Las máscaras de Carax

HOLY MOTORS
(2012; dir. Leos Carax)

¿Por qué, desde hace un tiempo, los cinéfilos del mundo vienen mencionando la última película de Leos Carax (1960, Suresnes, Francia) como una gozosa contraseña? ¿Por qué es buscada, esperada, reconocida por jurados de distintos festivales y asociaciones de críticos? ¿Se trata, verdaderamente, de una obra digna de todo ese fervor?
En realidad, Holy Motors entraña una trama hecha de guiños, ironías y sorpresas narrativas que la convierte en un serpenteante divertimento alejado de los productos en serie, pero, al mismo tiempo, es una muestra de la superficialidad que exhibe cierto cine prestigioso en la actualidad.
En el comienzo alguien con piyama y lentes oscuros se levanta confundido de su cama y –gracias a un dedo metálico que funciona como una suerte de llave– abre una extraña pared, ingresando a una sala de cine por cuyos pasillos pasean sombríos perros, con un fondo sonoro de barcos y gaviotas que tal vez provengan de la película que nunca se muestra. Es un prólogo prometedor, sugestivo. Lo que seguirá es otro hombre, apodado Oscar (Denis Lavant), camuflado en distintos personajes y viviendo singulares experiencias (“eventos” las llama él), que pueden ser parte de un trabajo o de sus deseos. Razonablemente, muchos han encontrado en este desfile de personas/personajes la esencia de la actuación e incluso del cine, con su permanente juego de máscaras y simulaciones.
El recorrido por estas vidas diferentes implica, como es de imaginarse, abruptos cambios de registro, por lo que la tensión se transforma repentinamente en melancolía y después en humor negro o en delirante clima de ciencia ficción. No puede negarse lo divertido –por imprevisible– que resulta dicho trayecto para el espectador, aunque cabe preguntarse hasta qué punto no influye en el deslumbramiento de muchos ese implícito homenaje al cine: los juegos de espejos y regodeos en torno al medio siempre son recibidos con alborozo por los cinéfilos.
Uno de los problemas de Holy Motors es que esas señales se suceden como sketches o viñetas de un comic (por momentos parece una adaptación de Las puertitas del señor López), con la fragmentación que eso implica. Por otra parte, si bien Carax emplea algunos recursos estimulantes (un remedo de zootropo, cierre en iris, planos secuencia), la mayor parte del tiempo la cámara se limita al mero registro y seguimiento de los personajes.
Cabe recordar que el director es el mismo de Mala sangre (1986), cuyos riesgos estéticos eran excepcionales en una época en la que triunfaban en Cannes películas como La misión o Pelle, el conquistador. Algunos momentos de Holy Motors recuerdan por su desprejuicio a aquél chispeante largometraje, pero otros son decididamente triviales, difíciles de admitir en alguien que ya no es un veinteañero.
La caminata de Oscar con Jean (Kilye Minogue) y el posterior ingreso a un antiguo edificio hasta llegar a una terraza por la que se ve París iluminada –con la melodrámatica puesta en escena para un suicidio como culminación– es un prodigio de suaves movimientos, un recorrido delicadamente sinuoso. A su vez, la figura de Celine, distinguida secretaria-chofer encarnada con precisión por Edith Scob, le da al film la contención que no tiene el personaje de Oscar, un Denis Lavant que es puro tic, maquillaje y esfuerzo físico, ejemplo del tipo de actuación que suele deslumbrar en Hollywood. Y a propósito: Holy Motors es una de esas películas que depende demasiado de su actor y, por más que les pese a sus defensores, está más cerca del Actors Studio que de Hitchcock o Bresson.
A su vagabundeo posiblemente onírico suma reflexiones expresadas en voz alta (“¿Por qué tenemos que sufrir tanto en la vida?”, “Los hombres ya no quieren máquinas visibles”), escenas insustanciales (el desfile de acordeonistas) y algunas bromas bastante elementales. Las burlas desplegadas en la secuencia del cementerio, por ejemplo, además de parecer salidas de un mal programa de televisión resultan contradictorias: Carax satiriza la frivolidad de los fotógrafos que reúnen a un freak con una bella modelo para una revista de moda (con una alusión directa a Diane Arbus) pero es lo que él mismo hace en ese episodio, que finaliza caprichosamente con un grotesco desnudo masculino y una alegoría religiosa. El insulto de la refinada Celine a alguien que choca su limusina, el encuentro de Oscar con unos chimpancés y una conversación entre automóviles humanizados son otros toques de humor más dignos de un guionista anodino que de un cineasta inspirado.
Holy Motors funde sarcasmo y surrealismo sin la madurez de un Buñuel, crea un caos tragicómico sin una identidad propia como la tenía el cine de Fellini. El resultado parece una serie de ocurrencias de alguien más o menos listo, antes que la obra de un artista con una visión personal sobre la vida, la muerte, el ser humano o el cine mismo. Es como si a Carax le pasara lo que a sus personajes: se prueba distintas máscaras a falta de rasgos propios.

Por Fernando G. Varea

http://holymotorsfilm.com/

13 pensamientos en “Las máscaras de Carax

  1. Todo bien fernando, evidentemente no te gustó holy motors (a mi si pero eso no importa). Ahora, sin perjuicio de tu opinión general de la pelicula sería bueno que observaras que quien se levanta de la cama y activa esa extraña pared no es el protagonista, sino el director de la pelicula.

  2. Gracias, Matías, por tu respetuosa observación. La verdad es que vi la película dos veces y no me había dado cuenta de ese detalle, que ya arreglé en mi texto. De todas formas, esa aparición inicial de Carax no cambia mucho la cosa (el espectador no tiene por qué saber que se trata de él).
    Aprovecho a aclararte que la película me pareció un buen divertimento ligeramente provocador, el problema está (para mí) en considerarla una muestra de genialidad y talento.
    Saludos.

  3. Voy a verla el miércoles! La van a dar en un club cultural. Después vuelvo a leer la crítica. Abrzo!
    Sí, Fernando, y viste a Una Aventura Extraordinária y Cloud Atlas?

  4. OK Álvaro, espero conocer tu opinión después que la veas.
    No vi «Cloud Atlas», sí «Una aventura extraordinaria». Me pareció más que válida como entretenimiento, con esplendorosos efectos, pero no deja de ser un cine de fórmula.

  5. Sí, Fernando, a mi me pareció lo mismo. La vi en 3D y me pareció hermosa. Pero, como dijiste, la forma saca la posibilidad de transcendencia. Hay que ver Cloud Atlas. Hay, en su contexto y todo más, algo que a mi me parece estar más allá.

  6. fernando comparto muchos pasajes de tu texto, solo quiero decir q la secuencia de los acordeones es uno de los mejores momentos de la pelicula. salu
    raul

  7. OK Raúl. Yo no le encontré sentido a esa escena, pero es probable que sea como vos decís. Gracias por tu comentario.

  8. Buen argumento, Raúl. Y polemizá tranquilo si querés, si se discute con respeto y con fundamentos puede estar bueno.

  9. Ví Holy Motors. En dos veces, ya que en la primera dormí en la mitad (igual, no fue culpa de la peli, no sólo). Bueno, creo que comparto de tus opiniones, Fernando. No sé si la fui a ver con demasiada expectativa, pero no me pareció nada demasiadamente bueno. O solamente no me prendo al coro de los que veen en la peli ese soplo de genialidad. Me parece que habla de un pós-cinema, un pós-teatro, un pós-vida como la conocemos. Algo como un vida de representación pós-facebook aún. Ese conjunto de micro narrativas que ni al menos son vivenciadas virtual mente por uno, pero sólo representadas para que tal vez uno las disfrute (los que se duermen en el comienzo? La gente de la cual habla el tipo que charla con Lavant en la limo?) De eso me gusta, de algún modo. Y igual la disfruté. Pero a mi me gustaría mucho más haberla visto sin toda la joda al rededor, que a mi me parece mucho más grande que la peli misma.

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