El cine argentino, aquí y ahora

En medio de cifras y listas, algunas notas periodísticas que han buscado repensar el cine argentino 2014 se encontraron repitiendo conjeturas instaladas como certezas o dándole excesivo espacio a los números, sin raspar demasiado la superficie. Por eso expresamos a continuación algunas consideraciones que, creemos, podrían aportar algo distinto al balance.

1. Durante décadas la baja cantidad de estrenos fue considerada uno de los principales problemas del cine argentino: ahora, por el contrario, parece serlo la abundancia de películas. Pretender que todas sean buenas es imposible, tanto como que se hagan al margen de los beneficios que puede (debe) proveerles el Estado; lo que sí es factible, y deseable, es que encuentren más espacios donde exhibirse. Que jóvenes inquietos como Iván Fund, Mariano Luque o Eduardo Crespo se expresen con libertad –aún equivocándose– es un capital del que no deberíamos privarnos; tener entre nosotros a Gustavo Fontán (El rostro) y Martín Rejtman (Dos disparos) –directores que en cada paso que dan ratifican su posición transparente ante el cine, con estilo propio– debería ser motivo de orgullo más que el hecho de ganar un Oscar o un Goya; que lejos de la capital argentina y de tópicos de moda se hagan producciones dignas, sensibles y accesibles para un público amplio, como la mendocina Algunos días sin música (Matías Rojo) o la rosarina Buscando al huemul (Juan Diego Kantor) –ambas estrenadas comercialmente este año después de pasar por el Festival de Mar del Plata–, es más que positivo: no se trata, entonces, de  fomentar sólo el cine más industrial o previsible. Es bueno que el cine argentino sea mucho y diverso, el problema es cómo y dónde darlo a conocer. Los Espacios INCAA no parecen suficientes, tal vez porque no siempre funcionan como deberían, escapando de un control que se siente necesario. Estimular la exhibición a precios razonables en universidades, escuelas de cine, clubes y centros culturales no sería mala idea; tampoco una mayor difusión de la buena programación de INCAA TV (canal al que, de paso, no estaría mal cambiarle el nombre). Mucho ayudaría, asimismo, un mayor apoyo estatal y privado a espacios alternativos, como el MALBA y la sala Lugones (actualmente cerrada) en Buenos Aires, o El Cairo en Rosario.

2. El cine atravesó en los últimos años un vértigo de sacudones, con la aparición de nuevos formatos, multiplicación de pantallas e inesperadas formas de exhibición; sin embargo, para evaluar el éxito de un largometraje todavía se sigue teniendo en cuenta la cantidad de espectadores que pagaron su entrada en una sala comercial. En esta época en la que muchos, para ver películas, buscan dónde descargarlas sin preguntar qué cines las exhiben ni cuándo se editan en DVD, y en la que muchos festivales reúnen el mejor y mayor público posible para algunas de ellas, parece un error hacer consideraciones taxativas a partir de la asistencia a las salas de estreno. Tic tan anacrónico como el de esperar el éxito de dramas destinados al público adulto, manteniendo aquella idea instalada en los ’80 de desear y celebrar el suceso de películas de este tipo (recordar La historia oficial, La noche de los lápices, El exilio de Gardel, Hombre mirando al Sudeste y otras), en las que casi siempre la temática seria o comprometida era un cebo que disimulaba ambigüedades ideológicas y estéticas (criterio con el que, además, costaría apreciar el valor de la obra de Ezequiel Acuña, por ejemplo). En 2014, películas como Betibú (Miguel Cohan) parecieron seguir desganadamente ese camino con resultados previsibles en la taquilla, aunque hubo algunas que a la suma problemática adulta + actores conocidos supieron restarle convencionalismos, como Aire libre (Anahí Berneri), que plasmó el desgaste de una pareja a partir de contradicciones y detalles, tomando saludable distancia del costumbrismo televisivo, y Refugiado (Diego Lerman), con chicos actores excelentemente dirigidos y un uso inteligente del fuera de campo para contar una situación de violencia familiar.

3. Las dos películas nacionales más vistas este año fueron Relatos salvajes (Damián Szifrón) y Bañeros 4: los rompeolas (Rodolfo Ledo), de las que nos ocupamos aquí y aquí cuando fueron estrenadas. A todo lo que se dijo de la primera podrían agregarse algunas observaciones. En principio, no es un mal ejemplo a tomar la habilidad de su lanzamiento promocional y la astucia de su trailer, para generar expectativa: Paul Schrader decía en el último Festival de Mar del Plata que el cine subsiste en su carácter de “evento”, y lo que ha ocurrido este año con Relatos salvajes parece una buena demostración. Asimismo, el hecho de reunir a varios de nuestros mejores y más conocidos actores fue otro acierto: está claro que una película no será mejor o peor por convocar a figuras populares para encarnar a sus personajes, pero sí influye en el interés del público (tradición que en el cine argentino ejercía con convicción Daniel Tinayre y que fue muy popular en los ’70 –con un caso emblemático en La tregua, de Renán–, bastante desestimada en los últimos tiempos). Por otra parte, así como el film de Szifrón puede resultar cuestionable en varios aspectos, su solidez es indiscutible. Aunque en Revista de Cine Mariano Llinás sostiene que el profesionalismo lleva a “un cine marcado por la ajenidad y el miedo, un cine hecho por nadie”, no es poca cosa que cientos de miles de espectadores en todo el mundo se diviertan con un film como el de Szifrón, percibiendo que lo que se les ofrece no es un producto berreta. Finalmente, otro rasgo a rescatar es que en muchos momentos haya apelado a la comicidad: ocasionalmente forzada, vulgar o teñida de sangre, pero comicidad al fin, algo que la mayoría del público agradece. En este sentido, merecen ser destacadas también tres películas argentinas que –aunque distintas y con entrelíneas destinadas casi exclusivamente al universo cinéfilo– coincidieron en cambiar solemnidad por sentido del humor: El escarabajo de oro (Alejo Moguillansky/Fia-Stina Sandlund), El crítico (Hernán Guerschuny) y 3D (Rosendo Ruiz). Tanto éstas como las híbridas El misterio de la felicidad (Daniel Burman) y Las insoladas (Gustavo Taretto) hicieron sonreír al espectador sin la crueldad de Szifrón (por esto de reírse de penurias cotidianas con salvajismo podría encontrarse un parentesco entre Relatos salvajes y la igualmente exitosa en su momento Esperando la carroza, de Alejandro Doria).

4. En otro orden, el film de Szifrón puede ser indicador de algunos signos no demasiado alentadores. Si, por ejemplo, Juan Moreira (L.Favio), Camila (M.L.Bemberg) o Tango feroz (M.Piñeyro) debían seguramente parte del suceso obtenido al contexto político-social-cultural en el que se estrenaron (la euforia camporista, el destape alfonsinista y la frivolización de ideales menemista, respectivamente), sería interesante analizar por qué las películas argentinas más vistas de los últimos años (Relatos salvajes, las de Campanella El secreto de sus ojos y Metegol) despertaron tanto entusiasmo con sus personajes desconfiados  y conflictos resolviéndose al margen de las instituciones. Como si desearan ver en pantalla grande una extensión de lo que los noticiarios televisivos prodigan a diario, la intriga policial, las persecuciones violentas y el desenmascaramiento de un engaño parecen atraer más a los argentinos en la actualidad que mitos históricos y rebeldes mártires (incluso lavados y adornados como el Tanguito de Bortnik-Piñeyro, que se repuso innecesariamente en salas este año igual que La Mary).

5. Agregándose anualmente al BAFICI y al de Mar del Plata históricos y nuevos festivales a lo largo y ancho del país, suele ocurrir que ciertas películas encuentran sólo allí el público deseado. Si, por ejemplo, Jauja (Lisandro Alonso) se exhibe en salas colmadas en Cannes, Lima y Mar del Plata, pareciera no importar mucho después su exhibición en salas comerciales. Gusten más o menos, resulta saludable que ciertos directores sigan en actividad: Celina Murga, José Campusano, Paulo Pécora, Santiago Loza, Sandra Gugliotta, Natalia Smirnoff, Santiago Giralt, Liliana Paolinelli y Matías Herrera Córdoba tuvieron nuevos trabajos para mostrar en 2014, pero se exhibieron casi sin mezclarse en la cartelera con producciones (incluso argentinas) de otro tipo. Buenas películas como Mauro, del debutante Hernán Rosselli, o Réimon, de Rodrigo Moreno (que compitieron en el BAFICI), así como Favula, de Raúl Perrone, o La vida de alguien, de Ezequiel Acuña (que estuvieron en Mar del Plata), recibidas con interés y protegidas en el marco de un festival, luego deben atravesar obstáculos de distinto tipo para llegar a otras pantallas y otros públicos. Tal vez sea el precio de la independencia bien entendida: sabemos que, por ejemplo, siempre costará menos encontrar en las librerías un libro de autoayuda de un autor de moda que la obra de un escritor valioso descubierto por entendidos. El problema es cuando los mismos realizadores entran en el juego, moviéndose únicamente en ese mundo de críticos, programadores y viajes en avión, o haciendo directamente lo que se espera de ellos (un posible ejemplo ha sido este año El ardor, de Pablo Fendrik). Con los documentales ocurre algo similar, o peor (basta preguntarse cuándo se estrena un documental en la cadena de cines de un shopping): en 2014 asomaron, entre otros, Carta a un padre (Edgardo Cozarinsky), El color que cayó del cielo (Sergio Wolf), El ojo del tiburón (Alejo Hoijman), Ramón Ayala (Marcos López), Pichuco (Martín Turnes) y El mercado (Néstor Frenkel), que merecerían un público más mayoritario.

6. Otra característica algo ignorada ha sido la aparición de nuevas revistas (Revista de Cine, Las Naves) y libros (Pampa bárbara, de la gente de Haciendo la Crítica; Hacia lo que vendrá, de Fernando Pujato; Todo lo que necesitas saber sobre cine, de Leonardo D’Esposito; Subjetiva de nadie, de Marcos Vieytes; El país del cine, de Nicolás Prividera, este último enteramente destinado al cine nacional). En el océano de twits y comentarios apurados escritos en la web, estas publicaciones permiten volver a la lectura relajada, al tiempo para pensar y repensar las palabras, a la reflexión que puede conducir al aprendizaje. Esto a pesar de que no ha habido, hasta ahora, demasiados textos críticos sobre las mismas (así como cualquier producción audiovisual es discutida en la blogósfera, sería bueno también poder leer análisis de esos libros y revistas) y que muchos esperan de ellas oportunidades para la discusión acalorada antes que para el análisis distendido. Dos años atrás nos preguntábamos aquí mismo por qué algunos críticos influyentes le daban más importancia a las anécdotas y opiniones deslizadas por Hernán Musaluppi en su libro El cine y lo que queda de mí que al valioso material que ofrecía Cien años de cine argentino, de Fernando Martín Peña, aparecido casi al mismo tiempo, de la misma manera que en 2014 despertó comentarios más encendidos la aparición de Revista de Cine que notas publicadas en los últimos números de Cinéfilo o Kilómetro 111. Los motivos son los mismos: el  cuestionamiento más o menos directo a críticos y realizadores cercanos y conocidos, provocando rumores y respuestas ofendidas. El interrogante es, entonces, si el apoyo a estas publicaciones dependerá no tanto de su calidad sino de sus alusiones a gente del medio, de la que termina hablando todo el mundo. Sin dudas, es una deuda pendiente desviar los debates de la crítica hacia terrenos más fértiles, escuchando/leyendo otras voces (“Hay vida más allá de la corporación Fipresci: hay que abrir las puertas para no asfixiarse en lo mismo de siempre”, escribía en facebook Horacio Bernades, entusiasmado con mi texto sobre Relatos salvajes). Por último, y a propósito de estas cuestiones: ya es tiempo de reconocer que mucho de lo que se escribe sobre cine en la web es más fructífero que lo que suelen ofrecer medios gráficos y programas radiales y de TV. Al respecto, vale la pena destacar que en 2014 hubo oportunos debates en blogs y redes sociales en torno a Relatos salvajes y Jauja (desmenuzándolas provechosamente), y que cumplió cinco años de existencia Todas Las Críticas, el sitio que es casi una mesa redonda en torno a la cual se reúnen, democráticamente, posicionamientos diversos ante cada película que llega a las salas.

Por Fernando G. Varea

Imagen: Viggo Mortensen en Jauja

2 pensamientos en “El cine argentino, aquí y ahora

  1. Fernando, Bronce estuvo cuatro semanas en cartel en El Cairo, apoyada por…nadie, y sostenida por la afluencia REAL del público, que se interrumpió por el compromiso de la sala con un festival. Cero publicidad, solo el boca a boca. Bronce también es cine Argentino. Pero parece que sin la «bendición» de algún pope, en general porteño, la crítica simplemente la ignora. Vos la viste, y sos una de las poca excepciones.

    Saludos. Ernesto

  2. De la misma manera, Ernesto, que acá ignoramos las películas que se dan a conocer en otras ciudades y que no pasan por Rosario. Lo ideal sería que las buenas producciones locales se conocieran debidamente en Bs As y el resto del país. Supongo que gente con contactos con el INCAA podría hacer algo al respecto.
    Gracias por tu comentario.

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