Ambigua banalidad del terror

BATMAN – EL CABALLERO DE LA NOCHE
(Batman – The dark night, 2008; dir: Christopher Nolan)

-Por JUAN AGUZZI
La visión de Batman – El caballero de la noche pone en evidencia que el enmascarado es el superhéroe preferido por el cine para ensayar una actualización política sin encastres demasiado realistas.
Lo fue con las dos versiones de Tim Burton –aún en su marcado tono dark y glamoroso- poniendo de manifiesto la corruptela política que ya se vislumbraba como el más aceitado recurso de vaciamiento y dominio que campeó en los ‘90 y acentuando en el hombre murciélago rasgos de carácter ambiguo que lo volvían cruel e imperfecto. Y luego del salto sin red que significaron las dos películas de Joel Schumacher, Batman volvió a ser motivo de estas disquisiciones de la mano de Christopher Nolan, fundamentalmente desde lo estético y a través de su modernización retro-tecnológica, pero no menos desde lo argumental, otorgando a la criatura nocturna la jactanciosa creencia en la efectividad de su poder.
Un viaje de ida que en Batman, el inicio sume a su protagonista en el dilema de considerar la venganza como la justa moneda de cambio para tranquilizar la conciencia. Puesto nuevamente manos a la obra, Nolan parece encontrar en El caballero de la noche la excusa para discurrir sobre la moral en tiempos de la aceptación popular del terrorismo como el gran fantasma, mientras la mentira mediática disfraza sus verdaderos objetivos, como aquel de aniquilar a los oponentes de la apropiación indebida conocida como libre comercio.
En esta nueva historia de Batman, Nolan pone a funcionar una perfecta maquinaria de destrucción y muerte en el probable afán de medir la temperatura a los miedos profundos de unas/las sociedad/es amenazada/s y poner de relieve la hipocresía con que suele enmascararse. Tal vez no haya sido un objetivo a priori, pero el relato de El caballero… conduce en esa dirección y el resultado de esa serie de presunciones sobre la realidad -cuyo sesgo fantástico no hace sino acrecentarla- deja latiendo la certeza de que el mal es inmanente a los hombres y en cuyo ejercicio dan contenido ideológico a las aberraciones que perpetran.
Y he aquí que podría pensarse que también sin proponérselo, Nolan termina haciendo un film en donde da forma a todo esto a partir del enemigo Nº 1 de Batman, El Guasón, verdadera encarnación de la gratuidad del terror e implacable seductor en su emancipación de cualquier interés material en su letal escalada. Aunque pueda disfrutarse de la aparición de Batman, en El caballero… se esperan más las transgresiones de El Guasón, sus demoníacas declamaciones y el destilado irrebatible de sus diálogos o soliloquios, casi como venidos de una conciencia que regula el mundo, o por lo menos Ciudad Gótica.
La espesura dramática (en el sentido recursivo de actuación) conque el recientemente fallecido Heath Ledger dota a su personaje estampará su máscara escalofriante en los anales del cine. Nolan supo invertir los billetes con los que contó para la producción de El caballero… con notable eficacia. La Chicago símil gótica y el paisaje nocturno de una Hong Kong ultramoderna dan el relieve adecuado para constatar la psicosis urbana, cuyo correlato se recorta en las furibundas secuencias en la que los duelistas –Batman y El Guasón- se enfrentan. Para decirlo simplemente, ninguno de los dos violentos ajedrecistas se andan con pequeñeces. Aunque prefiera la singularidad gráfica de los cuchillos –tiene una colección entre sus ropas-, El Guasón es tanto un adiestrado tirador de bazooka como un experto colocador de explosivos, y al guardar absoluta fidelidad a la única ley que rige sus actos, la de justamente no tener ninguna, se afana en tender las más crueles trampas mortales con la misma banalidad con que respira. Es de este modo que más allá del despliegue escenográfico del que se vale Nolan, lo verdaderamente perturbador en El caballero… sea el incontrolable Guasón y su ruinosa moral puesta como verdadera amenaza para la seguridad. Batman, a quien el venerable Alfred (los tics de mayordomo que utiliza Michael Caine no pueden ser más pertinentes) pone en situación cada vez que su conciencia ambigua -un millonario que reniega del rol que se le endilga, el de protector pero también el de héroe marginal que actúa en las sombras- lo desalienta, sirve de excusa para que Nolan exponga –y aquí el guión se ablanda, proponiendo que detrás de una sociedad aterrorizada está la buena conciencia de las clases medias que la componen- la gélida materialidad del terrorismo para el que cualquier método es válido para alcanzar sus intereses.
El Batman de El caballero… va a secuestrar, va a moler a golpes a su prisionero, pedirá al inventor de sus artilugios armas cada vez más letales para sostener el statu quo de esa abstracción llamada valores democráticos, ya que la justicia institucional, a cara descubierta, parece no funcionar o es cómplice. El fiscal, a quien Batman quiere legar el dispendio de justicia, se convertirá en otro enemigo de cuidado (y en un potencial villano de una potencial próxima entrega: el Two Faces del comic original) y el enmascarado no tendrá más remedio que abdicar de sus planes para abandonar su traje de caucho (la mujer que ama, que prometió esperarlo hasta ese momento, ya está muerta luego de sortear rivalidades amorosas entre el fiscal y Bruce Wayne) porque él también es un ¿mal? necesario. La verdad explota con sarcasmo cuando El Guasón le suelta a Batman –que lo golpea enfurecido para interrogarlo- que él, su entidad de equÌvoco justiciero, su sola existencia, es lo que anima la cruzada de atentados, la sublimación al dios terror de la que el hombre de careta blanca es partícipe necesario.
La combinación de planos vertiginosos y un guión un tanto alambicado atentan por momentos contra la fluidez del relato, aunque las imágenes poderosas revelan su estatuto de intensidad expandiendo su estética oscura y potente, de pesadilla. Pero, a no dudarlo, la carnadura de ese individuo apasionado a tal punto por la construcción centrífuga del terror que lo vuelve insensible a cuanto lo rodea es el verdadero motor de El caballero de la noche. Es a través de los ojos enfermizos de El Guasón, a través de su desprecio por el dinero -incendia una montaña de millones de dólares robados bajo las narices de la propia mafia-, del desprecio por su propia integridad -se oculta para sorprender, nunca para escapar-, de su escalofriante metodología criminal –mete un celular explosivo en el estómago de un borracho compañero de celda-, de su alienada perspectiva de destruir Ciudad Gótica, que este Batman de Christopher Nolan cobra su verdadero sentido. Al modo de esos films donde el villano roba el protagonismo y justifica hasta las escenas más descabelladas, El Guasón es la cuadratura del ángulo de El caballero de la noche. Su rostro satisfecho al aire nocturno mientras se dirige hacia su último acto, da la dimensión exacta del mal engendrado por la desmoralizada ambición social y grafica la fortaleza de aquél que escapa a su vigilancia y castigo.

(publicado en El Ciudadano & La Región el 20/7/2008)

Un pensamiento en “Ambigua banalidad del terror

  1. Al día siguiente de haber incluído en el blog algunas notas extraídas de El Ciudadano (ver Columnistas Invitados), este diario cerró sus puertas, dejando en una difícil situación a sus trabajadores. Ojalá el rescate de estos artículos sirva para recordar la existencia de un buen periodismo cultural en nuestra ciudad, al margen de la irresponsabilidad o la indiferencia de quienes deberían estimularlo.

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