Cine y/o series: un debate posible

“Las series se han vuelto cada vez más ambiciosas y sofisticadas, tanto temática como formalmente –escribía en marzo de 2009 Hernán Schell en la revista de cine El Amante–. Han logrado popularizar temas adultos y formas narrativas transgresoras gracias a uno de sus aspectos más importantes: su forma de consumo.” Otras publicaciones especializadas se han ocupado, igualmente, de analizar el fenómeno, mientras van sumándose fans (y detractores) detrás de estos productos televisivos que imponen personajes, jerga y códigos propios. Sin otro propósito que disparar elementos para la discusión en torno al tema, en Espacio Cine volcamos reflexiones de tres especialistas-defensores: Pablo Makovsky (periodista cultural y escritor), Marcelo Vieguer (docente y Licenciado en Comunicación Audiovisual) y Gustavo Galuppo (videasta y realizador independiente). Al final, el punto de vista del autor de este blog.

EN DEFENSA DE LAS SERIES

  • Las series de televisión actuales –que la mayoría vemos por internet, haya streaming legal o no– son la máxima realización del arte pop: nos ofrecen no sólo un modelo para observar y llevar al discurso cotidiano las complejas tramas del mundo –conspiraciones de poder, universos paralelos, interpretaciones de hitos históricos–, también son su caricatura y en ellas vemos los artificios de la realidad: el profesor de secundario que fabrica droga con las inobjetables intenciones de legarle una casa y una educación a sus hijos (Breaking Bad), la consolidación de la mafia como artefacto político del imperio mientras se encamina hacia el crack del 29 y a la Segunda Guerra (Boardwalk Empire), la imposibilidad de construir un futuro alternativo porque, como lo sintetizó Mark Fisher, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo (The Walking Dead, The Leftovers, The 100, etc). Las series que interesan son una continuación del cine y, si se desvían de ese camino, rara vez se desentienden de lo que Borges llamó las obligaciones épicas de sus creadores. El gran cambio es el del rito social: en lugar de comulgar en la sala a oscuras, la serie se ve en la pantalla doméstica (pc, tableta, teléfono) pero ingresa en otro rito, el de la lectura a través de Internet. (PABLO MAKOVSKY)
  • El cine ha pasado a ser un registro de lo real, una fotocopia de mala calidad, la más de las veces. El cine de ficción, en el siglo pasado, como aquello más grande que la vida, y ante la opacidad de la vida cotidiana, un brillar en salas inmensas y en compartir la experiencia con toda la comunidad. En algún momento, ese brillo -que el cine siempre tuvo- se perdió y es como que sólo queda el documento, la expresión de algún nervio, la anécdota tonta, o simple, o importante, pero anécdota al fin. El cine ha pasado a tener la importancia de un cuadro en un living poco visitado y sólo nos muestra la experiencia de ese hacer cine. Nada casual, en este contexto, la profusión de documentales. Y en las ficciones, hora y media o dos horas donde se cuenta poco y nada. Las series recuperaron el brillo y la posibilidad de introducirse en otro mundo, sea el de la fantasía de Games of Thrones, o en el sur profundo de los Estados Unidos en True Detective, o el mundo de los `60 en Mad Men. Las peripecias vividas por estos personajes nos son más reales, y tales avatares nos involucran emocionalmente. Si el cine es mirado a lo lejos y a la distancia, las series nos vuelven a entregar la cercanía, esa que, modernidad cinematográfica mediante, convirtieron en ideología. La mayoría de las series tienen una extensión de entre diez y trece capítulos por temporada. El arco argumental en cada una de ellas permite desarrollar tramas y subtramas con una profunda elaboración en el perfil de los personajes; y como una novela, expandir en cada episodio muchos de esos caracteres. La extensión del tiempo, algo así como alrededor de diez horas por temporada completa, permitió el arraigo de guionistas que volvieron a dar al espectador aquello que se estaba perdiendo: la posibilidad de contar una buena historia. Por lo demás, tal despliegue fue posible ante el cambio en los espacios de recepción naturales en el espectador contemporáneo: en su casa, y a la hora que se sienta más cómodo o le sea posible. Y como en una sala a oscuras, la comunicación inmediata en todos los medios posibles con comentarios y tomas de posición de rigor ante los episodios. Hasta en eso las series se adelantaron un paso: posibilitaron tales reencuentros. Nada poco para estos tiempos. (MARCELO VIEGUER)
  • ¿Qué es lo que, después de la bisagra que fue Twin Peaks, hizo que las series de TV puedan reformular la ficción cinematográfica de género para revitalizarla allí donde ya se veía claramente extinta? Podría pensarse en primera instancia que el propio carácter de su serialidad promueve la posibilidad disruptiva de la aparición de nuevas estructuras narrativas abiertas a la indeterminación. La serie es un proceso en apariencia siempre abierto, una cadena de estados cambiantes en la que el objeto (el personaje, el conflicto) se transforma permanentemente frente a la mirada espectatorial, transmuta relativizándose para abrirse a la inseguridad de lo inesperado. Podría no terminar nunca, o durar 5, 6, 7 años, o más, no importa, lo verdaderamente relevante es esa pura potencia instaurada en la duración indefinida, en lo aparentemente inconmensurable, en lo que permanece siempre abierto al abismo de la posibilidad de lo desconocido por venir, en lo inacabado o en lo eternamente cambiante, o sea, finalmente, en el caos. Y es de la desproporción de una estructura expansiva que amenaza con perder en el camino a los personajes y a los conflictos, de lo inaprensible arraigado en el corazón del caos, que uno de los temas recurrentes sea el de la paranoia conspirativa. Allí hay una enorme convulsión. Las viejas estructuras narrativas del cine no alcanzan para hurgar en el desconcierto y la desesperación de la ausencia de sentido. ¿Cómo narrar eso que no se entiende? ¿Qué y dónde buscar ese algo desconocido que configure un eje de la existencia misma? Eso no puede saberse nunca, pero de todas formas tiene que haber un orden, un fin, un objetivo, un trazo que articule racionalmente estas vivencias injustificadas, una razón para esta barbarie. Por eso muchos de los personajes se obstinan en buscar patrones capaces de reorganizar el caos, que podrían ser una conspiración ancestral, o un bosque encantado del que todos fuimos expulsados por un hechizo, o una intriga ramificada en todos los poderes, o un experimento gubernamental, o lo que sea, en algún punto la explicación se vuelve irrelevante: la principal característica de la conspiración es que jamás puede ser desentrañada, ya que siempre habrá algo más por descubrir, otro eslabón de una cadena de sometimiento interminable. En un mundo en el que campea la barbarie, si ya no existe Dios tiene que pensarse una conspiración indescifrable que en su inaccesibilidad prometa y posponga la existencia de una explicación tranquilizadora. Las series que han sabido entender y poner en juego esa potencia de la estructura abierta son las que han insuflado nuevos aires al ya agotado cine de género y, de algún modo, en ese mismo gesto, han devuelto a la imagen su valor constitutivo, su mayor potencia: la incertidumbre y el temor frente a lo que indefectiblemente escapa a lo conocido. El mundo, en la imagen de las series, vuelve a escapar de la domesticación impuesta por el cine para recobrar una parte de sus misterios. Otro tema de suma importancia, y muy ligado claramente a la cuestión de las estructuras, es la radicalidad de sus posiciones como discurso político. Podrían tomarse un puñado de ellas y componer la visión más salvajemente cáustica de nuestra contemporaneidad en un mundo atrozmente neoliberalizado. (GUSTAVO GALUPPO)

EN DEFENSA DEL CINE

Tal vez entre los consumidores de producciones audiovisuales haya necesidad de novedades y satisfacción por señalar por dónde pasa lo más original que se está haciendo en cada época, tendencia que se toca con una saludable vocación por la curiosidad y el descubrimiento o, lisa y llanamente, por estar a la moda. En este sentido, en los últimos tiempos vienen repitiéndose expresiones entusiastas a favor de series estadounidenses que se emiten por canales de cable o pueden descargarse en la web, en detrimento de las películas que llegan a las salas de cine. Está claro que no tendría sentido trazar una oposición terminante entre ambas expresiones culturales ni minimizar el valor de las series; sin embargo, me interesa desgranar algunos motivos por los cuales me sigue seduciendo el cine, aún en esta época en la que resulta arduo encontrar películas estimulantes en la cartelera.
1) El sostén de las series televisivas es el guión; una película, en cambio, como dijo alguna vez François Truffaut, no es su guión. En una serie los personajes pueden ser complejos, la temática adulta y las ironías sustanciosas, pero estos elementos irán siempre a caballo de una historia que atrape al televidente, limitándose o acomodándose las ideas visuales a esa premisa: hay más formato que forma, abrevan más en el pulp y la novela policial que en los ejercicios libres de la plástica. Mientras las series estadounidenses apelan a dos o tres géneros (el policial, el melodrama, la ciencia ficción, a veces algunas modalidades de la comedia), una película puede deparar más sorpresas, mixturando y enrareciendo categorías, estéticas, ficción y documental, actores y animación.
2) La esencia de la TV es captar la atención para evitar el zapping o el hecho de que, simplemente, se termine abandonando la serie en busca de otra. Las herramientas para ello son conocidas: enroscar la historia, complicar las resoluciones, provocar mutaciones inesperadas en los personajes, emocionar o sacudir casi permanentemente; tal vez por eso suelen tener como tics asesinatos, adulterios y traiciones varias, con droga, dinero y armas circulando como mercancías preciadas. Afuera quedan, por lo tanto, planos dilatados que conduzcan al drama recóndito o la contemplación sosegada, los tanteos narrativos con proposiciones puramente lúdicas, los planeos líricos, el humor absurdo. Las series se encadenan en capítulos inagotables, las películas son piezas únicas.
3) Las series exitosas-prestigiosas que se ven, se descargan y de las que todos hablan, son estadounidenses. Es cierto que la mayor parte del cine que se estrena en salas también lo es, y que seguramente las series son más cáusticas y adultas que ese cine que se propaga sediento de público infanto-juvenil; por otra parte, nada tiene de malo que buenas producciones audiovisuales provengan de determinado país, si es que su televisión ostenta un nivel superior de calidad. Pero el cine –sobre todo en salas alternativas, festivales y muestras– ofrece una mayor diversidad de idiomas, culturas, relatos y miradas. Películas recientes como la india Court (Chaitanya Tamhane), la portuguesa Tabú (Miguel Gómes), la francesa 35 Rhums (Claire Denis) o la rumana Aquél martes después de Navidad (Radu Muntean), que han pasado o pasarán por las salas comerciales, van más allá de críticas al Poder o analogías con la Historia: exploran relaciones humanas y situaciones de injusticia en distintos países, y lo hacen en voz baja, sin cinismo, eludiendo el plot y actuando sobre el espectador con sutileza y calidez.
4) A las series se las ve generalmente solo, en la pantalla de un televisor o una computadora. Las películas muchas veces también se ven así, pero –a diferencia de las primeras– permiten ser disfrutadas en una sala a oscuras, con público, en pantalla grande. Clásicos editados en dvd o de fácil acceso en youtube, por ejemplo, cobran una fuerza increíble cuando se los ve en una buena sala de cine, con gente alrededor celebrando sus distintas escenas con risas, lágrimas o aplausos (me ha ocurrido viendo recientemente el clásico de Luchino Visconti El gatopardo en la sala Leopoldo Lugones de la ciudad de Buenos Aires). En el consumidor de series hay algo de coleccionista ensimismado, en tanto el cine invita a salir, a invitar, a compartir. El hobbie solitario en el living de casa pierde inevitablemente ante el ritual compartido. (FERNANDO VAREA)

7 pensamientos en “Cine y/o series: un debate posible

  1. Parece que toda la metafisica de la supuesta puesta de largo de las series actuales se desmorona por el simple rédito comercial. No hay mas misterio que el de una industria invasiva como la norteamericana le vea el filón comercial asegurado para invertir en recursos materiales y humanos.
    La serie nació antes que el cine. Las piezas cortas eran un éxito a principios del siglo pasado. Pero capitalistas no estaban convencidos si el publico podría seguir una trama mas compleja hasta que se dió el primer paso con éxito. Entonces fueron con todo.
    Pero el capitalista es ciego y cobarde, hasta que no tiene todos los cabos atados no apuesta. Han tenido que pasar bastantes años desde aquella gran Twin Peaks (donde la 2º temporada era pura telenovela de cuarta) y muchas segundas, terceras y cuartas partes de peliculas comercialmente exitosas para que los yanquis vean la capacidad del ser humano de seguir tramas infinitas (como no se dieron cuenta antes con la telenovelas que llegan a los miles de capitulos) y apuesten todo el capital.
    Hacer una serie que aspire avenderse en todos los canales de tv del mundo requiere casi mas dinero, ingenio y riesgo que la última pelicula del actor mas famoso del momento. Apesar de muchos tratados favorables que tienen las distribuidoras yanquis. ¿Que haces con un capitulo piloto fracasado?
    No me viene a la mente ninguna serie de bajo presupuesto, complejas, producidas fuera de usa y de éxito comercial.
    El día que hollywood quiera volver a hacer buenas películas lo hará. Y nosotros seguiremos bajo su dominación cultural.

  2. Es probable que las series en cuestión (que se conocen todas por sus títulos originales en inglés) encuentren en cierto sector de la sociedad consumidores de interés para sus propósitos comerciales. De todos modos, Patricio, creo que tu planteo excede la intención de esta nota. Lo que me pregunto es por qué quienes disfrutamos de ver buenas producciones audiovisuales (y contamos con un mínimo nivel adquisitivo e información a nuestro alcance como para poder acceder a ellas) deberíamos preferir las series norteamericanas a las películas, en estos tiempos.
    Saludos.

  3. Son acertadas todas las lecturas, pero comparto principalmente la mirada de Fernando.
    Creo que el éxito de las series no puede leerse desconectado de este nuevo modo de participar del cine, desde el aislamiento y el capricho horario, justificándonos en la falta de tiempo y el ritmo actual de vida, y su dispersión siempre acechante. Es un modo de experimentar un lenguaje, que nació como algo social, desde un espacio que lo niega, «democratizando» el horario y situación del visionado, pasando por alto el tiempo impuesto por el film mismo (o el episodio del viejo serial) en una sala. ¿Acaso el cine no es un arte que se mueve en el tiempo? ¿Y un artista no debería dejar eso impreso en la obra? Se ha vuelto parte del lenguaje el permitir alteraciones, cortes, retrocesos o avances rápidos, al espectador. Entonces, ¿dónde queda lo formal? Dónde queda ese sello personal que podía apreciarse en los directores, y que hablaba de un uso consciente de los elementos de lenguaje. Hoy una serie tiene una guía básica de estilo, pero no existe esa mano fuerte del artista que se podía leer en cada plano o en un modo de articular esos planos. Cuando lo formal pasa a segundo plano, ¿siegue siendo posible pensar en Arte?
    Habrá que preguntarse además, por qué hoy sólo una serie de extensión indefinida parece alcanzar la empatía, con la trama y sus personajes, que en otros tiempos lograba un film de hora y media, con un guión bien estructurado, calculado, y una gran síntesis a la hora de narrar. Incluso desde ese aspecto, el del mero entretenimiento, parecen sostenerse desde la comodidad de la duración ilimitada. Es por eso que encontramos desvíos innecesarios, aunque se permitan agregar datos simpáticos o completen alguna información sobre los personajes. O, esos episodios que sólo están para hacer tiempo, mientras se termina de realizar un nuevo clímax de gran costo de producción.
    Creo también, que en la mayoría de los casos, las series no consiguen sostenterse pasado su tiempo, no están pensadas para ser imperecederas, sino un gran imán en el momento justo.

  4. Fernando, tenes razón, los que disfrutamos de buenas producciones audiovisuales deberíamos preferir ver BUENAS producciones audiovisuales, independientemente del formato. Estoy seguro que no soportas ni 30 segunos de la serie Espartaco ni de Deadpool (aleatoriamente la ultima pelicula de entretenimiento que veo que se esta por estrenar).
    La proliferación de canales de TV que pagan por emitir las series debe ser uno de los motivos que las grantes productoras se hayan volcado a este formato. (otro debe ser los cada vez mas bajos costos de los equipos cinematográficos. Ejemplo: Kubrik pidió ópticas a la NASA para filmar con velas, ahora se puede filmar a miles de ISO sin perder calidad).
    Estas sumatorias parece que hacen muy rentable las series producidas como películas de entretenimiendo y de calidad de larga duración. El Arte queda fuera de juego desde ya. Quizas Monty Phyton Flyng Circus y TwinPeaks sería de lo mas artístico en formato series.
    Pero para comparar es mejor comparar equivalentes. ¿Alguien sabe una serie de bajos recursos, producida fuera de usa y de exito comercial? Que no sea telenovela ni sitcom ya que tienen otros modos de producción.
    Entonces, comparemos Espartaco y Juego de tronos: el primero tiene iluminación de video de cumpleaños de 15, armaduras de plástico, cromas inverosímiles, actores malísimos, escenas pésimas, diálogos infumables. La segunda todo lo contrario. Y naturalmente debe tener unos costo de produccion duplicados.
    Internet no es una explicación a la pujante calidad de algunas series ya que no genera beneficios a las productoras como sí generan los infinitos canales de TV.
    Aunque seguramente la CIA está detras de toda la industria audiovisual norteamericana facilitando que la invasión cultural llegue casi gratuitamente a cada uno de nosotros.
    Los que nos gusta el cine de síntesis en una pantalla grande estamos viviendo en el infierno.

  5. Me parecen muy razonables tus observaciones, Patricio (hay circunstancias personales, además, que llevan a que uno prefiera ver videos/series/películas en el cine, la televisión o la computadora, y los intereses comerciales están detrás de todo lo que consumimos).
    Discutiría, en cambio, lo que sostenés en las dos últimas oraciones. Yo no desestimaría buenas producciones audiovisuales porque vengan de la industria audiovisual norteamericana, y respecto a ese «infierno» en el que, según decís, estamos viviendo, creo que uno puede transformarlo o evitarlo, tal vez no a gran escala pero sí con pequeños gestos (que pueden ser imitados o compartidos por otros, y entonces dejan de ser tan pequeños… y hasta pueden ayudar a cambiar algo): ver sólo las series y películas que nos interesan, por ejemplo, difundir lo que consideramos valioso contrarrestando la promoción mediática de otros productos, o formarnos para tener ideas propias ante eso que vemos.

  6. Supongo que en algunos aspectos la discusión posible estarían mal encausada. El fenómeno de las series sólo puede ponerse en relación a un supuesto cine de género que hace años ya no existe (¿desde los 70’s?), de ningún modo con un ‘otro’ cine personal. Por otro lado, negar la conciencia formal de ciertas series es desconocerlas; y esa conciencia no radica, claro, en el imperativo de la novedad, de ningún modo, sino en la profundización de algunos aspectos dramáticos-estéticos-éticos-políticos totalmente ausentes en el cine de género. El cine en las salas ha sido siempre una falacia, un invento de una industria ajena al problema del cine (porque si, el cine es un problema). El espacio de la esfera pública del cine ya no existe, es una realidad (o al menos se construye en otro espacio, aún en la intimidad, habría que ver a Habermas y Kluge sobre el tema). Y la TV es lo mismo, claro. Todo ha sido privatizado. No cabe buscar allí, en las series de TV, otras respuestas, tal vez sólo recuperar el placer de las posibilidades narrativas no ancladas en un romanticismo caduco.
    Y finalmente, sí, las series (algunas, claro) entienden una nueva posibilidad de representación de nuestra contemporaneidad, pero el cine, el cine que se plantea como problema (filosófico, diría), nunca va a estar ni en las salas ni en la tv. El cine es, siempre, otra cosa.
    Y me voy a ver otro capítulo de Mr. Robot.

  7. Es posible lo que decís, Gustavo, que de alguna manera el debate tenga un punto de partida confuso y que mi poca afición a las series implique cierto desconocimiento: por eso no quise plantear sólo mi opinión y me interesó conocer los argumentos de quienes saben (incluso para que me convenzan). Entiendo que en eso de «recuperar el placer de ciertas posibilidades narrativas» debe estar un poco el quid de la cuestión. Me ha pasado encontrarme, de pronto, con alguna serie y quedarme casi hipnotizado por lo intenso de su historia.
    Lo que no comparto es tu posición respecto a que el cine en las salas es una falacia, o que el mejor cine nunca estará en las salas. Es cierto que casi todo lo que se exhibe comercialmente equivale a asistir a un parque de atracciones y no mucho más que eso, pero cada vez que me veo rodeado de gente ante una película que considero valiosa (aclaré antes: «sobre todo en salas alternativas, festivales y muestras»), confirmo que la ceremonia colectiva sigue teniendo sentido, sobreponiéndose al individualismo e histeria al que nos lleva el consumo de piezas audiovisuales en la actualidad. No me cierra el elitismo que implica descartar de plano lo masivo, no creo que ni siquiera en el cine mainstream de estos tiempos todo sea descartable. ¿O será que uno de los atractivos del visionado de series radica en el valor de lo exclusivo, de sentirse parte de una especie de secta ilustrada que no va donde la mayoría?

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