El frenesí y la frialdad de una clase

EL AMANTE
(Io sono l’amore, 2009; dir: Luca Guadagnino)

Los ceremoniosos preparativos de una cena, al comienzo –con lugares estratégicamente asignados en una gran mesa, un ir y venir de vajilla, y personal de servicio actuando como en los prolegómenos de una operación bélica–, recuerdan a Larga vida a la señora (1987, Ermanno Olmi), pero acá el centro de todas las atenciones (y precauciones) no es una anciana sino el patriarca de los Recchi. Los buenos modales no ocultan la tensión, incluso el temor, hacia ese pariente cuyas palabras pueden definir el rumbo de la vida de los demás, como de hecho sucede, ya que durante la comida anuncia a quiénes cederá su poderosa empresa textil.
El relato comienza entonces a seguir a los integrantes de ese núcleo familiar que, aunque moviéndose en ámbitos lujosos, se ven frágiles, inseguros, infelices. Y la película elegirá, entre ellos, a Emma, la extranjera casada con el hijo de aquél hombre poderoso, madre introvertida, no del todo cómoda en ese mundo. En la piel de Tilda Swinton (actriz de mirada profunda, que ya había interpretado a una madre conflictuada en Impulso adolescente), este personaje se alza como síntoma de un estado de malestar y confusión en medio de los ritos hipócritas de esa burguesía acomodada… y acomodaticia: el imperio parece haber tenido contactos con el fascismo y ahora busca fusionarse con capitales internacionales con el sólo fin de acrecentar su riqueza.
Muchos han encontrado en El amante vínculos con el cine de Luchino Visconti (1906/1976), y, ciertamente, este grupo familiar tiene mucho de los que bien supo retratar el director de El gatopardo, pero Luca Guadagnino (1971, Palermo, Italia) propone un espectáculo más pomposo, pleno de pliegues y coqueteos plásticos. El melodrama crece predecible, con ribetes operísticos, hasta alcanzar su clímax en sus últimos tramos, pero lo enrarece la soltura de la cámara, con violentos travellings, imágenes fuera de foco y abruptos primerísimos primeros planos. A los ambientes imponentes, los espejos y las escaleras, se suman la luz febril de Yorick Le Saux y la música intensa, recargada, de John Addams.
Este furor audiovisual y la frialdad de los personajes se corresponden con los rasgos de esta clase, capaz de atravesar instancias trágicas, o algunas formas de decadencia, con egoísmo y lúgubre elegancia.
Algunas decisiones de Guadagnino como director y co-guionista parecen mejores que otras: el amorío homosexual de la hija o la fugaz aparición de imágenes de Filadelfia (1993, Jonathan Demme) en el televisor como incentivos para Emma, por ejemplo, son aciertos que compensan la desdibujada caracterización de los hijos varones o la tendencia al desborde artificioso. Aún así –y aunque no se aleje demasiado del clisé de la mujer adinerada insatisfecha que procura liberarse–, El amante tiene una fuerza y una sensualidad poco comunes en el cine actual.

Por Fernando Varea

Trailer de El amante aquí

4 pensamientos en “El frenesí y la frialdad de una clase

  1. Me parece que el hijo que muere está bien “caracterizado” (hay un desdibujamiento buscado, digamos), de hecho cierta opacidad/vulnerabilidad del personaje está dada por la relación edípica con su madre, vínculo que lo lleva a ser arrastrado por los celos cuando descubre la relación entre su amigo (joven al igual que él) y ella (con sus incipientes cincuenta). Ese hijo conoce (comparte, es depositario de) la lengua materna (el ruso), lugar en el que ellos se comunican secretamente o de modo cómplice, y del que están expulsados todos los demás. Ese hijo se va como deshilachando por su sensibilidad (y cierta inseguridad), va como perdiendo contornos; es también el que entiende, al igual que su madre (especularmente, como los espejos que abundan en el film), las elecciones afectivas (homosexuales) de su hermana. Por otro lado, este film me remitió a Misterios de Lisboa del gran Raúl Ruiz donde los empleados domésticos (o la “servidumbre” en la jerga decimonónica) escuchan, observan, son portadores de secretos y saberes, igual que el ama de llaves o dama de confianza de Emma en este film de Luca Guadagnino. Con esto me atrevo a decir que hay un poder en esos subalternos que es el de quien observa y entiende ese reticulado de relaciones que pareciera escapársele a la clase alta tan ocupada con sus actuaciones, rituales, puestas en escena e impudorosa exhibición de poder y riqueza. Emma y su hija se despojan de las máscaras. Y es en este sentido (entre otras razones) que me parece poco afortunada la traducción (comercial) al castellano de “Io sono l’amore” como “El amante”; en el primer caso se trata de Emma como sujeto de deseo y en el segundo esa centralidad se ve desplazada al joven cocinero.
    Muchas gracias por este post, Fernando.
    edf

  2. Buen análisis y buena observación respecto al título en castellano. Personalmente, me atrajo más el estilo (medio desatado, esa suerte de ampulosidad creativa), que los detalles del argumento. Gracias Ema por tu comentario (¿no serás la Ema de la película?…)

  3. 1. A mí también me atrajo eso que llamás ampulosidad (o estilo des-atado). Lo que sucede es que no me parecía que el hijo varón (el primogénito) fuera una figura desdibujada a nivel caracterización; todo lo contrario, la inseguridad o vulnerabilidad que expone se condice(n) con esa mirada algo distanciada que tiene para con el mundo (la madre tiene algo de eso también, pero logra des-atarse). El peso del amor por la madre es muy poderoso y lo muestra de ese modo, como si estuviera suspendido respecto del mundo (me quedó unamuniano esto).
    2. ¡Ja! Le falta una «m» a mi nombre. Y también el pedigrí que, como actriz, tiene la Swinton…

  4. Tal vez sea como decís, que al hijo mayor (amigo del cocinero) se lo vea poco y sin fuerza porque así es su personaje. Gracias de nuevo por tus comentarios.

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