Francisco Lezama: «Hacer una película es como jugar con un cubilete y los dados»

Cuando en febrero el corto Un movimiento extraño, escrito y dirigido por el argentino Francisco Lezama, ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín, la sorpresa fue bienvenida: era el primer reconocimiento a nuestro cine después de la asunción de Javier Milei como presidente, en medio de noticias varias descalificando la importancia del INCAA y de las películas realizadas en nuestro país. Además, al agradecer el premio, el treintañero Lezama se expresó con claridad sobre la preocupante situación.
Un movimiento extraño tiene puntos en común con dos cortometrajes anteriores de Lezama: en La novia de Frankestein (2015) y Dear Renzo (2016) también hay jóvenes crédulos o inocentones y al mismo tiempo atentos al intercambio de dinero, conociéndose azarosamente, desplazándose sin mucho conflicto de un espacio a otro. Se pierden, se encuentran, bailan, se conectan con cierto desapego y buscan sobrevivir como pueden. La exhibición en el FICIC de este corto premiado en Berlín (en el que actúan Laila Maltz, Paco Gorriz, Sofía Palomino y Susana Pampín, entre otros) fue una buena oportunidad para hablar un rato con Lezama, sentados –junto al amigo y colega Fernando Herrera– en la soleada Plaza San Martín de Cosquín.
– En tu corto se advierte un gusto por el cine de género: hay algo de comedia, también de suspenso.
– Es así. Aunque trato de pensarlo de otra manera. Siento que, a partir de la modernidad, ir al género sin ningun tipo de reflexión queda un poco corto. Sabemos que el cine comenzó transversal y popular, con las clases altas y bajas juntas en una misma sala, hasta que el mercado empezó a segmentar al público. Yo soy cinéfilo desde muy chiquito y me formé viendo cine de género. Evil dead II (1987), de Sam Reimi, por ejemplo, que tiene su propia disolución del género, me había  fascinado porque no entendía si era comedia o terror. Una película de género que se corrompía y autodestruía, como un jugo gástrico. De ahí en adelante fue un poco la vara con la que veía las películas de género. Jean Renoir hablaba de lo que va degenerándose como la vida, que no tiene género. ¿La gran ilusión (1937) es una comedia sobre la Primera Guerra Mundial o qué es? El río (1951) tiene un momento super alegre que hace que la película sea mucho más triste. No me gusta el género cuando toca una sola nota rindiendo pleitesía a sus propias reglas. En el caso de Un movimiento extraño, me gustaba la idea de hacer una comedia romántica deconstruida, con esa guardia de seguridad de clase media baja que adelanta información sin saber si realmente las cosas son así o las fantasea, y que al cobrar una indemnización cambia de estatus y compra dólares. Las personas cuando están más tranquilas pueden armarse una película ellas mismas. Al tener dólares, la chica crea una comedia con un arbolito. La comedia romántica es la película que se hace el personaje. Un planteo muy rohmeriano.
– Al mismo tiempo, algunos detalles me recuerdan al cine de El Pampero: la música que usás, la manera de hablar de los actores, cierto tipo de planos.
– Sí, para mí Mariano Llinás es un cineasta de la concha de la lora. Alejo Moguillansky también, claro, tiene una tradición muy Rohmer, muy Jacques Rozier. Es verdad, en El Pampero está eso de poner en evidencia algo que se relata. Es borgiano eso, o de César Aira. Es la tradición literaria argentina.
– Los personajes intercambian dinero sin muchos escrúpulos pero eso es contado con encanto y sentido del humor.
– Eso de negociar, de sacar rédito, es parte del entramado del ser humano. Se trata de ver con cariño esa actitud, que puede ser  perversa desde un punto de vista moral, o perdonavidas, como creo que debe ser el cine. Ahí están como referencia Robert Bresson, Erich von Stroheim, por ejemplo Avaricia (1924) que está cumpliendo cien años. Es además como un registro de gestos. Una disposición a mostrar lo que fluctúa en el ser humano.
– A su vez, no parecen disfrutar mucho lo que van consiguiendo.
– No pienso en la psicología de los personajes. En la vida real cualquier cosa puede cambiar. Si un día hay mucho viento, cambia la psicología del personaje. Me gusta ir sorprendiéndome: a diferencia de otras disciplinas, el cine da esa posibilidad de poder contraponer sentido y armar algo más de colisión. Se puede ser realista bazinianamente y, al mismo tiempo, trabajar con la matriz del montaje y una síntesis. En algun punto no me caso con ninguna de las escuelas.
– Hay una realidad socio-económica que aparece lateralmente, como esa villa cercana al lugar donde la protagonista va a trabajar o las manifestaciones populares que se escuchan.
– Esas manifestaciones no estaban planeadas y fue algo así como “Vamos a aceptar lo que me da el destino”. En el guion se hablaba de una corrida cambiaria, la aparición de los trabajadores marchando fue algo imprevisto. Quedó muy bien pero yo podría haber decidido no filmar eso. Lo que pasa es que hacer una película es como jugar con un cubilete y los dados, aunque haya gente que hace cine de género queriendo hacer doble generala todo el tiempo. Hay que captar los imprevistos. Eso pasa con los actores, que me ofrecen una batería de gestos.
– ¿Cómo fue la elección de Laila Maltz y la idea de que su personaje trabaje como guardia de museo?
– Laila Maltz es una de las actrices más talentosas de la Argentina. Lo raro sería no llamarla. Lo mismo Susana Pampín, que está siempre muy dispuesta al juego. Por otra parte, me gusta escribir según lo que la vida me da. Voy construyendo los guiones a partir de ideas muy disímiles, aprovechando lo que tengo a mano. Yo trabajaba en el MALBA y veía siempre a los guardias de seguridad. En un encuentro de fin de año aparecían vestidos de civiles. Y claro, es un tipo de trabajo sin movilidad y, salvo que te conviertas en el capo de la seguridad de un museo, eso genera una sensación de libertad que muchos ven como irresponsabilidad. Además me interesó la idea de la atmósfera, de trabajar a la noche en un museo cerrado, esa cosa medio sonámbula. Y allí estaba la obra de Pablo Suárez, un artista que trabajó sobre las crisis con humor. Una de las fichas era filmar una de sus obras a la noche, con la linterna. El final incluso era distinto pero la pandemia cambió los planes. El que quedó lo veo chaplinesco y es como decir “Continuará eternamente”.

Fernando G. Varea

Agustín Godoy: «Disfrutamos mucho pensando la puesta en escena»

Hace mucho que no duermo podría definirse como una visita no guiada –entre corridas y escapes– por distintos espacios de la ciudad de Buenos Aires, o como las desventuras de un grupo de personajes persiguiendo una mochila esquiva que tal vez no contenga dinero sino la representación de un ideal, un deseo, el amor. Lo cierto es que este primer largometraje de Agustín Godoy divierte con su mecanismo de cándidos gags (algunos más efectivos que otros) y sorprende con su rescate de la belleza que ofrecen sitios diversos de la capital argentina, desde una plaza, un estadio de fútbol o una iglesia hasta el mismísimo Congreso de la Nación. Ganadora del Premio ASA por Mejor Sonido de película argentina en competencia en la edición del año pasado del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, logra ahora estrenarse en distintas salas de nuestro país, incluyendo el Cine El Cairo de Rosario, motivo por el que hablamos con el joven guionista y director (brillante en esta última faceta).
Hace mucho que no duermo apuesta al universo de los juegos y del sueño. De hecho me pareció que su protagonista podía ser un equivalente de la Alicia de Lewis Carroll. ¿Por qué te interesó eso?
– Tanto el actor protagónico (Agustín Gagliardi) como yo, compartimos el hecho de que somos de dormir muy poco. Queríamos hacer una película en ese límite entre el sueño y la vigilia, donde el lenguaje se enrarece y las lógicas se distorsionan. Hay una larga tradición de ese tipo de mundos, desde Shakespeare hasta Calderón de la Barca, que de alguna manera intervinieron sobre lo que buscábamos. Sin dudas, Alicia podría ser otro de estos textos con los que la película busca relacionarse.
– Coreografiar los planos, los movimientos y los desplazamientos de los actores no debe haber sido sencillo. ¿Pudieron disfrutar de ese trabajo?
– Disfrutamos muchísimo de pensar la puesta en escena. De hecho, creo que logramos llegar a ese nivel de complejidad precisamente porque lo estábamos disfrutando. Ante cada reto se volvía casi un juego sumarle más y más capas. Afortunadamente, tenía al lado a Inés Duacastella, la directora de fotografía y camarógrafa, y un equipo de gente muy brillante y generosa que proponían muchísimo.  También los actores y actrices proponían y ponían el cuerpo con entusiasmo. A esto se sumó después el trabajo de Florencia Gómez García, la montajista, que es quien realmente termina de componer cada movimiento de la sinfonía, por así decirlo.
– Es notable el aprovechamiento visual de las locaciones. La secuencia con Ailín Salas y Marcelo Pozzi en la que se suceden zooms es hermosa.
– Eso es todo mérito de Duacastella. Me obligó a pensar muy bien qué íbamos a hacer en cada lugar y por qué, siempre pensando cómo se filma cada lugar. La secuencia de los zooms, sin ir más lejos, fue idea de ella.
– Advertí citas o referencias al cine de Alejo Moguillansky (Castro, La vendedora de fósforos) e incluso a Invasión (1969, Hugo Santiago).
Castro fue casi la primera referencia que tuve al pensar la película. Alejo fue profesor mío y es un referente muy cercano, al igual que Invasión. Son un poco las películas que sentimos que marcaron el camino o abrieron el lugar para poder imaginar Hace mucho que no duermo.
– Me costó un poco definir la época en la que transcurre. Algunos elementos sugieren los años ’90. Al mismo tiempo, llegué a ver fugazmente afiches de Alfonsín y de Perón . ¿Todo esto forma parte del sentido lúdico de la película?
– Es parte del sentido lúdico, sin dudas. Queríamos que el personaje estuviera un poco fuera del tiempo, atascado por la falta de aventura en su vida. El resto se supone que es ahora, pero un ahora un poco corrido. Más por la falta de recursos que por ser de otra época, los personajes usan cosas muy básicas, no tienen grandes tecnologías a su disposición.
– ¿Por qué decidiste que los personajes hablaran con rimas?
– Las rimas surgen un poco al mirar esa tradición de Calderón o Shakespeare. Guardando las inmensas distancias, había algo de la ensoñación que queríamos que la película habitara que iba muy de la mano con las rimas, sobre todo para la relación de los personajes principales. Como cuando se arma una pareja y empieza a darse un idioma nuevo, que sólo hablan ellos dos.

Fernando G. Varea

Adriana Lestido: «Mirar afuera para mirar adentro»

Resulta difícil resumir con pocas palabras la trayectoria de la fotógrafa argentina Adriana Lestido, que abarca desde trabajos como fotoperiodista y docente hasta valiosos reconocimientos (las becas Guggenheim y Hasselbad y el Premio Konex de Platino, entre otros). Permanentemente dispuesta, por su propia vocación, a la sorpresa, al conocimiento y al descubrimiento, llegó a planear viajes en soledad a distintos territorios del Círculo Polar Ártico, no ya para fotografiar esos confines sino para filmarlos.
El pasado 17 de agosto estuvo en la sala de El Cairo (acompañada por la productora Lita Stantic), conversando con un numeroso público sobre el resultado de esa experiencia: un documental que pudo realizar viajando entre enero de 2019 y mayo de 2020, completándolo con un paciente trabajo de postproducción, al que tituló Errante – La conquista del hogar. Dividido en capítulos que representan las estaciones del año –como el nombre de un recordado film de Kim Ki-duk: primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera–, Errante conmueve por el abismal esplendor de los espacios que muestra, la belleza de las auroras boreales y la extraña energía que transmiten esas zonas cercanas al imán de la tierra, como explicó la directora durante ese encuentro con los rosarinos. Vale la pena agregar algunos de los fundamentos del jurado que le otorgó el Premio a la Innovación Artística en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata: “En esta época de la humanidad donde la inmediatez y lo efímero reinan, propone el regreso a una acción esencial del ser humano: la contemplación (…) la artista se arriesga a proponernos un viaje ancestral hacia nuestro propio interior. Con el enorme coraje de recuperar los orígenes no solo del ser sino también de la experiencia cinematográfica (…)”.
A continuación algunas preguntas que pudimos hacerle a Lestido después de ver Errante, que vuelve a proyectarse en Cine El Cairo en los próximos días.
– Casi toda tu película está realizada con planos fijos (salvo un plano desde un barco, si no me equivoco). Supongo que eso debe provenir de alguna manera de tu vocación por la fotografía, pero más allá de eso ¿por qué decidiste hacerla de esa manera y qué dificultades te trajo (teniendo en cuenta los fuertes vientos, por ejemplo)?
– Todos son planos fijos, incluso el del barco (en ese caso es el barco el que se mueve, la cámara está fija). La elección no tiene que ver con el hecho de ser fotógrafa sino con querer representar en cada escena estados contemplativos, como meditaciones visuales. Cuando se medita contemplativamente, el punto de vista es fijo y la mirada va un poco más allá de lo aparente y lo circunstancial. Es una manera de mirar afuera para mirar adentro. Los fuertes vientos, por supuesto, fueron una dificultad permanente, me tiraron con cámara y trípode más de una vez. Pero los planos fijos no incidieron en esto.
– Un poco por la decisión estética señalada, Errante no parece querer transmitir la adrenalina de la aventura o del riesgo (como indicaría, pienso, la cámara en movimiento o el sonido de tu respiración agitada).
– Tiene que ver con lo que te contesté anteriormente. Quería justamente lo contrario a lo que señalás: poder generar la calma y la quietud necesarias para conectar con el propio interior. Que la contemplación de la película fuera un viaje interior, como fue básicamente la experiencia para mí.
– ¿Te costó mucho la elección de las citas y canciones?
– No, para nada. Los dos momentos donde se escucha música corresponden a las únicas escenas grabadas desde el interior, era la música que yo estaba escuchando. Y la música de los créditos es una canción que amo y también, en parte, un homenaje a Gabo Ferro. Las citas quise que pertenecieran a textos leídos o escuchados durante la gestación de la película. Creo que cuando se está inmerso en un proceso creativo hay un ida y vuelta, le presto siempre mucha atención a lo que me llega en esos momentos.
– Aunque en la película se ven galpones, casas e incluso una iglesia, no aparecen en momento alguno seres humanos. ¿Fue casual, lo buscaste, y en ese caso, por qué?
– Fue básico que no hubiera ninguna presencia humana: solo rastros, huellas. Trabajar sólo con los elementos: el agua, el viento, la tierra, el fuego, la distancia… y los animales. Creo que son las mejores herramientas para poder conectar con planos más sutiles. Esto formó parte de la misma premisa de viajar sola con cámara, trípode y micrófono, sin ninguna compañía ni equipo técnico, ni ningún tipo de apoyo. En absoluta libertad. Estar sola en esas inmensidades. Se nace y se muere en soledad, abismándose en el vacío de lo desconocido. De eso se trataba para mí, de atravesar la transformación necesaria para poder renacer más liviana.
– ¿Tuviste que modificar algo importante durante el trabajo de postproducción?
– Por suerte no. El trabajo de postproducción enriqueció la película, limpiando y dándole fuerza al sonido. Fue muy fuerte el trabajo en ese sentido con el sonidista David Mantecón, que se entregó de lleno a la película. Y también el trabajo en la corrección de color que hice con Ada Frontini. Asimismo, fue fundamental trabajar el montaje con Elizabeth Wendling y poder darle todo el tiempo que la película necesitó para ser.

Fernando G. Varea

http://www.adrianalestido.com.ar/

BAFICI Rosario: entrevista a Javier Porta Fouz

Días atrás, para anticipar la muestra del BAFICI Rosario, estuvo en Cine El Cairo de nuestra ciudad Javier Porta Fouz, director artístico del festival porteño además de curador de contenidos de Qubit.tv, docente y columnista en La Nación y otros medios. Antes de su intercambio con el público conversamos con él, quien recordaba haber estado en la sala durante una visita anterior a Rosario junto a su hija.
¿Cuáles son tus primeros recuerdos del BAFICI?
– En 1999, con mi novia de entonces, habíamos sacado pasajes para ir a Mar del Plata en semana santa y cuando vimos la programación del BAFICI decidimos quedarnos. Yo tenía credencial de prensa porque estaba en la revista El Amante desde el año anterior. Recuerdo películas de esa primera edición, como Velvet Goldmine (Todd Haynes) y Rushmore (Wes Anderson), que las vi dos veces, y la coreana Película mala infinita inacabable (Jang Sun-woo), de la que decíamos ¿Qué es esto, con qué se come? Era algo disruptivo. Al tercer año, Quintín nos llamó a mí y a Hugo Salas para hacer el catálogo y el diario del festival, y traducir Las guerras del cine, de Jonathan Rosenbaum. En una reunión dijeron que no tenían quien se ocupara de la grilla de programación y me ofrecí a hacerla. Era un contrato aparte, en 2001, así que el pago quedó boyando hasta que cobré nominalmente la misma plata cuatro años después (se ríe). Con Fernando Martín Peña en la dirección, empecé como programador. Las charlas a las que te obligaban las películas, esa idea de estar en una comunidad cinéfila, ya lo vivíamos con el Festival de Mar del Plata recuperado en 1996, que yo disfrutaba no solo por la sección Contracampo –con películas muy señaladas– sino porque era un festival clase A en regla, con estrenos internacionales. De pronto, competían películas de João César Monteiro que se exhibían por primera vez aquí. Recuerdo la proyección de La pelvis de J.W con la sala casi llena, quedándonos al final unos treinta espectadores, felices por completo.
– ¿Un gran disgusto y una gran alegría de tus años como director?
– El gran disgusto fue la cancelación del BAFICI en 2020. Ahí lloré… Habíamos vuelto el 1º de marzo de Berlín y estaba todo casi listo, pero nos dábamos cuenta de que no iba a hacerse. Ya había carteles advirtiendo que si uno venía de Europa tenía que guardarse, una cosa muy horrible. Me acuerdo que le dije al equipo de programación que termináramos de ver los cortos, era como la orquesta del Titanic (se ríe)… Al final tampoco se hizo online y estuvo bien, porque se guardaron películas como No va más, de Rafael Filippelli, que se estrenó como clausura el año siguiente. Otros disgustos fueron los invitados que cancelaron a último momento, como Brian De Palma. Entre las alegrías, recuerdo cuando confirmaron Peter Bogdanovich, Nanni Moretti, John Waters. El encuentro de Waters con Isabel Sarli fue histórico. O Michel Legrand en el Teatro Colón.
– Recientemente escribiste sobre Barbie (Greta Gerwig) y Oppenheimer (Christopher Nolan), esos fenómenos que le hacen más difícil a cierto cine encontrar salas, público y difusión.
– Para mí no afecta solamente a lo que podríamos denominar «cine independiente». Si te fijás en las cifras de 1984-1986, por ejemplo (según salió en un librito que tengo sobre el consumo de cine en Argentina), la recaudación de las diez películas más vistas daban un 15 por ciento del total, mientras que hoy las más vistas se llevan el 60 o 70. Esto no solo le hace mal a la película chiquita, o rara si querés. Pensá que uno de nuestros grandes cineastas vivos, Adolfo Aristarain, no filma desde 2004. El mercado cambió por completo.
– ¿Argentina 1985 podría verse como una excepción?
– Con esa película se dieron una cantidad de circunstancias, empezando por la presencia de Ricardo Darín. Y era un tema que iba a funcionar. Es también la lógica de un «tanque». Celebro su éxito, pero el problema está en que si los éxitos –tanto argentinos como extranjeros– son tan pocos, a la larga la diversidad se ve perjudicada. Creo que, por un lado, el periodismo le hace el juego a toda película gigante, yo me cansé de escribir notas en El Amante cuando salían con muchas copias El código Da Vinci o El Hombre Araña 2. Y por otro, deberían existir políticas culturales a favor de la diversidad de las pantallas. El cine argentino produce mucho, tiene una riqueza tremenda, es el mejor de Latinoamérica por lo que yo veo –y veo mucho, y no soy especialmente nacionalista–, pero ¿cuántas películas ve el gran público? ¿cinco o seis, casi todas con Francella o Darín? Si no tenés un star system renovado… Los actores estrella tienen sesenta años.
– ¿Eso te parece importante?
– La fórmula del éxito la da un poco eso. Corea del Sur tiene un star system que se renueva. Además, distribución y exhibición son dos patas flojas. Nuestro cine necesita rodearse de películas de un rango similar: si no se estrena cine mexicano, brasileño o chileno ¿con quién dialoga? Solo con la lógica «tanque». Rosenbaum hablaba de la «película acontecimiento». ¿Por qué son diez al año? Cuando el cine se hiperconcentra pierde riqueza. Aunque nunca se pudo acceder a tanta variedad, todo el mundo está hablando de las mismas dos películas. Con Barbie y Oppenheimer la noticia era que se estrenaran el mismo día, porque subyace la idea de que cada semana hay una sola importante para ir a ver.
– ¿Cuál es el principal problema que tenés como director del BAFICI?
– Desde 2021 los dólares cuestan más caro en Argentina, lo sabemos incluso por nuestros sueldos. Cuando a un festival en Chile les dicen que tienen que pagar 300 dólares por una película, es mucho menos que lo que es para nosotros. O un pasaje de avión… Nosotros en 2018 trajimos a Waters, a Philippe Garrel. Con una economía distorsionada de esta manera es muy dificultoso.
– Al ser un festival de CABA ¿no hay problemas que no dependan directamente de la situación económica nacional?
– ¿Cómo cuáles? (piensa)… Cuando nos fuimos del Abasto en 2013, el Hoyts pedía una cantidad de plata tremenda. Además se había desperfilado: la lógica de programación cuando empezó el BAFICI era diversa pero ya en 2012 no les interesaba el perfil del festival. Son cosas en las que no tienen que ver el Gobierno de CABA ni el Ministerio de Cultura. El Village pasó a ser Cinépolis. Y ante lo que hay que pagarle a esos cines uno debe pensar bien qué se lleva el presupuesto. Este año podíamos intentar hacerlo nuevamente en Belgrano, incluso nos llamaron de una cadena de cines, pero después del cierre de 2020 y casi también de 2021, hacerlo en salas del centro era una manera de volver a empezar. Me pareció ideal. Es donde el consumo de cine fue grande. Las calles Lavalle, Corrientes: la historia está ahí. Y por último: ningún festival puede ser tan grande como era el BAFICI hace quince años, en cuanto a cantidad de películas. La gente no puede procesar tanta información, estos dos últimos años nos funcionó bien con una cantidad más manejable. Tampoco circula tanto cine en otros festivales. Antes las películas de Cannes llegaban «vivas» a abril del año siguiente; ahora, ya para octubre o noviembre se estrenaron en cines y plataformas. El pozo del que se elegían las películas se achicó.
– Aunque entiendo que son decisiones de los jurados, los repetidos premios a películas de la productora El Pampero vienen generando cierta controversia.
– Lo gracioso es que eso sucede poniendo jurados que no tienen nada que ver uno con el otro. La primera de Mariano Llinás, Balnearios (2002), no ganó ni un saludo. Tampoco hemos exhibido todo lo que presentó El Pampero. Este año Clorindo Testa, de Llinás, ganó como Mejor Director, pero Mejor Película fue Terminal Young, de Lucía Seles, que es toda una revelación. Alejo Moguillansky, es cierto, ya es como una leyenda que casi siempre gana algo. Idealmente sería más variedad, ponele, pero a la vez son decisiones de los jurados en las que no influimos.
– ¿Por qué desaparecieron las competencias Latinoamericana y Derechos Humanos?
– La de Derechos Humanos en 2016 dejó de ser transversal y le dimos autonomía. La Latinoamericana la agregamos ese mismo año, en mi gestión. En 2019 notamos que se había reducido la producción de cine latinoamericano –al menos del que nos interesaba– y que esas secciones no tenían cobertura mediática. El espacio crítico que existía en los ’90 y principios de siglo no es el mismo que ahora, vos lo sabés. Ahora tenés influencers o algunos que escriben reseñas de cuatro líneas en Letterboxd. Los prenseros promocionan las funciones con famosos y la lógica de ver qué dice la crítica se volvió menos relevante. Pensá también que antes en CABA casi no había festivales y hoy tenés todos los meses.
– ¿Cómo fue que comenzaron a competir por igual largos y cortometrajes?
– Dependemos mucho de los espacios con los que contamos: entonces, lo que ocupan 20 largometrajes puede ser ocupado por 15 y uno que demande más tiempo, o por 10 programas de cortos. En 2018 había menos películas porque estaba La Flor (Llinás), de catorce horas, y tuvimos un festivalazo. Si en el total hay 215 o 250, a mí me da lo mismo. Además, los cortos le dan al festival vida y atractivo.

Fernando G. Varea
Nota publicada (con algunas modificaciones) en el diario La Capital, de Rosario (en su edición digital el 10/8/2023 para suscriptores y en su edidicón en papel el 12/8/2023)

El cine argentino tiene quien lo discuta

Tanto en sus documentales (M, Tierra de los padres, Adiós a la memoria) como en sus escritos, Nicolás Prividera cuestiona, discute, desliza interrogantes al tiempo que plantea sus opiniones, fundamentándolas con lucidez. El hecho de que su madre haya sido secuestrada y desaparecida en marzo de 1976 –cuando él tenía apenas cinco años– seguramente influye en su necesidad de reflexionar insistentemente sobre la memoria y los conflictos que atraviesan la historia de nuestro país. En los últimos años, entre sus preocupaciones se encuentra el rumbo que ha ido tomando el cine argentino, expresándose en textos difundidos en distintos medios y en dos libros: El país del cine – Para una historia política del nuevo cine argentino (2014) y Otro país – Muerte y transfiguración del nuevo cine argentino (2021), ambos publicados por Editorial Los Ríos. Sobre este último (que dedicó a David Viñas y Horacio González, “maestros en la lectura dramática de la historia argentina”) hablamos con él.
– ¿Cómo surgió tu interés por escribir sobre cine?
– En realidad, yo empecé a escribir antes que a filmar. Hacía crítica de cine en Cineísmo, uno de los primeros sitios que existieron cuando recién aparecía internet. Inevitablemente fui decantando por el cine argentino porque es mi tema. Debería ser el tema de todos los cineastas argentinos, aunque uno no espera que todos se pongan a escribir sobre esto. Para mí fue natural, creo que la relación entre la crítica y la realización es un ida y vuelta. Incluso fue natural seguir escribiendo después de haber filmado. La mayoría no sigue ese camino, y no solo acá: pienso en tipos como Godard o Truffaut, que empezaron en la crítica y después, de alguna manera, fueron abandonando la escritura. Pero pensar el cine es consustancial al propio trabajo del cine. Además, los que no somos prolíficos ni estamos metidos en una lógica industrial, cada tanto con suerte podemos hacer una película, mientras que escribir podemos hacerlo siempre. Mis libros, sobre todo el primero, fueron productos más aluvionales. Otro país… ya lo fui pensando como un segundo tomo, tejiendo de modo más consciente la relación entre presente y pasado. Esto significó también redescubrir un montón de películas que no había visto, porque nadie nace sabiendo ni habiendo visto todo. Yo pertenezco a esa generación que no solo no veía cine argentino clásico sino que en general lo despreciaba, así como nuestros abuelos de los años ’60 despreciaban ese cine previo. Lo descubrimos después.
– ¿Y por qué darle tanta importancia a este “nuevo cine argentino” de los años ‘90?
– Yo soy parte de la generación del ’90 y por lo tanto parte de ese cine, aunque lo critique de alguna manera. En todo caso, soy un cineasta crítico dentro de su propia generación. También porque soy un hijo de los ’70, literalmente. Creo que hay una generación innominada en el cine argentino que es la de los ’80. La del ’60 a veces llega hasta los ’70 –porque se habla de generación del ’70 en política pero no en cine– y después se salta al “nuevo cine argentino” de los ’90. Pero en el medio hay un montón de cineastas que conforman esa generación: Alejandro Agresti, Martín Rejtman, Ana Poliak, Juan José Campanella. Son muy diferentes, aunque si uno busca la unidad creo que se encuentra en que fueron adolescentes o muy jóvenes durante la dictadura y eso está, de un modo u otro, presente en sus películas.
– En tu libro sostenés que Aries tuvo sus mejores y peores exponentes en los años ‘80. Yo pensaba si los mejores no serían algunas películas de Fernando Ayala de los ’60 o La Patagonia rebelde (1974, Olivera).
– Probablemente yo haya estado pensando en Adolfo Aristarain. Después de hacer las películas de Porcel y Olmedo y cosas sinuosas, la gran apuesta de Aries fue Tiempo de revancha (1981) y Últimos días de la víctima (1982). También Plata dulce (1982, Ayala), donde se ven los efectos del neoliberalismo en la subjetividad. Probablemente esa sea una de las primeras películas, junto con La parte del león (1978, Aristarain), donde aparece la idea de salvarse, de vender a cualquiera para hacerse de un botín, algo que examina muy bien Marcela Visconti en su libro Cine y dinero. Esto más allá de si Plata dulce era buena o mala. No hace falta que sea una gran película, lo importante es que estaba abierta a lo que sucedía, dejando un registro de eso. Algo que al cine argentino más reciente le cuesta mucho hacer, si es que lo hace, de un modo por lo menos consciente.
– Entre los cineastas que destacás en tu libro están Fabián Bielinsky (decís incluso que Santiago Mitre no llega a ser su heredero) y Lucrecia Martel. Cuestionás bastante, en cambio, a Martín Rejtman.
– El problema con Bielinsky es que su muerte cerró su obra, si bien era una obra abierta. Uno se pregunta qué estaría filmando hoy, porque sus películas eran medio dialécticas. Nueve reinas (2000), con todo ese mecanismo de guion y de cine clásico, es más argentina que el dulce de leche. Esto se nota con la traslación que hicieron los norteamericanos, que no funciona en ningún sentido. Hay algo allí que tiene que ver con el retrato de un momento, incluso profético si se piensa en la escena final del banco, pre 2001. El aura (2005) es más abstracta, es una película sobre el ver, sobre las miradas, más Blow up (1966, Antonioni). Tiene que ver con la percepción. Además Bielinsky, junto con Campanella, fueron los directores que de alguna manera refundaron un cine industrial sólido. En cuanto a Rejtman, el problema es el equívoco respecto de su cine. Incluso un crítico sagaz como Emilio Bernini, de modo inexplicable para mí, habla de “la poética de la abstención”. Y uno ve que el sistema Rejtman empieza a chirriar, si somos sinceros y no solo fans. Porque Dos disparos (2014) no es lo mismo que Rapado (1994). Esos adolescentes lánguidos de 1994, trasplantados a 2014 ya no funcionan. En todo caso funciona más la parte de los padres, que son de la generación de Rejtman. Ahí hay una mirada más sarcástica, que es lo más interesante. En ese sentido, su gran película para mí es Los guantes mágicos (2003), donde más aparece filtrada la realidad política, con personajes cercanos a la propia generación de Rejtman y a su propio presente. Es una película muy crítica hacia la clase media argentina, su deriva cultural, social, política y económica, si recordamos el personaje que se quiere salvar precisamente con los guantes en cuestión, importados de no sé dónde. Uno podría ponerla en esa serie imaginaria junto con Plata dulce o incluso antes, La calle grita (1948, Demare), entre los pocos ejemplos que hay en el cine argentino de ficción. Y en cuanto a Martel, yo la veo como una hija de Nilsson y Favio.
– Con su mirada de mujer, que no era tan manifiesta en la obra de ambos, salvo que uno lo piense por el lado de Beatriz Guido. Es una de los aportes del cine de Martel ¿no?
– Y claro, desde ya.
– En tu libro analizás también el rol de la crítica, objetando, por ejemplo, que la revista El Amante hiciera del “antiintelectualismo su bandera”, o que ciertos críticos en la actualidad elogien una película porque “es política y de la buena” o porque no está “politizada”.
– Alguien debería hacer una tesis sobre el derrotero de El Amante, en relación a la realidad política y qué pasó con lo que era su línea editorial, dónde empezaron y dónde terminaron sus plumas más recordadas. Ahora algunos de ellos escriben en Seúl, el órgano del macrismo, la derecha o como le queramos llamar. Antes había un blog llamado Los trabajos prácticos donde estaba Hernán Iglesias Illa (director de Seúl, funcionario macrista y escriba en las sombras de Macri) y algún que otro Amante como Gustavo Noriega. Revisando esos textos uno podría ver esa deriva, qué fue de cierto progresismo. Desde ya, en los años ’90 era fácil ser antimenemista: ahí se juntaban los antiperonistas, la izquierda… Estábamos todos en una misma vereda. Después del 2001, y sobre todo a partir del kirchnerismo –que fue un nuevo avatar del peronismo pero un avatar de centro izquierda, así como el menemismo había sido de centro derecha, muy cercano en términos de lógica económica y cultural a lo que fue y es el macrismo y sus adyacencias–, se generó la famosa grieta, que no es nueva en la historia argentina pero que, de alguna manera, ordenó el campo cultural e intelectual. Insisto en que habría que buscar esas viejas revistas de El Amante y empezar a ver ahí esos signos. Aun cuando había notas políticas como una que escribió en plena crisis del 2001 Quintín, que hoy uno firmaría. El que no la firmaría es él… La tendencia al impresionismo o la crítica subjetiva, el cahierismo en el peor de los sentidos (el de la opinión fuerte a veces con argumentaciones no muy sólidas pero dichas a los gritos, digámoslo así), eran características de la revista junto con la vocación de discusión, paradójicamente. Tenía una línea editorial en la que se atacaban y defendían ciertas cosas, con el cine argentino como una de las cuestiones centrales. Hoy no veo en la crítica de cine, ni en las revistas de papel ni en las digitales, una línea editorial tan precisa ni una reflexión constante en relación a la problemática del cine argentino.
– En uno de los comentarios de tu libro señalás que el INCAA “mal o bien, prohijó la nueva época de oro que tuvo el cine argentino durante los últimos veinte años” ¿A qué te referís?
– Claramente, en términos de producción hubo una cantidad de películas producidas o filmadas –ni hablar de documentales, que literalmente explotaron– por lo que puede decirse que nunca se filmó tanto como en los últimos veinte años del cine argentino. Si en el futuro se sigue filmando tanto será considerado algo normal, si no es así quedará como época de oro como lo fue aquella en la que también había una producción sostenida básicamente, más allá de la calidad de las películas.
– Al escribir sobre La flor (2018, Llinás) decís que allí “todo es posible salvo la realidad”.
– Sé que la palabra “realidad” puede tener muchos sentidos, yo la pienso en referencia a David Viñas y Literatura argentina y realidad política, un libro sobre cómo la literatura expresó la realidad argentina. La flor es una película de una ambición y una desmesura total. Uno imagina todas las películas posibles que podrían estar en La flor. Podría durar más horas o ser infinita, y aun así probablemente estaría faltando lo que llamamos la realidad. Por supuesto que la época siempre se va a leer en una película, aunque sea por las pintadas que aparecen en las calles, o incluso por las no referencias, pero uno puede ver La flor en cualquier momento, o dentro de cincuenta años, y será siempre una suerte de burbuja. Hay referencias temporales pero son foráneas, las locales son las que más hacen ruido. Como el episodio de los cantantes: parecerían ser los primeros ’80, pero evita la referencia concreta como si eso pudiera perturbarla.
– El año pasado, tres revistas concretaron una encuesta de cine argentino, muy celebrada y discutida, después de la cual Fernando Martín Peña llevó adelante exhibiciones de las películas más votadas, que fueron muy concurridas.
– Todo es bienvenido. Pero no sé si proyectar Los paranoicos (2008, Medina) en el Malba aporta mucho para repensar la historia del cine argentino. En relación a la formulación de la encuesta yo escribí una larga nota donde creo que quedó bastante claro lo que pienso. Con otra encuesta reciente, organizada por Sight & Sound, pasó algo parecido. Está bien ampliar la cantidad de votantes, pero tenés que darles reglas muy precisas para que no se convierta en algo sin eje. En la de cine argentino se votaron tantas películas de la década del ‘50 como del 2020 para acá. Tal vez una regla podría haber sido no votar películas de los últimos cinco años o no autovotarse. No estoy en contra de abrir la encuesta más allá de la gente que supuestamente tiene algún saber sobre el cine argentino, al contrario, pero entonces hagamos una encuesta pública por internet y que vote cualquiera. Seguramente saldría primera Esperando la carroza (1985, Doria) o cosas así, y está muy bien, serían las películas más populares. Pero una lista que intenta pensar un canon de las películas más recordadas, o que por algún motivo consideramos mejores (no porque lo sean, eso objetivamente no existe), permitiría conocer la mirada que un grupo tiene sobre el propio campo, digamos. Eso sería interesante. La encuesta que hicieron me parece que está viciada porque aparecen películas medio inexplicables por esa cosa de los fans, que pueden tener Los paranoicos o Silvia Prieto (1999, Rejtman). Otra cosa que denota es la falta de conocimiento del cine argentino de décadas previas por parte de muchos votantes.
– Vos has dicho que los resultados de esa encuesta deberían aprovecharse para debatir.
– Para eso son las encuestas, supongo. Pero hasta ahora no ha sucedido. Y algo peor: hay muchas de las películas más antiguas, o previas a las contemporáneas, sobre las que no tendremos opiniones de sus realizadores y nadie les fue a preguntar nada en vida. Y no nos tenemos que ir tan lejos ¿eh? Se sigue muriendo gente a la que nadie ha ido a entrevistar. A pesar de que tenemos más estudiantes de cine en Argentina que en otros países de América Latina y probablemente de Europa, todo ese interés por el cine argentino no se traduce en estas cosas. En una de esas revistas digitales entrevistan por ejemplo a docentes, todos en general bastante jóvenes, mientras uno diría que tal vez sea más urgente ocuparse de los pocos sobrevivientes que quedan del cine argentino de los años ’60 y ‘70. Cuando se mueren, uno se lamenta que nadie les hizo una entrevista en profundidad: pasó con Solanas, con Favio mismo. Está el libro de Adriana Schettini, que es de los años ’90 y que tampoco agotó todo lo posible de ser preguntado… Nadie se tomó tampoco el trabajo de hacer un equivalente argentino de la serie francesa Cineastas de nuestro tiempo.

Por Fernando G. Varea

Clara Zappettini: «Todo trabajo audiovisual es como una batalla»

Cuando se presentó el libro Huellas e historias del cine platense 1955/1978 en el reciente 37º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Clara Zappettini (Buenos Aires, 1940) protestaba con una sonrisa porque en la tapa había una foto suya, aunque –más allá de su modestia– ese reconocimiento parece razonable para quien, después de estudiar cine y TV en las universidades de la Plata y del Salvador, empezó a ocupar con dignidad espacios importantes en el medio audiovisual en tiempos en que no era habitual encontrar allí mujeres. Buscar en la web información sobre sus trabajos, sin embargo, no es tarea fácil: como ocurre con otros valiosos profesionales argentinos de su generación, no ha sido muy entrevistada. Tal vez por ese motivo, o por su comunicativa personalidad, se predispuso sin problemas a que le hiciera una serie de preguntas. La charla se inició en noviembre en Mar del Plata y continuó, desde Rosario, por mail y por whatsapp, nutriéndose de comentarios de Zappettini sobre contratiempos varios (el viento marplatense, el calor porteño, algún problema de salud, los ruidos imprevistos en el consultorio del departamento de arriba al que alquila) con sus numerosos recuerdos.
– ¿Es cierto que, cuando empezaste a estudiar cine, Antonio Ripoll te dijo “Las mujeres no pueden ser montajistas, solo cortan negativos”?
– Sí, fue realmente así. Muy amablemente, evitó el compromiso de dejarme ir a la cabina para ver cómo se compaginaba. Habíamos tenido dos años de clase con él en La Plata. Teníamos una moviola vertical, la única vertical que recuerdo haber visto alguna vez. Ripoll era muy macanudo y tenía mucha confianza con nosotros, por eso me atreví a planteárselo. Le había dado trabajo a compañeros nuestros, como Armando Blanco y Carlitos Piaggio. No recuerdo cómo era el tema del pago pero era algo rentado. Yo además veía en el montaje –que siempre me interesó– la posibilidad de trabajar, ya que estábamos terminando los estudios y había que ver para qué lado rumbeaba uno.
– ¿Te costó desarrollar tu vocación siendo mujer?
– Yo lo que tenía claro es que no tenía una vocación doméstica. Con todo respeto, lo digo hoy también: no soy ama de casa. Me encantaría serlo pero no lo soy. A lo mejor era también la marca de mis padres inmigrantes, esa necesidad de pensar en el trabajo. Por ser mujer me costó integrar equipos de trabajo y tener autoridad, pero también por mi carácter: uno tiene que tener flexibilidad y no siempre fui muy flexible que digamos.
– En la presentación en Mar del Plata del libro sobre la carrera de cine de la Universidad Nacional de La Plata se mencionó en varias ocasiones a Raymundo Gleyzer. ¿Lo conociste?
– Lo recuerdo muy poco, no lo traté. Raymundo no era de nuestro grupo. Sí me acuerdo que me había impactado mucho su trabajo en Malvinas, para Canal 13. Lo que me molesta es esa actitud que tenemos en general en Argentina, de subrayar y engrandecer la entrega de la vida en favor de la patria y a través de la profesión. No tengo por qué criticarlo a él ni a los que se dedicaron a la política en forma expresa y violenta, pero hay distintas formas de vivir la patria y de encarar la propia vida.
– En 1968 participaste del Festival de Mar del Plata como coordinadora en seminarios de especialistas en cine. ¿En qué consistía tu trabajo?
– En ese momento el secretario del festival era el periodista Germinal Nogués, del cual me hice muy amiga. La tarea consistía en coordinar los encuentros culturales que habían caracterizado al festival hasta ese momento. No únicamente invitar directores, como ocurre últimamente, sino organizar charlas. Otros años había sido coordinador Rolando Fustiñana [Roland], que había sido profesor nuestro de Historia del cine. Se trataba de organizar esos encuentros y estar en los lugares donde se realizaban.
– De 1972 a 1979 fuiste productora ejecutiva en Canal 7 (TV Pública). ¿Cómo fue esa experiencia?
– Yo trataba de evitar cierto tipo de situaciones, me refiero a algunos invitados en determinado momento… Pero me acuerdo cuando se anunció la tablita [cambiaria] y la llegada al canal de Martínez de Hoz, que me quedé para espiarlo un poco. La famosa tablita la explicó en un pizarrón con tiza. Huelgan mis comentarios. Prefiero hablar de las cosas que pude realizar. Hubo, por ejemplo, un proyecto con Roberto Grasso sobre inmigrantes españoles e italianos, llegamos a grabar entrevistas que después regrabábamos en off con otras voces, como un relato. Eso fue en diciembre de 1975 y principios de 1976. Al volver de unas vacaciones, quisimos retomar esa experiencia pero con el golpe [del 24/3/1976] el proyecto se desmembró, solo pudimos revivirlo en un programa especial de una hora y media que fue un desastre como realización. Había además muchos programas que no eran de nuestra creación, que salían en vivo. Todos los días, por ejemplo, había programas musicales específicos: uno de tango, otro de jazz, otro de folklore. Recuerdo que Antonio Tarragó Ros debutó en ese viejo Canal 7 de calle Viamonte, inclusive –aunque él no se debe acordar– le ofrecí presentar un programa litoraleño porque no teníamos quien lo hiciera, y, como él siempre fue tan dicharachero, aceptó. Se fomentaba muchísimo la música de Argentina. Me acuerdo también que estuve en la coordinación de producción de los programas del Teatro Colón, que transmitían los espectáculos más importantes que se hacían allí. Eso dentro de la programación, por supuesto en blanco y negro.
– ¿Es cierto que cuando empezaste a trabajar en TV conociste a Luis Moglia Barth?
– Lo de Moglia fue un privilegio de mi vida, que yo, tímida y corta, no supe aprovechar en ese momento. Él andaba por los setenta y pico de años y estaba en la pobreza, en la lona; de hecho, terminó sus días en la Casa del Teatro… como corresponde a uno de los primeros directores que hicieron cine sonoro en la Argentina (se ríe, irónicamente). A mediados de los años ’70, este señor había conseguido un apoyo del Fondo Nacional de las Artes, que le prestó su filmoteca para un programa de TV que se llamaba El cine y el Fondo Nacional de las Artes. Utilizó ese material, que era reversible, reeditando las películas que pasaba en moviola. El problema fue que no le dieron oportunidad ni horarios para rearmarlas después, o sea que ese material quedó desarmado. Mucho después, por el 2005, jovencitos de la época en un documental que hicieron sobre el FNA lo criticaron por esta cuestión de depredar el material. Pero, en realidad, no lo depredaba sino que lo ponía en valor. Trabajaba solo, era muy exigente. Ese programa duró unos meses y era simple, digamos, pero de gran envergadura, aunque después lo hayan minimizado porque el viejo –como le decíamos– no pudo rearmarlo. Ay de mí cuando no tenemos el foco puesto en el respeto por la gente…
– Fuiste parte de programas televisivos de divulgación cultural muy recordados: Generación espontánea (1974), Argentina secreta (1975, retomado en 1984 como Historias de la Argentina secreta), Historias con aplausos (1989/1992). ¿Qué apoyo tenían?
Generación espontánea es un gratísimo recuerdo porque pudimos tratar en profundidad a un periodista y productor extraordinario como fue Miguel Ángel Merellano. Él traía ese programa de la radio, un programa nocturno que había sido un éxito total. En Argentina secreta mi colaboración fue breve, en la primera o segunda temporada. Llegué a acompañar a Roberto Vacca en algunos viajes. Iba como fotógrafo Jorge De León. El programa era realmente de Vacca y el otro periodista, Daniel Pla, ya que cuando el programa empezó a hacerse en ATC estaba Otelo Borroni. La responsabilidad era de ellos. Historias con aplausos fue un programa de ATC, se generó artesanalmente y pudo existir porque el canal público tenía ciertos elementos técnicos casi artesanales. Ningún canal tenía un transfer en 35 mm, por ejemplo. Y los viejos técnicos –que venían del Canal 7 de calle Viamonte, o incluso del de calle Posadas o del Palais de Glace– armaron un transfer. Nosotros en general pedíamos las películas en 16 mm pero muchas veces nos facilitaban algunos actos (no completas) en 35 mm. La moviola que el canal tenía era grande, de varios platos, y tenía la opción de 16 mm y 35 mm. Es muy loco imaginárselo ahora, en la era digital: ver las películas muchas veces incompletas y marcarlas –porque tampoco las cortábamos– de papel a papel, o sea una entrada y una salida. Después teníamos un horario especial para el transfer en el laboratorio, que tanto el viejo canal como ATC tenían para revelar el material reversible que se usaba en los noticieros. Era un trabajo chino lograr la transcripción en el laboratorio, donde estaba el viejo proyector de 35 mm, pasando a video los fragmentitos que nosotros elegíamos. Se producían simultáneamente tres capítulos de personajes distintos, era la única manera de terminar los programas semanales que eran como mediometrajes de 50 minutos.
– ¿Cómo fue entrevistar a tantas figuras del cine y el espectáculo, la mayoría ya retiradas, incluyendo algunas que no accedían fácilmente a la TV en esos años, como Zully Moreno?
– No recuerdo quién aprobó el proyecto de Historias con aplausos, probablemente haya sido Marito Sábato, que era gerente artístico. Recurrimos a Claudio España para la investigación. Fue un ciclo muy laborioso, lo mismo que La otra tierra (1986/1988, retomado en 2000), sobre los inmigrantes, con Marta Prada como investigadora. Porque obviamente no se podía improvisar. En general, se encaraba de entrada la búsqueda de material de archivo. Suponéte que te entrevistábamos a vos: ya sabías que íbamos a hablar de tus padres o tus abuelos y si tenías alguna fotografía, un pasaporte, o algún hecho significativo, tratábamos de ilustrarlo de cualquier forma. La otra tierra llegó a tener entre Canal 7 y Canal (á) 99 capítulos. Habría que rescatar esas entrevistas, porque había testimonios de inmigrantes del comienzo de siglo, que habían vivido la primera Guerra Mundial… Pero bueno, alguna vez Argentina tendrá buenos archivos. El apoyo del público para Historias con aplausos fue inmediato. La famosa entrevista con Zully Moreno fue precaria, de eso me hago cargo, porque fue tan difícil durante un año y medio estar detrás de ella… Representó una cuestión emblemática de producción porque no había enfrentado una cámara desde que había vuelto a la Argentina, después de radicarse en España con [Luis César] Amadori por la caída de Perón. Ellos habían sido muy oficialistas, Amadori fue uno de los pocos directores que filmaba porque conseguía película en una época en la que no había. El encuentro con ella fue fantástico aunque tenía un problema de salud del que prefiero no hablar, realmente. Pero ese capítulo logró 11 puntos de rating, que para Canal 7 era completamente excepcional. Para ambos ciclos tuvimos un gran apoyo periodístico. Independientemente que Claudio España, dentro de lo que podía, movía en Espectáculos de La Nación, fue Pablo Sirvén en los comienzos de su carrera –creo que en el diario Tiempo Argentino– quien apoyó mucho este programa y otros que hicimos. Por ejemplo Café con Canela (1985), en el que hacíamos transmisiones en vivo desde las provincias. Pero desde los canales provinciales, no llevando el móvil del canal como se hizo después en El espejo. Historias con aplausos ganó dos premios Martín Fierro seguidos y eso le dio más difusión.
– ¿Hubo gente a la que no pudieron entrevistar o programas que les trajeron problemas?
– Todos los programas eran problemáticos en lo cotidiano. Siempre fue muy difícil hacer cierto tipo de TV. Los argentinos somos un poco problemáticos, en nuestra forma de organizarnos desorganizadamente. De pronto, había que conseguir dos equipos permanentes para rotar, cuando el sindicato te obligaba a salir con once personas para hacer un reportaje (se ríe)… Porque nosotros no solo teníamos la cámara sino también el sonido y la iluminación. Además, estaba el chofer de la camioneta que siempre venía y se metía en un departamento chiquitito, o al revés, en la sala del Liceo, recuerdo ahora, se paraba a inspeccionar lo que estábamos haciendo en la mitad del palco donde estábamos preparando la entrevista con Enrique Pinti. Todo era levemente promiscuo en cuanto a la cantidad de personas. Teníamos también dos editores que rotaban. No te cuento lo que era musicalizar los programas, porque puede ser largo y aburrido. Y sí, quedó gente afuera que no pudimos entrevistar. Una fue María Duval, que tenía una actitud de privacidad muy grande. Por las vueltas de la vida, la llegué a conocer en el Festival de Mar del Plata, cuando en 2001 hubo un homenaje de la sección La Mujer y el Cine a todas las actrices argentinas. Allí aceptó ir. Me acuerdo que fuimos a una cena juntas, fuera del festival, que le habían brindado a ella y a Olga Zubarry. Era una señora encantadora y muy ubicada en la vida. Más para una entrevista para La otra tierra, por el tema de la inmigración, que para Historias con aplausos. Los recuerdo con mucho respeto a todos los que entrevistamos, francamente. Hugo del Carril no aceptó ser entrevistado pero igualmente hicimos el programa con él presente, en su casa, mientras hablamos con el hijo, la hija y otras personas. Cuando entramos, todos me decían “No va a estar, no va a querer ver la grabación” Y yo les decía «¡Pero sí!… ¡Si el tipo ve que entramos con un farol va a querer oler la luz de la cámara que le está dando al hijo! ¿Se va a perder una grabación a esta altura de su vida?» Y efectivamente, en ese departamento de la calle Perón, al entrar había un living grande y a la izquierda un comedor enorme con una mesa muy larga, y Hugo estuvo sentado en la cabecera todas las veces que fuimos a verlo. Recuerdo cuando entramos –de esto tengo testigos vivos todavía–, lo primero que dijo fue “Uh, cuántas mujeres” (se ríe)…
– Es interesante que en tu documental Buenos Aires, la tercera fundación (1979) los protagonistas son los trabajadores, los ciudadanos anónimos. Incluso cuando aparecen algunas personalidades lo hacen fugazmente y sin hablar. ¿De quién había sido la idea de darle ese enfoque?
– El objetivo final era que la ciudad es fundada todos los días por la gente que trabaja. No sé si quedó muy claro, pero era el objetivo. Por eso, no queríamos ponerles nombres a las personas destacadas. Con Roberto Grasso, que trabajó en el guion conmigo, nos habíamos planteado que si poníamos los nombres de Caloi o quien fuera, era distinguirlos. Terminamos poniéndolos en los agradecimientos únicamente. La idea era que el trabajo nos iguala a todos. Volví a verla hace poco y nos preguntamos si hoy la gente reconocería a esas personalidades. La verdad es que no sé… En ese momento se celebraban los 400 años de la segunda fundación de Buenos Aires, la de Garay. Me parece que en la película no se aclara lo de las dos fundaciones, la primera tan cruenta, que termina de una manera tan espantosa. En realidad, para hacer un documental quizás era más atractiva la primera que la segunda… De todas formas, fue una feliz locura. La preproducción, la producción: fue todo muy artesanal, muy precario dentro de nuestros límites, de dinero y creativos. Uno tiene que hacerse cargo de lo que ha hecho y yo lo quiero realmente a este no largo, porque apenas tenía un poquito más de una hora. Pero en fin, Buenos Aires la tercera fundición (como algunas veces la llamé), fue una batalla. Todo lo que tenga que ver con lo audiovisual, o cualquier trabajo encarado en equipo, suele ser una batalla. Pueden ser batallas muy bellas, el problema es después pagar las consecuencias. En una Argentina en la que no había estrenos, ese jueves de junio que era el aniversario de la fundación de la ciudad se estrenó junto con otras dos películas argentinas, en salas de cine cercanas entre sí. Bastante suicida la cosa.
– En un momento de esta película la voz en off que representa a los ciudadanos dice “A veces sos tan pacífica, Buenos Aires”, y la ciudad responde “Cuando ustedes me dejan”. Resulta sugestivo ese diálogo si se piensa que se filmó en 1979 y se estrenó en 1980. ¿Tuvieron problemas de censura o algún condicionamiento?
– La película se pudo hacer porque aprobaron el guion en el Instituto Nacional de Cinematografía. Nos cuidamos muy bien de poner lo que creíamos que podía circular. Desde un punto de vista ideológico, no se ensalzaba lo militar. Nosotros pusimos hincapié en el laburo, en el trabajo. El metamensaje del trabajo no creo que le interesara mucho a esta gente… La película fue un poco consecuencia de ese proyecto sobre la inmigración que te contaba, previo al golpe. Surgió también por la frustración de que nos levantaran un programa documental llamado Memorias de una anciana dama, en homenaje a Buenos Aires, en el que habíamos puesto mucha energía, era muy bueno. No sé por qué lo levantaron, son esas cosas que suelen pasar en el canal estatal, que la programación se levanta de un día para otro al cambiar el director artístico, ese tipo de cosas. Con el mismo equipo surgió la idea de hacer un documental que no fuera histórico, no sobre la fundación de Garay sino sobre el Buenos Aires de todos los días. Y el INC lo aprobó, aunque censura por supuesto que había. Nosotros la filmamos en enero de 1979, sábados y domingos. No había mucha gente en la ciudad y ese fue otro de los problemas que tuvimos. La hicimos con mucho amor pero no previmos esas cosas. Hay un doble juego ahí: se dice “Cuando ustedes dejan de trabajar”… y había cosas que pasaban en la ciudad que no eran precisamente de trabajo ¿no? Era algo muy sutil. Sos una de las pocas personas que pudo entenderlo. Si nosotros hubiéramos encarado la temática del trabajo de otra manera hubiéramos tenido que hacerla con nuestra plata y estrenarla, no sé… El estreno en sí fue otro combate, porque nadie quería estrenar un documental. Llegaron a amenazar a nuestro exhibidor –prefiero no dar nombres–, que renunció después, y a quien hace poco lo vi en un BAFICI… Cuando logramos estrenarla y vimos que no se podía pagar el crédito, fue todo un calvario. Después el Instituto de Cine nos autorizó a hacer exhibiciones en los colegios.
– ¿Cómo se dio tu participación en El palacio de la risa (1992/95), el programa de Antonio Gasalla?
– A Gasalla lo conocía como actor, no personalmente. En un momento determinado me convoca porque yo seguía haciendo Historias con aplausos pero el programa, a pesar de los dos premios Martín Fierro, no salía al aire. En vez de ayudarte te bloqueaban, era bastante feo, un maltrato muy terrible. Cada gerente nuevo venía con sus ideas y su grilla, lo mismo que pasa en general con nuestro queridísimo país ¿no? Cada uno quiere imponer su impronta. Fue entonces que Antonio me convocó para hacer videos sobre figuras importantes de la época de oro del cine y contemporáneos. Cuando llegó el segundo año le planteé que no podíamos seguir con lo mismo y empezamos a recrear situaciones de actualidad. No tengo copias de esos programas, con tantas mudanzas tuve que desprenderme de esas cosas… El inconveniente fue que Antonio me plantó en cámara, y para los que no estamos acostumbrados y de alguna forma le tenemos fobia a eso, la primera vez fue horrible. Pero, por otro lado, fue muy divertido, por los comentarios de la gente que me había bloqueado el programa, porque de alguna manera yo lo seguía haciendo y hasta aparecía ante la cámara. Cosas propias de Gasalla, que siempre fue un tipo muy creativo. Recuerdo cuando falleció Federico Fellini. Fue muy difícil organizar un video para ¡Fellini! (se ríe)… era como una falta de respeto. Y se me ocurrió poner el fragmento de cuando llega el famoso barco Rex, de Amarcord (1973), en un mar artificial, de papeles. El barco no entraba de derecha a izquierda o al revés, sino desde el fondo. No compaginé nada, puse eso nomás.
– ¿Cómo fue tu contacto con otras mujeres cineastas de nuestro país? 
– Lamentablemente a Vlasta Lah no la conocí, sí al hijo y al marido, Catrano Catrani. Tampoco trabajé con María Herminia Avellaneda, aunque la tuve de gerente en ATC en un período no muy largo, en la época de Alfonsín. Hizo un par de películas pero era más que nada una excelente directora de TV, su tratamiento de los primeros planos era muy creativo y dramático. A Eva Landeck la quería conocer, además ella sí puso en su película Gente en Buenos Aires (1974) cosas que nosotros queríamos poner en Buenos Aires, la tercera fundación y no lo logramos. Tenía un concepto cinematográfico muy desarrollado. Con María Luisa Bemberg y Lita Stantic tuve el privilegio de compartir el trabajo en Camila (1983/84). Las productoras éramos Marta Parga y yo. Para mí significaba la tercer experiencia en cine, después de Buenos Aires, la tercera fundación y antes La balada del regreso (1974) con Oscar Barney Finn, en la que yo era multirubro porque llegó un momento en que se fue todo el equipo. Allí era asistente de dirección y llegué a hacer producción. En Camila mi trabajo en la producción fue algo único: hoy se me ocurre que sería una película imposible de producir. Haber conseguido carruajes del Museo de Luján, llevarlos a Colonia transportándolos en el buque bus… Francamente si alguna vez tuve que terminar de comprender muchas cosas del trabajo de producción eso me lo enseñó indirectamente Lita y la experiencia de haber trabajado con María Luisa. Ella no era muy… (piensa) no se acercaba mucho al equipo, en general… Por supuesto que uno hablaba con ella, pero estaba más con el equipo de luz y de dirección.
– ¿Hay en el cine argentino actual directoras que te gusten?
– Hay algunas que me interesan, me gusta mucho Ana Katz. Pero por el infarto que tuve, y después por la pandemia, en los últimos años he ido muy poco al cine y al teatro. Recién en este año que pasó fui al cine, a ver el documental sobre Ennio Morricone y Argentina 1985. Además estoy más abocada al tema de Derecho de Autor, participando de las comisiones directivas de Argentores. Esto me mantiene ocupada y activa.

Por Fernando G. Varea