Riquezas y riesgos de un festival que se agranda

Los altibajos sufridos a lo largo de sus 29 ediciones (en sus 60 años de existencia, con interrupciones) fueron dándole al Festival Internacional de Cine de Mar del Plata un perfil equívoco, desdibujando el prestigio de sus primeros años. Afortunadamente, desde que fue reflotado en 1996, de a poco fue adquiriendo identidad. Este año se ubicó cómodamente a la altura de los grandes festivales cinematográficos del mundo, lo cual genera confianza a la vez que entraña algunos riesgos.
Reconfortante ha sido la diversidad y calidad de las películas seleccionadas, que llevaron a los cinéfilos que concurrieron (y a los turistas y ciudadanos marplatenses) a tener siempre a mano algo valioso para ver. Igualmente plausibles fueron la elección de jurados competentes y la presencia de los grandes Paul Schrader y Claire Denis, así como los homenajes destinados a directores y escritores latinoamericanos (Lombardi, Hermosillo, Christensen, Tinayre, Roa Bastos y otros), todo lo cual contribuyó a la imagen respetable del festival. La presentación de varias publicaciones, las charlas abiertas y las proyecciones especiales, con apenas algo de frivolidad asomando en módicas grageas, pusieron en claro que la pasión por el cine –y no la vacía devoción por las estrellas– fue lo importante, y vaya si eso no es algo para celebrar.
El problema es que, al agrandarse, el festival ha comenzado a desbordarse un poco y a ponerse, incluso, exigente con la prensa. Algunos inconvenientes con la carga de entradas on line y la desinformación de los colaboradores los primeros días dejaron en evidencia la inquietud provocada por el exceso de invitados, de funciones y de público. En tanto, cierto menosprecio por los medios chicos fue sufrido en persona por quien esto escribe, que (a diferencia del año pasado) no fue beneficiado con alojamiento ni encontró demasiado apoyo al solicitar alguna entrevista: habrá que ver hasta qué punto en Espacio Cine podremos continuar elogiando la calidez del festival –y seguir cubriéndolo– en los próximos años, tras hacerlo sin inconvenientes durante el último lustro. Por otra parte, tal vez por mimetizarse con festivales influyentes, la Competencia Internacional se mostró contaminada de solemnidad y clisés (prácticamente en todas las películas de esta sección había muertes y enfermedades como posibles atajos para la trascendencia, ademas de apreciarse cánones narrativos y estéticos autorizados).
A estas consideraciones podemos sumar otras: está claro que el recorrido que cada uno hace de un festival depende de sus intereses, así como de sus tiempos y de circunstancias algo azarosas, pero vale el intento de mencionar –a título personal, si se quiere– lo positivo y negativo que hemos podido ver durante estos días intensos.

Lo bueno

  • Los cortos mudos argentinos inéditos, con imágenes documentales de Villa María, Morón, Mendoza y Tierra del Fuego, recientemente recuperados por INCAA TV, exhibidos con el título Rutas argentinas y música en vivo de Fernando Kabusacki y Matías Mango. Encontrarse con esos fragmentos del pasado, esos rostros, calles y paisajes sacados a la luz por primera vez (tras mantenerse ocultos ocho décadas) fue un viaje en el tiempo, un auténtico desfile de misteriosos y amigables fantasmas, una experiencia única y fascinante. Seguramente hubo en esta función más sorpresa y encanto que lo que suele ofrecer la exhibición de cualquier film de moda en 3D, aunque pocos críticos se acercaron ese mediodía a la sala de los Cines del Paseo en la que, desde un rincón, los músicos sonorizaban como auténticos magos las imágenes que parecían salidas de un sueño.
  • La sección Cosmos 70, con la exhibición de material original donado por la familia de Isaac Vainikoff (director de Artkino Pictures en Argentina y responsable de la mítica sala porteña). Ver en pantalla grande un Vertov auténtico, por ejemplo (Tres cantos para Lenin), junto a un público de distintas edades expectante y alborozado, fue un lujo.
  • El spot institucional realizado por Esteban Sapir. Delicado y respetuoso con la historia del festival, con la fisonomía de la ciudad y con los sentimientos del público cinéfilo, no por nada era aplaudido en todas las funciones.
  • La presentación de bandas y DJ’s en el Club de Pesca al finalizar cada jornada, con vista al mar, a un paso del Auditorium y con entrada libre.
  • La cordialidad de José Martínez Suárez, presidente del festival, yendo y viniendo con gusto entre la gente, bastón en mano y siempre simpático a sus 89 años.

Lo malo

  • Algunas desprolijidades en el catálogo, como el hecho de ilustrar la película peruana Ojos que no ven (2003), de Francisco Lombardi, con el afiche de la homónima argentina dirigida por Beda Docampo Feijoó en 1999.
  • La insulsa ceremonia de inauguración, en la que la presencia en el escenario de jurados o invitados y la proyección de material audiovisual fueron reemplazadas por una sucesión de largos discursos.
  • La arrogancia de algunos directores y productores argentinos, poco afectos a dialogar con el público (y, menos aún, a recibir preguntas u observaciones de espectadores poco iniciados) tras la exhibición de sus películas en las Competencias Internacional o Latinoamericana.

Schrader

Presidente del Jurado, el guionista y director Paul Schrader ofreció una charla provechosa, durante la cual estuvo muy dispuesto a escuchar inquietudes de los numerosos asistentes. Algunas de sus reflexiones predisponen, indudablemente, a la discusión: «Si Fellini tuviera que hacer hoy La dolce vita seguramente no haría una película de tres horas sino una serie en capítulos para la web (…) Estamos en una época en la que una película de tres horas o 3 minutos valen lo mismo (…) Vivimos una etapa muy estimulante si no se le teme a lo nuevo (…) La rentabilidad de las películas de superhéroes realizadas en EEUU no depende del público de EEUU sino del de Asia y el resto del mundo (…) El cine es movimiento y hoy menos que nunca tiene sentido hacer films contemplativos para espectadores pasivos. El público necesita participar (…) No sé si actualmente EEUU es el mejor lugar del mundo para hacer películas.»

Los más buscados

Algunos de las funciones más codiciadas por cierto público fueron las correspondientes a las producciones más recientes de Abel Ferrara, Alejandro González Iñárritu y Carlos Vermut.

  • Del estadounidense Ferrara se vio en la función de apertura Pasolini, sobre su controvertido par italiano. Esbozo sobre los últimos días en la vida del director de Teorema, el film logra expresar con acierto algo de su intimidad familiar (incluyendo las visitas de Laura Betti, suerte de amiga excéntrica en la caracterización de María de Medeiros) y explota con furia onírica en ciertos momentos, sobre todo gracias a un seductor trabajo de musicalización. Notable el parecido físico de William Dafoe con PPP, irregular su planteo, tremendo el final.
  • Birdman, filmada por el mexicano Iñárritu con elenco estadounidense, es una  tragicomedia sobre el mundo del espectáculo, a partir de las contradicciones de un actor (el siempre bienvenido Michael Keaton) que busca redimirse con una obra teatral. El director de Biutiful apela al humor esta vez, aunque su mirada sobre el ser humano sigue siendo poco compasiva; divierte, de todos modos, con su clima de nerviosismo e inseguridad propio del ambiente y alguna secuencia muy bien resuelta, como la del protagonista saliendo forzosamente a la calle tras un incidente durante la representación de la obra. La escasa sutileza y unos toques fantásticos que la acercan al pastiche se balancean con la energía de sus actores y su buena música.
  • También era muy esperada Magical girl, del español Vermut (uno de los jurados), ajedrez cínico con más humor negro que ternura. Luis Bermejo, José Sacristán y la hermosa Bárbara Lennie se prestan a este juego agrio que pierde algo de gracia en su último tramo, y que recuerda a los primeros films de Javier Rebollo e incluso al Buñuel de Tristana, especialmente por ciertos secretos que se ocultan perversamente al espectador. Encantado de recibir comentarios de la gente, Vermut decía «No me molesta si me dicen que mi película es una mierda», algo difícil de oír de boca de nuestros realizadores.

Argentinos internacionales

Había razonablemente expectativas por las películas argentinas de la Competencia Internacional, ya que representaban lo nuevo de Lisandro Alonso, José Celestino Campusano y Ezequiel Acuña, y lo mismo ocurría con la que Raúl Perrone presentó en la Competencia Latinoamericana.

  • Jauja, de Alonso, comienza con actores nacionales y extranjeros involucrados en una especie de aquietado western patagónico a fines del Siglo XIX, casi como el Guerreros y cautivas de Cozarinsky. Cierto envaramiento y la dudosa convicción de los intérpretes argentinos hacen que el misterio tarde en adueñarse del film, hasta que la búsqueda que emprende el protagonista (un capitán danés encarnado por Viggo Mortensen) la dispara hacia un terreno fantasmagórico, hacia otra dimensión quizás. Terminada en formato de cuadro pequeño, con secuencias de una belleza lírica desacostumbrada en el cine actual (todos los planos en los que aparece la bella hija del capitán alcanzan singular fulgor), Jauja no deja de ser, sin embargo, algo antojadiza.
  • En El Perro Molina el quilmeño Campusano sigue a un marginal que pretende vanamente olvidar sus problemas del pasado, rodeado de policías y prostitutas de pueblo chico más un adolescente peligrosamente rebelde. En la modesta opinión de quien esto escribe, la simpleza y la sensación de cercanía del cine de Campusano (esas calles de tierra, esas casas de verdad) siguen sin poder ocultar endeblez dramática, como reflotando el espíritu de cierto cine argentino pretendidamente realista y sacudidor pero finalmente ingenuo y acartonado, habitual en los ‘70 y ’80.
  • El nuevo film de Acuña, en tanto, asomó como un alivio en medio de la Competencia por dirigirse a los espectadores con nobleza y sin exceso de ambiciones. Jóvenes que buscan editar un postergado disco mientras extrañan a un amigo y atraviesan situaciones nunca demasiado graves son los personajes de La vida de alguien, esta melancólica obra hecha de gestos y miradas, de música y recuerdos. Casi un limbo en el que no intervienen adultos, sin salirse de un medio tono que se agradece y se disfruta, tanto como la actuación del expresivo Santiago Pedrero y la presencia luminosa de Ailín Salas.
  • Perrone, por su parte, con Favula parece continuar –acentuar, incluso– la línea iniciada en P3nd3jo5, arrojando personajes apenas garabateados y remotos conflictos con un criterio marcadamente estilizado, envolviendo con música la filigrana compuesta en blanco y negro, eludiendo los diálogos (aunque hay algunos grabados al revés) y experimentando con sobreimpresiones y artificios varios. En cierto momento los trucos empiezan a volverse repetitivos, como una espiral de belleza remilgada que no logra tomar otra dirección, pero como ensayo Favula despierta, cuanto menos, curiosidad.

Extranjeros en competencia

Vistas diez de las doce películas de la Competencia Internacional (incluyendo las argentinas ya mencionadas), resulta difícil encontrar una que mereciera claramente el premio mayor.

  • La coproducción turca-francesa-alemana Come to my voice (Sesime gel), dirigida por Hüseyin Karabey, acompaña a una anciana y su nieta en un periplo intentando salvar al padre de la niña, arrestado presuntamente por ocultar armas. Recursos previsibles (como una especie de fábula que alimenta la imaginación de la nena) y el marco colorido de una aldea kurda del este de Turquía, dan forma a este film menor para el que pareció desmedido el Astor de Oro.
  • Cierto pintoresquismo asoma también en Vientos de agosto, del brasileño Gabriel Mascaro, sobre la vida cotidiana de una joven pareja en un pueblo de pescadores, aunque aquí la exuberancia de la naturaleza y la serenidad con la que se vive en un estado semisalvaje brindan oportunidades para el asombro, comunicándose de manera vívida el contacto con la tierra, el sol y el mar. La aparición del propio director como un cazador de sonidos y algun gag casi final desvían un poco el clima ganado por el film.
  • Con Cavalo Dinheiro el portugués Pedro Costa vuelve a Ventura, su personaje de Juventud en marcha (2006), ahora casi un anciano, perdido en sus ensoñaciones y malos recuerdos mientras deambula por la calle o reflexiona detenido en espacios ruinosos e imprecisos. Una creación alucinada y exigente, con ecos de la frustrada Revolución de los Claveles fundiéndose con el estado de locura del viejo, sin sobresalto alguno más que los concedidos por su lúgubre atmósfera. Extrema en su propuesta, en una de las funciones con público hubo récord de deserciones de la sala.
  • Tanto el francés Mathieu Amalric como el coreano Park Jung-bum eran protagonistas de producciones que ellos mismos dirigieron. La chambre bleue, de Amalric, no es un gran film, pero convirtiendo una novela de Simenon en un thriller pasional de final incierto se torna placentero, con la ayuda de encuadres preciosistas y una perturbadora Stéphanie Cléau. Alive, de Jung-bum, es en cambio más seco, registrando las penurias laborales y familiares de un joven empleado de la construcción a lo largo de tres horas. Tampoco supera el mero registro la coproducción española-colombiana No todo es vigilia, del barcelonense Hermes Paralluelo. La soledad de una pareja de ancianos (encarnados por los propios abuelos del director) es lo que lo motivó a inventariar conversaciones y expresiones cotidianas, sin desprenderse de una mirada casi clínica.
  • Finalmente, la iraní Melbourne constituyó, sin dudas, lo más polémico de la sección. Escrita y dirigida por Nima Javidi, no sale del departamento que una pareja está a punto de abandonar para mudarse a Australia, hasta descubrir que el bebé de una vecina que dormía en una de las habitaciones ha dejado de respirar, incidente que no saben cómo resolver. Una vez más el cine iraní desviando una historia hacia algún punto de fuga, haciendo verdad de una mentira o viceversa, jugando con las certezas. El problema es que aquí el guión manipula demasiado las decisiones de los personajes y que lo que se busca ocultar (de manera casi hitchcockiana) es nada menos que la muerte de una criatura, lo cual no sería demasiado cuestionable si el film de Javidi tuviera otro final. Claro que contra la incomodidad o la angustia que pueden provocar películas como ésta, el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata ofrece un buen antídoto: al salir de las salas el mar azul está ahí, a un paso, para recomponerse.

Por Fernando G. Varea

Balance sobre el 28º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (2013) aquí
Imágenes:  fotogramas de Rutas argentinas, Jauja y La vida de alguien.

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