperando la carroza es la mejor película del cine argentino y un grotesco maravilloso, yo digo No saben una mierda: no es un grotesco, es una farsa. Grotesco era la obra de teatro. China Zorrilla le había pedido al director (Alejandro Doria) que no hiciera aparecer a la abuela desde el comienzo. Yo recuerdo haberla visto en la TV en blanco y negro, con Nora Cullen haciendo de la abuela, y era extraordinaria: uno no sabía que estaba viva hasta que no entraba. Acá llaman grotesco a lo que es exagerado pero en realidad es la conjunción de la risa y el drama. Esperando la carroza no tiene ningún momento que te emocione, que te saque una lágrima.
– ¿Cómo fue tu experiencia como actor con Los teleféricos (2010, Federico Actis), que integró Historias breves 6?
– No lo conocía a Actis, me llamó un día, nos conocimos e hicimos unas pruebas. Después me olvidé hasta que, dos meses después, me volvió a llamar. ¿Qué pasó?, le dije ¿No entrevistaron a nadie más? Resulta que habían entrevistado a 25 y terminaron eligiéndome a mí. Me llevé muy bien con todos pero no interactué mucho con Claudia Cantero o Juan Nemirovsky porque mi personaje no entraba en contacto con los demás, era muy pasivo. Era cuestión de miradas. Quedé muy conforme con ese corto que hizo una gran carrera, se exhibió en muchos países.
– Después siguieron otros.
– Aparecí en Cuatromil (2012, Elena Guillén). Era un papelito corto pero fue una buena experiencia. Salió muy lindo. Había una parte que yo llegaba a un lugar y preguntaban si allí vivía Fulano: según el guión tenía que decir Sí, vive acá, yo lo guío, pero como mi personaje era un viejo de barrio, propuse decir Sí, vive acá, venga que yo lo ubico. Enseguida me dijeron que lo diga así. También intervine como entrevistado en El teatro en la dictadura (2011, Viviana Trasierra/Cristian Cabruja) y como actor en La música (2011, Fernando Gondard), donde trabajé con una actriz que empezó conmigo, Mónica Alfonso. También en Sola en la pared (2018), un videoclip que gustó mucho.
– ¿Cómo fue el trabajo con Martínez Carbonell?
– Excelente. Yo le decía que me corrigiera lo que quisiera y al verme en los ensayos, en general, me decía Sí, es lo que quiero. O sino Corregí tal cosa. Para Retrato imaginario (2020) me dijo que ya me tenía elegido. Ahora me va a enviar el guión de lo que va a filmar en Argentina. Le dije que esperaba que tuviera un personaje para mí.
– En los últimos dos años actuaste en la miniserie Pájaros negros (2020, Jesica Aran) y el corto Severino (2019, Gastón Calivari).
– Respecto a Severino, un día me llamó Gastón Calivari, alumno de Josecito (Martínez Suárez), que era amigo mío también, después me envió el guión y finalmente nos encontramos en un bar. Por el estilo me recordaba a Nebraska (Alexander Payne) y cuando se lo comenté me mostró que en la presentación de su proyecto figuraba esa película entre las referencias. Había pensado en mí después de verme en Los teleféricos, que en la ENERC lo consideran el mejor corto hecho en Rosario. Después de otros encuentros y algún ensayo filmamos en Nogoyá, con Gustavo Garzón. Yo había sido el primer profesor de teatro de Garzón y nos encontramos cuarenta años después. Nos llevamos muy bien y se acordaba de mí. Era mi mejor alumno de aquélla promoción y le conté que debo tener todavía un breve informe que me pedían sobre el desempeño de cada alumno, y en el suyo había escrito Un chico joven con muchas condiciones, si no se echa a perder puede llegar a ser un excelente actor. Además, a Nogoyá fue todo el equipo técnico de la escuela de cine, como quince chicos todos estupendos. Si alguien escribía el guión, otro se encargaba del arte, otro del maquillaje, otro del sonido, etc. y en la próxima rotaban. Todos más o menos de la misma edad. Extraordinario. Empezamos por el final, yo parado en medio de un campo repleto de hormigueros. Cuando las hormigas empezaron a subir por el pantalón, como se me veía sólo la parte de arriba una de las chicas del equipo, arrodillada, me las iba sacando.
Último paquete (2019, Juan Marciano Ferrero) es sobre la adicción por los teléfonos celulares. ¿Cuál es tu relación con las nuevas tecnologías?
– No tengo celular. La computadora la uso lo mínimo indispensable. Tampoco tengo microondas. Porque me doy cuenta que la gente se envicia. En cuanto a Ferrero, me dirigió en cinco cortometrajes. En uno hice de mafioso italiano y se filmó en Don Leo, el bar de Avenida Pellegrini que ya cerró. Cuando le pedí al director, que era muy jovencito en ese momento y es de Leo como yo, que me enviara el guión para ver si lo podía hacer, me dijo ¿Cómo no lo vas a poder hacer? Nos conocimos, conectamos y se hizo. Después me volvió a llamar porque quería filmar un corto de un minuto, Navidad 60, para enviar a un concurso en España. Se hizo todo un día en otro restaurant. Al poco tiempo, me llamó para decirme que habían ganado el primer premio. Es muy lindo, con un muy buen trabajo de producción. Con él hice también Dos huevos, La perra, el chueco y el jefe, que se filmó en la EPCTV, y No pierdas el Norte, donde volví a trabajar con Nemirovsky.
– ¿Qué es lo más reciente que hiciste?
– Tres episodios de Detective de recetas, hecho en Rosario por Juan Pérez Cantón y Lautaro González. Y este año Calivari junto a otro chico, Juan Follonier, me llamaron para hacer La gauchada. Se filmó en abril y actué junto a Raúl Calandra. También me divertí mucho haciendo El maestro ruso, donde Piripincho (Héctor Ansaldi) y la Porota (Liliana Gioia) ensayan un cuento de Chejov, se critican y se destrozan hasta que llaman a un maestro ruso para que los dirija, que lo hago yo (recuerda al personaje y se ríe)… Es para el canal de Santa Fe, creo que va a verse en noviembre.
– ¿Qué valorás o disfrutás más de estos trabajos?
– Una de las cosas que les decía a mis alumnos de teatro es que deberían aprender el respeto que se le tiene al director de cine, la puntualidad y el silencio cuando se pide. En el teatro, el que no ensaya no ve el ensayo del otro. A veces me dicen Con la experiencia que tenés, ¿cómo trabajás con gente que recién empieza? Y yo les digo que tengo experiencia en teatro como actor, autor, director, iluminador, escenógrafo, profesor, director de ópera… pero como director de cine no tengo. Para mí cada corto es un aprendizaje. Y me dan alegrías, como cuando organizaron en el CCK un festival de cortometrajes argentinos y después alguien me dijo Pasaron tres cortos tuyos seguidos… Parecía el festival Mirko Buchín.

Por Fernando G. Varea

… Y el cine creó a Isabel Sarli

Mucho podría decirse de Isabel Sarli (la actriz argentina de El trueno entre las hojas, …Y el demonio creó a los hombres, Carne, Fuego y muchas más, fallecida el pasado 25 de junio), pero lo indiscutible es que fue un producto eminentemente cinematográfico y que, a través del cine, terminó convirtiéndose en un ícono de nuestra cultura popular. Si bien fue entrevistada muchas veces, en esta nota que le hicieron en Nantes (Francia) y que aquí rescatamos se refiere a algunos temas sobre los que poco le han preguntado. Fue publicada en la sección Mujer del diario Tiempo Argentino el 16/1/1986.

 

Viaje al principio de Marcello

(Por ALEJANDRO HUGOLINI)
Amó a Chéjov sobre Shakespeare, al cine italiano sobre el norteamericano, a Nápoles sobre el norte, a la vida por sobre todas las cosas. Fue amigo de Fellini y Giulietta, de Scola, Gassman, Ferreri, Loren, Benigni y Mijalkov. Filmó con Monicelli, Risi, Antonioni, Wertmüller, Zurlini, Tornatore, los Taviani, Polanski, Visconti y De Sica.
Admiró a Anna Magnani y Aldo Fabrizi, a Totò, a Jean Gabin, y sobre todo a Fred Astaire, “un bailarín tan excepcional que viéndolo hasta podías llorar”.
Fue uno de los cinco coroneles del cine italiano junto a Vittorio Gassman, Ugo Tognazzi, Alberto Sordi y Nino Manfredi.
Se casó con Flora Carabella, con quien tuvo a su hija Bárbara. Fue hombre de Catherine Deneuve y la hija de ambos se llamó Chiara. Vivió los últimos veinte años con Anna María Tatò.
Filmando siempre en Cinecittá, se sintió como “un empleado que va a la oficina todas las mañanas”, y por eso eligió películas que lo hicieran viajar. Así conoció Rusia, Inglaterra, el Congo, Brasil, Argentina, Alemania, y naturalmente Francia. Siempre vivió esos viajes como “aventuras, como si fuesen cuentos, fábulas en las que yo era el protagonista”.
Detestó el apodo de latin lover que le estamparon los periodistas norteamericanos después de La dolce vita. “¿Qué soy, un fenómeno de feria?” se preguntaba. Por eso hizo papeles de homosexual, de impotente, de marido de una mujer enana y hasta de hombre embarazado. Nada logró, siempre fue latin lover.
Siempre consideró que “el actor es un niño toda la vida”.
Hizo más de 170 películas entre 1938 y 1996.
El alcalde de Roma lo despidió con un breve discurso y la música de 8 ½. Dos días antes, el 19 de diciembre de 1996, cuando le dieron la noticia desde París, había hecho poner crespones negros en la Fontana Di Trevi. Sophia Loren le hizo el mayor homenaje imaginable para una italiana apasionada, al declarar “Sentí el mismo dolor que cuando murió mi madre”.
En setiembre él había cumplido 72 años, mientras estaba filmando en el norte de Portugal a las órdenes de Manoel de Oliveira su última película, Viaje al principio del mundo. En los momentos libres de la filmación registró, bajo la dirección de Anna María Tatò, el testimonio Mi ricordo, sì, io mi ricordo (Yo recuerdo), donde se remonta hasta la Segunda Guerra Mundial, los principios de su carrera y la infancia en su pueblo. Llegó a ver todo el material y a elegir el título.
Cuando supo que tenía cáncer volvió al teatro en Modena, con Las últimas lunas del autor triestino Furio Bordón. Allí abordó el drama de la soledad, con el personaje de un anciano: “Y sagrado es también ese viejo arisco y solitario que un buen día no se levantará más de su silla. Lo encontrarán con los ojos cerrados y las manos rígidas sobre las rodillas, mientras los auriculares seguirán cantándole al oído un coral de Bach”.
También ese año interpretó Sostiene Pereira, dirigido por Roberto Faenza y sobre un texto de Antonio Tabucchi, una historia sobre la Lisboa de los años ’30, bajo la dictadura de Zalazar.
En 1993 vino a la Argentina para filmar De eso no se habla con María Luisa Bemberg, sobre un cuento de Julio Llinás. La locación elegida fue Colonia, Uruguay, y uno de sus compañeros de esos días fue Osvaldo Soriano.
De la mano de Giuseppe Tornatore había encarnado en 1990 a otro anciano, que al recorrer Italia visitando a sus hijos muestra una imagen descarnada de las zonas oscuras del primer mundo, en la película Stanno tutti bene (Estamos todos bien).
En 1988 filmó Splendor” de Scola junto a Massimo Troisi, un sobrio anticipo de Cinema Paradiso.
En 1987 hizo Ojos Negros en Rusia, con Nikita Mijalkov.
En 1985 solamente filmó tres películas: Maccaroni con Ettore Scola, Ginger y Fred con Giulietta y Fellini y La doble vida de Matías Pascal con Monicelli.
En 1984 filmó Enrique IV de Marco Bellocchio, sobre texto del gran Luigi Pirandello.
En 1980 hizo La piel de Liliana Cavani y Fantasma de amor de Dino Risi, acompañado por Romy Schneider. En 1978, en Nueva York, filmó Ciao Maschio de Marco Ferreri con un joven Gerard Depardieu.
En 1977, con Sophia, interpretó a un locutor homosexual que cumple arresto domiciliario en la época del fascismo en Un día muy particular, también de Scola.
En 1976 se batió en duelo actoral con Gian María Volonté en la película de Elio Petri Todo modo: un anticipo del asesinato de Aldo Moro.
En 1976 apareció, recreando la filmación de La Dolce Vita, junto a Fellini, en la obra maestra de Scola Nos habíamos amado tanto.
En 1972 conoció a Catherine Deneuve, filmando La cagna bajo la dirección de Marco Ferreri.
En 1971, dirigido por Luigi Magni, filmó Escipión el africano con su hermano Ruggero y el mattatore Gassman.
Con De Sica, y acompañado por Sophia, filmó en 1970 Los girasoles en Rusia.
Con Luchino Visconti recreó la novela de Albert Camus El extranjero, en 1967.
En 1966 interpretó a Rodolfo Valentino en la comedia musical Ciao Rudy. Renunció a ella pagando una multa para filmar con Fellini El viaje de G. Mastorna, que luego nunca se realizó.
En 1964 hizo Matrimonio a la italiana. En 1963 Fellini 8 ½ y Los compañeros de Mario Monicelli, donde se muestran los primeros intentos de huelga en el Piamonte, a fines del siglo XIX. En 1963 Crónica familiar de Valerio Zurlini.
En 1959 se hizo famoso por La dolce vita de Fellini, con Anita Ekberg y Anouk Aimee. Tenía 35 años.
En 1958 trabajó en Los desconocidos de siempre y en 1957 en Las noches blancas, su primera película con Visconti, basada en un texto de Dostoievski.
En 1955 con Sophia protagonizaron La bella campesina, que literalmente debiera llamarse La bella molinera (mugnaia).
En 1953 hizo Los héroes del domingo, donde interpretaba a un fanático del fútbol.
En 1950 Contra la ley, de Flavio Calzavara.
En 1948 filmó Los miserables de Riccardo Freda e ingresó a la compañía teatral de Luchino Visconti, tras ser compañero de Giulietta Massina en una obra representada en el Centro Universitario Teatral. Con Visconti estuvo diez años, acompañado por actores de formación clásica como Gassman. Algunas obras: Un tranvía llamado deseo, La muerte de un viajante, La posadera, Tío Vania y Tres hermanas.
Sobre el final de la guerra, para evitar el servicio militar, se inscribió con otros jóvenes romanos en el Instituto Geográfico Militar de Florencia; después fue trasladado a Dobbiaco, a pocos km de la frontera austríaca. Se dibujó un salvoconducto falso y pasó a la clandestinidad, se escondió en Venecia y viajó en camión hasta Roma, donde regresó a su casa con una valija llena de habas, ya que sabía que pasaban hambre. Grande fue su sorpresa al enterarse que su hermano Ruggero trabajaba en el Hotel Excelsior como camarero, tras la llegada de los norteamericanos. Cree que su padre murió de diabetes por el exceso de comida, dulces y chocolates. Y él había viajado en camión con una valija de habas: una auténtica comedia italiana.
En 1942 filmó su primera película con Vittorio de Sica, Los niños nos miran.
En 1940 fue extra en La corona de hierro, de Alessandro Blasetti.
En 1938, con 14 años, debutó como extra en Marionetas, a las órdenes de Carmine Gallone. Junto a su madre estuvo en una escena de vendimia en un pueblo, “comimos gran cantidad de uva, pasamos una noche de fiesta y al amanecer nos dieron diez liras por cabeza”.
A los 11 años, en Roma, representó al mártir cristiano Sabino, en la parroquia de los santos Fabiano y Venancio, en una tragedia escrita y dirigida por el párroco Virgilio Caselli. Antes se había deslumbrado con los Dolomitas, siendo balilla en los campamentos que el fascismo organizaba para formar a sus futuros cuadros. “¿Quién había visto algo, aparte del barrio donde vivíamos?”. Él se apasionó con la naturaleza y militó en el bando contrario.
En 1933 su familia se trasladó a Roma, donde su padre Ottorino y su abuelo instalaron la carpintería de la que él siempre recordaría, especialmente, el olor de la madera.
En este viaje al principio de Marcello sólo nos detuvimos en algunos lugares. Y como todo retorno, debe culminar en su casa natal, en Fontana Liri, provincia de Frosinone, un 23 de setiembre de 1924.
Allí imaginamos una inscripción, evocando al Pirandello de Matías Pascal, pero en sentido inverso. Así dice:
Protegido por benéficos hados
Marcello Vincenzo Domenico Mastroianni
Actor, bufón, “latin lover”,
En este lugar, afortunadamente, nació.
El recuerdo de sus amigos
colocó aquí estas palabras.

.Imagen: Marcello Mastroianni junto a Sophia Loren en Un día muy particular, una de las películas programadas para el ciclo destinado a Mastroianni en Cine El Cairo (Rosario) los domingos de octubre y noviembre a las 18 hs.

De actriz secundaria a protagonista de la Historia

EVA DUARTE, MÁS ALLÁ DE TANTA PENA
(César Maranghello; Eudeba; 2016)

Después fue historia. Antes fue mujer, afirmaba la promoción de La pródiga (1945, Mario Soffici) cuando finalmente se estrenó en un cine porteño, en agosto de 1984. El nuevo libro del investigador César Maranghello pone su atención, precisamente, en las vivencias, sueños, esfuerzos y ambiciones de aquella mujer cuyo objetivo era llegar a ser una heroína de Hollywood y terminó siendo mucho más que eso.
El trabajo de Maranghello exhibe la minuciosidad y la pasión que han tenido otros libros suyos, como Fanny Navarro, un melodrama argentino (1997, escrito con Andrés Insaurralde) o Artistas Argentinos Asociados: La epopeya trunca (2002), con esa suerte de fascinación que, evidentemente, le provoca escudriñar en los recovecos del mundo del espectáculo y de la sociedad argentina durante el primer peronismo. Aquí, a lo largo de más de ochocientas páginas, reconstruye paso a paso la vida de Eva hasta que su carrera artística es desplazada por su participación en política: de esa manera, va dando cuenta de un primer novio docente y gremialista ferroviario, de su aventurado viaje a Buenos Aires, de su temprana participación (a instancias de un novio posterior, Agustín Magaldi) en un festival para recaudar fondos para la liberación de costureras detenidas durante una huelga, de los sinsabores compartidos con la gente del radioteatro y los escenarios, del logro de ser considerada «revelación» y “actriz del momento” en 1939. Mientras tanto, Maranghello va describiendo con lucidez la realidad socio-política de esos años, los cambios en la moda, el ensanchamiento de la calle Corrientes, la creación del Sindicato Argentino de Actores, el surgimiento de los industriales como nuevo sector social y el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Introduciendo datos sobre la temperatura reinante o los lugares a donde solía ir a comer (y qué pedía), se hace vívida la sensación de estar atravesando la época.
Relatando el agitado paso de Eva por la década del ’40 recuerda el decreto para el congelamiento de los alquileres, la alarmante desocupación en el ámbito teatral, las primeras apariciones públicas de Perón y el contrato de la actriz para encarnar la vida de dieciocho heroínas famosas de la historia para Radio Belgrano, hecho este último que significó el fin de su inestabilidad económica y la progresiva popularidad de su voz en discursos encendidos.
El autor señala el catastrófico terremoto de San Juan, en enero de 1944, como un hecho fundacional por el que “se puso a prueba un Estado que, algo torpemente, logró responder a la situación”. Pronto se produce la llegada de Perón a la vicepresidencia y, en octubre, la creación del Estatuto del Peón, entre otros revolucionarios instrumentos jurídicos en defensa de los trabajadores rurales. En ese contexto comienza la relación de Eva con Perón, quien deja de lado a la adolescente mendocina con la que convivía. Diferentes sectores de la sociedad argentina (y del exterior) empiezan a dudar de las intenciones de la joven actriz, quien aprovecha para favorecer con película virgen (limitada por consecuencia de la guerra) a los directores con los que quería trabajar, llegando así a conseguir personajes importantes en La cabalgata del circo (1945, Boneo/Soffici) y la antes mencionada La pródiga, rodada parcialmente en Santa Rosa de Calamuchita y finalizada, tras varios cabildeos, por Ralph Pappier y Leo Fleider. Un camino marcado por mucho trabajo, en medio de actitudes a veces mezquinas y otras generosas de sus compañeros, con incursiones como modelo antes de los veinte años e incluso la interpretación de temas musicales en determinadas obras.
El libro detalla todas sus intervenciones en radio, teatro y cine, agregando fragmentos de críticas recibidas en los distintos medios gráficos; desliza datos sobre sus diferentes domicilios; menciona  a sus sucesivos compañeros sentimentales (incluyendo su conflictivo vínculo con Pedro Quartucci, de quien habría esperado un hijo que finalmente perdió, según documenta el autor); algún gesto solidario de Luis Sandrini y el destrato de Daniel Tinayre tras tomarle una prueba; una que otra desventura de su hermano Juan Duarte; los casos de censura a diferentes obras, en distintas épocas. Se suman opiniones sobre Eva, desde alguien que asegura que pronunciaba erróneamente las palabras hasta quienes elogiaban su piel o su sonrisa. La fotógrafa Annemarie Heinrich, al recordar el desplante que le había hecho a una empleada suya que no la quería, explicaba: “Sólo era así con los que se creían más que ella”. Cuando menciona a Raúl Apold, o al propio Perón, Maranghello intercala datos biográficos con precisión; cuando informa sobre actos públicos, nombra a sus participantes y hasta recuerda los cánticos coreados en las calles; cuando Perón y Eva ya son pareja, reproduce parte de conmovedoras misivas que se escribían uno al otro. Echa luz, asimismo, sobre hechos mitificados, como la supuesta cachetada a Libertad Lamarque, el desplazamiento de Jorge Luis Borges de la biblioteca Miguel Cané y el encontronazo de Eva con damas de sociedades de beneficiencia.
Más allá de la ficcionalización de ciertos episodios, se advierte una monumental, meticulosa labor de investigación. No deja de ser interesante, por otra parte, que el autor se aproxime a Eva y al peronismo con sus posibles contradicciones: de Perón, por ejemplo, destaca que fue el primer hombre de Estado que se ocupó realmente de los proletarios, sin dejar de señalar su perfil maquiavélico y su interés por el poder. “Los obreros no lucharon por sus conquistas –sostiene en un momento Maranghello–. Se las dio Perón y por eso lo ungieron como su líder”. En el mismo párrafo agrega que el Coronel lograría “un estado de bienestar impensable años después”.
Los últimos capítulos pormenorizan el surgimiento del peronismo, citando la discreta participación de Eva en los sucesos del 17 de octubre de 1945, su casamiento casi secreto con Perón poco después, y el surgimiento de decretos como el que estableció el sueldo anual complementario, rechazado por el comunismo que lo veía como una medida demagógica de corte fascista. Finalmente, la cerrada oposición, las burlas en las revistas de espectáculos y los medios antiperonistas.  “No hay doctrina política o religiosa comparable con los celos que despierta una mujer en una comunidad machista”, razona el autor. Y afirma: “A Eva no se la seguía por sus ideas, a ella se la amaba”.
Eva Duarte, más allá de tanta pena, que comprende también doce hojas con fotografías, es un valioso rescate de la Evita menos conocida, un excitado viaje en el tiempo y una publicación de incalculable valor histórico.

Por Fernando G. Varea

El cine de Hugo del Carril

Razonablemente considerado por algunos el acontecimiento cinematográfico del año, la exhibición en el MALBA de la totalidad de la obra de Hugo del Carril (1912/1989) como realizador –más una selección de sus trabajos como actor–, en 35 mm y en las mejores condiciones posibles, tiene un valor que quienes hemos estado en algunas de las funciones pudimos dimensionar claramente. El ciclo (organizado por Fernando Martín Peña) es un ejemplo de programación realizada con criterio, recupera la producción cinematográfica de uno de los artistas más importantes que hemos tenido en nuestro país y demuestra la fuerza que pueden tener buenas películas de otros tiempos exhibidas en pantalla grande, tal como fueron pensadas. Celebrando el evento, compartimos una entrevista a del Carril publicada en mayo de 1985 en la revista Humor Nº 150.

http://www.malba.org.ar/evento/hugo-del-carril/

Méritos sin fronteras

Tal vez alguien piense que el hecho de que una película francesa tenga como protagonista a un actor argentino (como ocurre con la recientemente estrenada 120 pulsaciones por minuto, cuyo personaje principal es interpretado por Nahuel Pérez Biscayart) puede ser un hecho excepcional. Sin embargo, han sido muchos –y por distintos motivos– los actores y actrices que han hecho cine en Estados Unidos y Europa a lo largo de los años. Sin ánimo exhaustivo, proponemos recorrer ese largo camino de rostros y voces que trascendieron más allá de nuestras fronteras.

    • Ya en los comienzos del cine sonoro, Carlos Gardel filmó en los estudios Joinville de París para la Paramount Las luces de Buenos Aires (1931), a la que siguieron otras siete películas, en algunas de las cuales intervinieron Sofía Bozán, Pedro Quartucci, Tito Lusiardo, Gloria Guzmán, María Esther Gamas y Vicente Padula (quien formó parte, a su vez, de numerosos films españoles, mexicanos y estadounidenses, llegando a trabajar para Jean Negulesco y Anthony Mann, entre otros). En los años ‘30, el también actor y cantante de tangos Agustín Irusta actuó en dos producciones españolas y Azucena Maizani cantó en la producción de RKO hablada en castellano Di que me quieres (1938, Robert Snody).
    • Mucho antes de encarnar a la abuela de Camila (1984, María Luisa Bemberg), Mona Maris fue actriz de numerosos films en Francia, Alemania y EEUU: Michael Curtiz, John Ford, Frank Borzage y George Marshall son algunos de los directores para los que trabajó. Otro argentino que tuvo una trayectoria relevante en Hollywood fue Carlos Thompson, quien, invitado por la actriz Ivonne de Carlo, viajó a EEUU en 1952, iniciando en ese país y en Europa una sucesión de trabajos cinematográficos que van desde Fort Algiers (1953, Lesley Selander) hasta La vie de chateau (1965, Jean Paul Rappeneau). También Paul Ellis hizo carrera en Hollywood, trabajando junto a Clark Gable, Jean Harlow, Rita Hayworth, Greta Garbo y otros, en tanto Amanda Varela (hermana de Mecha Ortiz) intervino en cuatro películas hollywoodenses en aquéllos tiempos.
    • Dejando de lado los casos de los nacidos aquí que, por diferentes circunstancias, lograron desarrollar exitosamente su vocación en el exterior (Imperio Argentina, Linda Cristal, Olivia Hussey, Berenice Bejo, Juan Diego Botto), merecen mencionarse varios que extendieron su campo de trabajo a EEUU y Europa. Fernando Lamas, galán promocionado por la Metro Goldwyn Meyer como “el Clark Gable latinoamericano”, actuó junto a estrellas como Lana Turner y Elizabeth Taylor (sumando experiencias como guionista y realizador). Jorge Rigaud actuó en más de 150 producciones extranjeras, incluyendo algunas dirigidas por René Clair, Max Öphuls, Henry Hathaway, Claude Chabrol y Giuliano Montaldo. Alba Arnova fue la estatua que cobra vida en Milagro en Milán (1951), el célebre film de Vittorio de Sica, director para el que también trabajó en una oportunidad Nedda Francy. Roberto Airaldi y Osvaldo Miranda participaron de Los vengadores (1950, John H. Auer) y Berta Singerman, después de dar una serie de recitales de poesía en Estados Unidos, fue invitada a protagonizar un largometraje para la Fox.
    • Hubo quienes filmaron con frecuencia en México: Libertad Lamarque (quien filmó más de cuarenta películas en ese país incluyendo Gran Casino, dirigida por Luis Buñuel), Laura Hidalgo, Niní Marshall, Tita Merello, Francisco Petrone, Juan Carlos Thorry, Susana Freyre, Nelly Edison, Amanda Ledesma, Alicia Barrié, Ana María Campoy, Pepe Cibrián, Luis Aldás, Gogo Andreu, Bertha Moss, Pepe Iglesias, Raúl Astor, Juan Verdaguer, Rosita Quintana, Jorge Salcedo, Zulma Faiad y Marcela López Rey, entre otros. En algunos casos, la necesidad de tomar distancia del peronismo que gobernó en los ‘40/’50 era el motivo de la búsqueda de oportunidades allí.
    • La fama ganada en el mercado hispanoamericano permitió que algunos fueran contratados para hacer cine en España. Fue el caso de Hugo del Carril, convocado en 1950 para realizar y protagonizar El negro que tenía el alma blanca (antes había actuado en tres películas mexicanas). Al actor Carlos Estrada el éxito obtenido con La tía Tula (1964, Miguel Picazo) determinó que le siguieran otros cuarenta largometrajes en España (también su mujer Erika Wallner se desempeñó como actriz en algunas películas españolas). Mabel Karr participó de una docena de proyectos cinematográficos incluido El coloso de Rodas, de Sergio Leone. Elisa Christian Galvé compuso el principal personaje femenino de Cómicos, de Juan Antonio Bardem. Delia Garcés fue actriz de dos películas en México incluyendo El, de Luis Buñuel, y una en España. Alfredo Alcón actuó en Jandro y Cartas de amor de una monja. Analía Gadé fue, a partir de los años ’50, una de las actrices más populares en España: entre las cuarenta películas para las que trabajó figuran Mi profesora particular y Las largas vacaciones del 36, ambas dirigidas por Jaime Camino y en la primera junto a Joan Manuel Serrat. Otros fueron Alberto Berco (quien también intervino en algunas producciones inglesas y estadounidenses), Alberto Dalbes (actuó en más de cuarenta películas), Luis Dávila (participó de numerosas producciones en los ’60), Zully Moreno (en España y en México), Mecha Ortiz (con un único largometraje, Sangre en Castilla), Mirtha Legrand (cuyo protagónico en Doña Francisquita en 1952 fue su única actuación en cine en color), Susana Campos (tras acompañar la presentación en Cannes de Rosaura a las diez fue convocada para actuar en varias producciones españolas), Pepita Serrador, Amelia Bence, Pedro Maratea, Malvina Pastorino, Olga Zubarry, Mariano Vidal Molina, Joe Rígoli, Ana Marzoa, Mirta Miller, Nené Morales, Norma Sebré y Hugo Pimentel.
    • La femme fatale de los primeros años del sonoro en Argentina, Tilda Thamar, fue intérprete central de una veintena de películas en Francia, España, Alemania e Inglaterra. Con la ayuda del director y productor Hall Bartlett –su marido desde 1958–, Ana María Lynch logró actuar en dos producciones hollywoodenses, Los invictos y Almas en tinieblas, compartiendo responsabilidades con Alan Ladd, Joan Crawford y otros grandes. Narciso Ibáñez Menta tuvo un primer contacto con Hollywood en épocas del cine mudo y más tarde actuó en varias películas españolas. Alberto de Mendoza fue parte de más de cincuenta películas en México y Europa, incluyendo algunas dirigidas por Claude Sautet, Mario Camus y Lucio Fulci. Susana Mayo participó en siete películas españolas en los ’70 y posteriormente en una italiana (Isola alla deriva). Luis Sandrini actuó en varias películas en México y España, en una de ellas (Maldición gitana) junto a su hermano Eduardo, así como Guillermo Murray fue director, guionista y actor de varias películas en ambos países. Tras viajar a Europa en 1957, Milo Quesada fue actor de reparto en Rey de reyes (1961, Nicholas Rey), El desierto rojo (1964, Michelangelo Antonioni) y otras producciones españolas e italianas, algunas dirigidas por Marcel Ophüls, Claude Chabrol, Mario Bava y Sergio Corbucci. Alejandro Rey actuó en varias producciones europeas, incluyendo Salomón y la reina de Saba (1959, King Vidor, rodada en España), cumpliendo más tarde roles secundarios en films estadounidenses.
    • Entre los que tuvieron suerte en Italia se encuentran Nino Persello y Juan Carlos Lamas, quien actuó en nueve films, incluyendo Escándalo en Roma (1953, Steno-Mario Monicelli). Durante una estadía en Europa a mediados de los años ’70, el escenógrafo, productor y animador televisivo Eduardo Bergara Leumann logró intervenir –en roles menores o apenas como extra– en seis películas, entre ellas Casanova (1976, Federico Fellini) y Calígula (1979, Tinto Brass).
    • A algunos cómicos, bailarinas y vedettes, las giras con sus espectáculos les permitieron incursionar en el cine extranjero, como Diana Maggi, quien en los ’50 actuó para tres películas en España. Alfredo Alaria participó de un puñado de films españoles e italianos (incluyendo Diferente, en 1961 y sobre guión propio). Violeta Montenegro y Víctor Ferrari fueron responsables de las escenas de baile de Cleopatra (1963, Joseph Mankiewicz). Eber Lobato escribió y dirigió la producción estadounidense El grito de la mariposa (1965), protagonizada por Nélida Lobato. Ethel Rojo fue comediante y bailarina en varias películas mexicanas y españolas como Esa pícara pelirroja (1963), donde compartió una escena de danza con Antonio Gades, en tanto su hermana Gogó intervino también en cinco películas españolas. Libertad Leblanc tiene en su haber una decena de películas españolas y mexicanas.
    • La popularidad alcanzada por sus triunfos como boxeador llevaron a Carlos Monzón a actuar en dos películas en Italia: La cuenta está saldada (1976, Stelvo Massi) y El macho (1977, Mark Andrews), en ambas junto a Susana Giménez, su pareja de entonces. Otro boxeador argentino, Gregorio Goyo Peralta, participó también en una producción europea: Dinero sangriento (1975, Anthony Dawson).
    • En los ’70 tuvo su experiencia en el cine español Germán Kraus, en dos películas poco relevantes, en tanto algunos de sus colegas se vieron forzados a probar suerte en el cine europeo debido a la imposibilidad de trabajar en Argentina (prohibidos por la dictadura iniciada en marzo de 1976 o amenazados un par de años antes por la Triple A). Héctor Alterio, a partir de Cría cuervos (1975, Carlos Saura), se convirtió en un rostro habitual del cine español e italiano: algunas de las más de cincuenta películas en las que participó son Asignatura pendiente (1976, José Luis Garci), A un dios desconocido (1977, Jaime Chavarri) –por la que fue premiado en San Sebastián–, El crimen de Cuenca (1979, Pilar Miró) y Flesh + blood (1985, Paul Verhoeven). Marilina Ross viajó a España en 1976 para actuar en Parranda (Gonzalo Suárez) y en un film de Manuel Gutiérrez Aragón del que finalmente desistió (siendo sustituida por Ángela Molina), protagonizando luego otras cinco películas. Norman Briski fue parte de cinco proyectos cinematográficos en España, incluyendo la nominada al Oscar Mamá cumple cien años (1979, Carlos Saura). Luis Politti también actuó en una docena de films en ese país, donde murió en 1980. Cipe Lincovsky actuó en Luto riguroso (unos años antes había sido parte de la producción alemana La Tomasa) y, del mismo modo, el uruguayo Walter Vidarte, Martín Adjemián, Raúl Fraire, Zelmar Gueñol, Norma Bacaicoa, Sara Bonet y Zulema Katz tuvieron intervenciones en el cine español en esos años.
    • A Norma Aleandro no le resultó fácil ser tenida en cuenta por el cine europeo en ese período, pero tras la repercusión internacional de La historia oficial (1984, Luis Puenzo) comenzó a ser convocada para distintos proyectos en el extranjero: así actuó junto a Liv Ullman en Gaby, una historia verdadera (1987, Luis Mandocki) –labor por la que estuvo nominada al Oscar– y con Anthony Hopkins en el telefilm Un hombre en guerra (1990, Sergio Toledo), y fue dirigida por Joel Shumacher (Un toque de infidelidad) y James Ivory (La ciudad de tu destino final). Siendo muy joven, después de actuar en un par de films argentinos, Cecilia Roth viajó a España con sus padres continuando allí su profesión, trabajando para  Iván Zulueta en el film de culto Arrebato (1979) y para Pedro Almodóvar en varias de sus películas (entre ellas Todo sobre mi madre, ganadora de un Oscar), además de actuar en la serie televisiva Luisa Sanfelice (2004), dirigida por los hermanos Taviani. También Darío Grandinetti fue actor de Almodóvar en Hable con ella (2002) y Julieta (2016), tras haber incursionado en el cine español en 1998 (El día que murió en silencio); una de las más recientes producciones europeas de las que participó es la italiana Sleeping around (2008, Marco Carniti).
    • En 1988 Pepe Soriano encarnó a un doble de Franco en Espérame en el cielo (Antonio Mercero), trabajando ocasionalmente en otras producciones españolas. Pablo Alarcón actuó en Enemistad, largometraje italiano dirigido por Gianfranco Cabiddu. Otras intervenciones de actores argentinos en el cine italiano de esos años fueron las de Tino Pascali en Giovanni Falcone (1992, Giuseppe Ferrara) y Salo Pasik en El ángel con la pistola (1992, Damiano Damiani). A Arturo Bonín pudo vérselo en la película española Amanece que no es poco (1989, José Luis Cuerda) y a la modelo Daniela Cardone en Operación Gónada (2000, Daniel Amselem). Marilú Marini intervino en Molière (1978, Arianne Mnouchkine) y otras seis películas francesas. Héctor Malamud también actuó en dos largometrajes franceses en los ’80, así como Iris Marga fue convocada a los noventa años para actuar en un film de Fabio Carpi (El amor necesario). Por su parte, el cómico Jorge Porcel tuvo la oportunidad de actuar bajo las órdenes de Brian de Palma y junto a Al Pacino en Carlito’s way (1993). El recientemente fallecido Federico Luppi fue otro de los actores argentinos más convocados para hacer cine en el exterior, actuando para el mexicano Guillermo del Toro en Cronos (1993), El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006), y para el estadounidense John Sayles en Hombres armados (1997), interpretación por la que fue nominado al Globo de Oro [sobre la trayectoria de Luppi nos hemos ocupado más detenidamente aquí].
    • Un caso singular fue el de Mía Maestro, quien después de participar en la coproducción Tango (1998, Carlos Saura) continuó trabajando en España. Algo similar le ocurrió a su compañero en dicha película Miguel Ángel Solá, quien comenzó a frecuentar películas españolas como La playa de los galgos (2002, Mario Camus) y Tiovivo c. 1950 (2004, José Luis Garci). En El corredor nocturno (2009, Gerardo Herrero), Solá compartió los roles principales con Leonardo Sbaraglia, quien a partir de Intacto (2001, Juan Carlos Fresnadillo) –donde actuó junto a Max Von Sydow– intervino en más de veinte películas en España. Cecilia Dopazo formó parte de Territorio comanche (1997, Gerardo Herrero) con Gastón Pauls, quien fue parte también de Che: Guerrilla (2008, Steven Soderbergh).
    • Guillermo Francella actuó en la mexicana Rudo y cursi (2008, Carlos Cuarón) y la española ¡Atraco! (2012, Eduard Cortés), donde lo acompañaron Nicolás Cabré y Daniel Fanego. Cabré trabajó, asimismo, en Sólo para dos (2013, Roberto Santiago), así como Fanego en Los condenados (2009, Isaki Lacuesta) junto a los argentinos Leonor Manso, María Fiorentino, Arturo Goetz, Juana Hidalgo y Nazareno Casero. Rodrigo de la Serna fue tentado para actuar en Hollywood después de encarnar a Alberto Granado en Diarios de motocicleta (2004, Walter Salles) –por la  que ganó un Premio Independent Spirit y estuvo nominado al Bafta– y en 2016 protagonizó la miniserie televisiva Llámame Francisco, dirigida por el italiano Daniele Luchetti. Mercedes Morán integró las producciones españolas Remake (2006, Roger Gual) y Neruda (2016, dirigida por el chileno Pablo Larraín), en tanto el popular Ricardo Darín actuó en España en películas como La educación de las hadas (2006, José Luis Cuerda), Truman (2015, Cesc Gay) y Todos lo saben (2018), esta última dirigida por el iraní Asghar Farhadi (ganador de dos premios Oscar).
    • Rodrigo Guirao Díaz fue parte de algunos telefilms en Italia y un par de películas españolas, en una de ellas (La noche después de que mi novia me dejara) junto a Chino Darín, quien también fue dirigido por Fernando Trueba en La Reina de España. Lola Ponce actuó en dos producciones italianas (una de ellas dirigida por Sergio Castellito) y Beatriz Spelzini en una italiana y otra alemana (aunque rodada en Buenos Aires).
    • La reseña culmina con Nahuel Pérez Biscayart, quien debutó en el cine francés después que Benoit Jacquot viera en Cannes La sangre brota (2008, Pablo Fendrik): de esa manera obtuvo un papel en En lo profundo del bosque (2010), alternando posteriormente trabajos en Canadá, Reino Unido, Alemania, España, Italia, Bélgica, México y Brasil. En Grand Central (2013, Rebecca Zlotowski) fue uno de los intérpretes centrales junto a Tahar Rahim, Léa Seydoux y Olivier Gourmet. Su celebrada actuación en 120 pulsaciones por minuto –vital y severo ejercicio de militancia en torno a los derechos de los enfermos de HIV– resulta un ejemplo más de nuestro talento de exportación.

Por Fernando G. Varea

Imágenes: Carlos Gardel en El tango en Broadway (1934, Louis J. Gasnier), Carlos Thompson en Fort Algiers (1953, Lesley Selander), Libertad Lamarque en Gran Casino (1946, Luis Buñuel), Carlos Estrada en La tía Tula (1964, Miguel Picazo), Analía Gadé y Joan Manuel Serrat en Mi profesora particular (1973, Jaime Camino), Mirtha Legrand en Doña Francisquita (1952, Ladislao Vajda), Alberto de Mendoza en Una lagartija con piel de mujer (1971, Lucio Fulci), Héctor Alterio en Cría cuervos (1975, Carlos Saura), Marilina Ross en Parranda (1976, Gonzalo Suárez), Liv Ullman y Norma Aleandro en Gaby, una historia verdadera (1988, Luis Mandoki), Jorge Porcel y Al Pacino en Carlito’s way (1993, Brian de Palma), Federico Luppi en Cronos (1993, Guillermo del Toro), Cecilia Roth en Todo sobre mi madre (1999, Pedro Almodóvar), Darío Grandinetti en Hable con ella (2002, Almodóvar) y Nahuel Pérez Biscayart en 120 pulsaciones por minuto (2017, Robin Campillo).
– Para esta nota fue consultado el libro de Mario Gallina De Gardel a Norma Aleandro / Diccionario sobre figuras del cine argentino en el exterior (Corregidor) –