La belleza de la música y del silencio

ALEXANDER PANIZZA, SOLO PIANO
(2012; dir. Pablo Romano)
EL AMANSADOR
(2012; dir. Arturo Marinho)

No son pocas las producciones audiovisuales valiosas que, al depender del esquivo apoyo de determinados medios e instituciones para su exhibición y promoción, pasan injustamente desapercibidas. Esto también ocurre en el ámbito local, donde las obras más conocidas suelen ser las que presentan una impronta periodística, por lo cual logran difusión en canales de TV y ámbitos educativos.
Distinto es el caso de Alexander Panizza, solo piano y El amansador, de los rosarinos Pablo Romano y Arturo Marinho, ambas producciones de Digitalburo, que, si bien pueden ser utilizadas con fines informativos o didácticos, están realizadas con una visión más personal, se diría que más cinematográfica (más allá de que en el segundo caso se trate de una producción realizada específicamente para TV). No procuran distraer o arrojar datos como proponiendo hojear un diccionario ilustrado, sino estudiar con la mirada, comprender a los seres que examinan, apresar los misterios que albergan una obra de arte, un paisaje, un animal o la vida de una persona.
El documental de Pablo Romano -exhibido en una de las secciones de la última edición del BAFICI– se centra en un pianista canadiense radicado desde hace más de veinte años en Rosario, reconocido en el mundo. Nos enteramos de ello por el mismo músico, a quien (después de ver el dificultoso traslado de su piano, como si se tratara de un enorme y delicado animal) escuchamos hilando recuerdos mate en mano mientras mira el río Paraná, con lejanos cantos de pájaros y ladridos de perros de fondo. Panizza ni siquiera mira a cámara: lo vamos conociendo por esos comentarios dispersos, registrados en un íntimo momento de descanso junto a su mujer. Luego se lo verá impartiendo lecciones a un alumno en su casa mientras sus hijos juegan, ultimando detalles en torno a la edición de un disco suyo, participando de los ceremoniosos preparativos para un concierto.
Como el artista que retrata, el film no es ampuloso pero sí escrupuloso, sutil y algo distante. Salvo un suave acercamiento a una vidriera con anuncios del concierto, algunos leves movimientos durante los ensayos y un travelling de seguimiento cuando Panizza ingresa con su mujer al Centro Cultural Parque de España, todo está filmado con planos fijos, desprovistos de elementos superfluos.
Romano toma cierta distancia del suelto lirismo de Una mancha en el agua (2005) y la espontaneidad confesional de Los nueve puntos de mi padre (2010), algunos de sus trabajos anteriores, aunque se muestra siempre inquieto por lo que pueden deparar la observación y la memoria. Alexander Panizza, solo piano despliega una elegancia derivada de formas armónicas –como los movimientos de las piezas del ajedrez con las que juegan la mujer y el hijo del pianista en un momento del film– y una sobriedad que parece desprenderse de la personalidad del propio Panizza. Un equilibrio ocasionalmente asaltado por la conmovedora, inconmensurable belleza de la música de Beethoven.
En tanto, para El amansador (ganador por Santa Fe de un concurso del Plan Operativo de Promoción y Fomento de Contenidos Audiovisuales Digitales para la Televisión Digital Abierta) lo importante es “la paciencia, el cariño y el respeto” con los que se ejerce la doma racional en algún lugar del interior de nuestra provincia. El diestro amansador al que alude el título sosiega a una potranca arisca acompañado de un joven ayudante y de su nieto (un pibe particularmente fotogénico), mientras paralelamente, a pedido suyo, un orfebre cincela el cabo de un cuchillo.
Es evidente que Marinho (videasta de importante trayectoria, director de Detrás de la línea amarilla) emplea lo mencionado como pretexto o punto de partida para plasmar algo mayor, no porque subestime esas tradiciones sino porque las excede largamente, deslizando reflexiones sobre otros temas sustanciales, desde el valor del trabajo y la conservación de proverbiales ritos hasta el entendimiento con los animales. Las palabras no son más que las justas, cobrando fuerza expresiva los silencios que acompañan gestos y miradas, apenas interferidos por la funcional música de Juancho Perone, que emula los golpeteos del platero y los jadeos del caballo.
Aunque exhibiendo un grado de convivencia tal vez algo idealizada, El amansador demuestra –por la serena belleza de cada uno de sus planos, por su meditada y rigurosa construcción– que otra televisión es posible.

Por Fernando Varea

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