Flores del mal

ZONA DE INTERÉS
(2023, The zone of interest; dir. Jonathan Glazer)

Existen varios estudios sobre la importancia del fuera de campo en el cine, incluso sobre el estremecimiento que genera, en películas de terror y suspenso, el hecho de dejar afuera del campo visual al monstruo o al asesino. Es uno de los artilugios mayores del arte cinematográfico, que permite sumergirnos anímicamente en una situación solo por lo que escuchamos o intuimos.
Zona de interés se vale de este recurso de manera admirable. Su objetivo es exponer la indiferencia de seres humanos ante circunstancias horrorosas que ocurren a su lado, y lo hace a través de una familia alemana (integrada por un comandante nazi, su mujer y sus cinco hijos) que, en los años ’40, se instala en una confortable casa rodeada de jardines lindante a los centros de exterminio de Aschwitz.
Esa idea de un grupo humano insensible ante el dolor de personas que se encuentran cerca suyo puede expresarse de diferentes maneras; la elegida por Jonathan Glazer es original y, al mismo tiempo, dramáticamente poderosa, además de representar un desafío en términos plásticos. Inspirada en una novela homónima de Martin Amis, al casi no salirse de esa casa rebosante de flores, con piscina, cómodas habitaciones y una pulcritud de la que varias mucamas se hacen cargo –gélida belleza registrada mediante rigurosos encuadres, calculados planos generales y nunca primeros planos de los actores–, el director británico genera un efecto contrario al que podría suponerse: a medida que se van confirmando las sospechas de lo que ocurre en los alrededores de la amplia vivienda, ese mundo cotidiano confortable y perfecto empieza a provocar incomodidad y rechazo.
Puede discutirse si cubrir la pantalla de negro o de rojo durante varios segundos, en determinados momentos, contribuye a esa sensación. En cambio, una decisión brillante, nada demagógica, es sembrar la atmósfera de sonidos ocasionalmente reconocibles (disparos, gritos de desesperación) y muchas veces extraños o pesadillescos, sin agregar a la banda sonora temas musicales de la época o un leit motiv emotivo.
Quien vea preciosismo en la meticulosa planificación del film (son notables los trabajos de dirección de arte, diseño de producción y fotografía) debería tener en cuenta la fría, mortuoria obsesión por el orden del régimen nazi. Puede surgir también la duda acerca de si resulta pertinente que las víctimas no se muestren, pero aquí (a diferencia de La vida es bella, por ejemplo, donde los muertos aparecían apenas en un dibujo) sonidos, detalles y una que otra conversación confirman que están, o estuvieron, sufriendo y muriendo allí nomás. Uno de los momentos más escalofriantes sucede durante un plácido baño en un río; otro, cuando el pequeño hijo de la familia escucha (y se resiste a ver) el castigo a una persona tras la ventana, incorporando el hecho a sus juegos imaginarios. En otra escena la dueña de casa (Sandra Hüller, la excelente protagonista de Anatomía de una caída, aquí en un personaje mucho más contenido aunque en una escena estalla su furia) recibe la visita de su madre, quien, mientras recorre la casa, comenta “Qué habrán hecho esos bolcheviques, esos judíos”, tal como hoy una señora podría justificar la muerte de personas que no le simpatizan desde el interior de un country, sin inmutarse demasiado.
En Zona de interés la violencia y la hipocresía están todo el tiempo latentes. Los cuentos infantiles representados con imágenes en negativo, que en algún momento empiezan a confundirse con la vida real de los personajes, así como una suerte de salto en el tiempo o premonición en el tramo final, agregan inquietud. Como corresponde a esta historia, en la que la monstruosidad está afuera de la casa y también adentro de los personajes que la habitan.

Fernando G. Varea

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