De víctimas y victimarios

MILAGRO
(2012, Miracol; dir. Bogdan George Apetri)

Curioso film rumano, casi fallido pero atrayente, en el que la calidad de realización y las reverberaciones que insinúan ciertos detalles de su trama se balancean dificultosamente con dos o tres decisiones de guion que juegan con las expectativas del espectador, forzando de manera artificiosa el misterio. Un beso, por ejemplo, o el doble final, siembran dudas que no parecen aportar mucho a la reflexión sobre la fe (en creencias religiosas, en los semejantes, en instituciones como la Iglesia y la Policía) que supone el film. Hay secuencias equívocas, como la del ataque sexual a una joven (estremecedora solo por lo que se oye), que abarca un travelling durante el cual la crueldad se une extrañamente a la belleza serena de un bosque y unos hombres a caballo: todo puede ocurrir al mismo tiempo y casi en el mismo lugar, parece indicar Apetri, inquietando. Entre los aciertos, la elección de los actores (notables Ionna Bugarin y Emanuel Parvu, exactos dibujos de lo que representan sus personajes, en apariencia, miradas y gestos), la naturalidad con la que se conversa sobre temas complejos y la tensión que generan movimientos de cámara y presagios sonoros, sin recurrir a otra música que la que se escucha desde la radio de un coche. Fugazmente, comentarios despectivos sobre subsidios y delincuencia juvenil hacen pensar que algunas discusiones no son propiedad exclusiva de la sociedad argentina.

LOS ASESINOS DE LA LUNA
(2023, Killers of the Flower Moon; dir. Martin Scorsese)

Director de alrededor de setenta películas –entre cortos y largometrajes, yendo de la ficción al documental, del drama al género policial y el musical–, Martin Scorsese es uno de los pocos grandes directores del cine estadounidense que se mantienen activos y fieles a sí mismos. Es cierto que sus ambiciosos films recientes con Daniel Day Lewis o Leonardo Di Caprio no mantienen la vivacidad de los que revelaron su talento en los años ’70, pero igualmente se los espera, sabiendo que difícilmente defraude. Es lo que ocurre con Los asesinos de la luna: no resplandece ni sorprende, pero cumple eficazmente su cometido de contar una historia que va cautivando lentamente al espectador, mientras esboza una crítica al racismo y la avidez capitalista que rodean hechos históricos de su poderoso país. Por momentos, la película se estanca en rígidos planos-contraplanos, ofrece momentos de violencia resueltos de modo rutinario y recreaciones supuestamente documentales (en blanco y negro) poco convincentes; tampoco llega a conmover demasiado la tragedia colectiva que, en definitiva, cuenta. Pese a todo, la ambigüedad moral de los personajes de Di Caprio y Robert De Niro, más la entereza que transmite una sobria y medida Lily Gladstone, permiten que el interés no se pierda a lo largo de tres horas y media sin alardes técnicos ni virtuosisimos gratuitos, trayendo ecos del buen cine clásico. El tramo final –más allá de incluir un prescindible guiño para cinéfilos, en cierto modo similar a lo que Spielberg hizo en Los Fabelman– resulta un broche certero y original.

Fernando G. Varea

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