Una serie de eventos cinéfilos afortunados

Si un festival ofrece algunos eventos placenteros y recordables –no por su rimbombancia sino por su valor cultural y su carácter de excepcionalidad–, puede decirse que ha cumplido con su objetivo. En este sentido, debe decirse que la 30ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, dentro de su amplísima gama de propuestas, incluyó momentos de auténtico disfrute cinéfilo.
Recordar todo lo que hubo ahí, a mano, permite comprender el entusiasmo que despertó entre los asistentes: estuvieron presentes y dialogando con el público Johnnie To, Arnaud Desplechin y Atom Egoyan; hubo secciones de películas en super 8, de cortos y de animación para chicos, homenajes a distintas personalidades de nuestro medio (Víctor Iturralde, Pierre Chenal, Ralph Pappier, Leonardo Favio) y focos destinados al austríaco Gustav Deutsch, al filipino Kiolat Thaimica y a los rusos Marlen Khutsiev y Alexsander Dovzhenko; se exhibieron films inéditos de José Luis Guerín, Tsai Ming-Liang, Hou Hsiao-Hsien, Otar Ioselliani, Guy Maddin, Frederic Wiseman, Miguel Gómes, Jia Zhang-Ke, Takeshi Kitano, Terence Davis y Takashi Miike; se sucedieron presentaciones de libros (algunos de los cuales pueden leerse gratuitamente aquí) y revistas de cine, encuentros y mesas de discusión.
En medio de ese frenesí de propuestas tentadoras para estudiantes, programadores, realizadores, periodistas y cinéfilos en general, cada uno realizó su propio recorrido, decidiendo de acuerdo a sus posibilidades e intereses, optando ansiosamente entre las cuatro o cinco actividades que podían hacerse en el mismo horario. Una de las mejores ideas era desestimar por un rato la oferta de novedades y atenuar los efectos de situaciones que podían conducir al mal humor (limitaciones en el otorgamiento de alojamiento e incómodo sistema de retiro de entradas para periodistas acreditados, funciones de prensa suspendidas al resultar insuficiente la capacidad de las salas con olor a pintura fresca del Shopping Aldrey), para salir en busca de acontecimientos reconfortantes. Muchos de esos momentos privilegiados tenían que ver con actividades que los organizadores anunciaban con el rótulo Mucho pasado por delante, en las que tuve la fortuna de participar.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis y los músicos de la Sinfónica

Los cuatro jinetes del Apocalipsis y los músicos de la Sinfónica

EVENTOS
La exhibición en el Teatro Colón de Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1921, Rex Ingram, película muda que consagró a Rodolfo Valentino y que contiene las célebres escenas del mítico galán bailando el tango en una Buenos Aires improbable), en copia de 35 mm restaurada por Kevin Brownlow y David Gill con sus tonos originales, acompañada por la interpretación en vivo de la Orquesta Sinfónica de Mar del Plata de una partitura compuesta especialmente por Carl Davis, fue una experiencia gozosa. Los méritos del film (con ese cruce de tópicos genéricos al que Hollywood todavía recurre, insinuaciones que molestaban a los moralistas de la época y un monito que asoma ocasionalmente para despertar algunas risas); la curiosidad de ver esa pieza histórica en condiciones inmejorables; la dicha de tener a los músicos dirigidos por el maestro Guillermo Becerra tocando allí nomás, superando cualquier ventaja que puede ofrecer una sala con sonido digital; el respeto y la discreción con los que fue presentada la función por Fernando Martín Peña y Patrick Stanbury: todo derivó en un suceso que no tiene que ver con alfombras rojas ni con directores haciendo alarde de su divisimo. Un verdadero espectáculo cinéfilo, que se agradece y por el que valió la pena asistir al festival.

Antín y Aronovich (junto a Peña), Martínez Suárez en la platea: los venerables todos

Antín y Aronovich (junto a Peña), Martínez Suárez en la platea: los venerables todos

Una de las mesas de discusión reunió a Manuel Antín (89 años) y Ricardo Aronovich (85 años), con José Martínez Suárez (90 años) entre los asistentes. Fue un cordial rato de anécdotas, chistes y discusiones: Antín recordando que escribió su novela Los venerables todos “aprovechando el aburrimiento en mi luna de miel” y que pensó vengarse de Julio Cortázar por habérsela perdido cuando éste le entregó los originales de Rayuela; Aronovich rememorando su labor como director de fotografía con distintos directores (“Ettore Scola era encantador, David José Kohon un histérico”) y prefiriendo olvidar sus primeros trabajos con Román Viñoly Barreto por “alimenticios”, provocando la reacción de Martínez Suárez que salió airadamente en defensa de El vampiro negro (1953); el veterano director del festival provocando a Antín por su conocido rechazo al cine de Fellini (“Lo que no me gustaba de películas como y La dolce vita era su obsesión por poner gordas”, se excusó Antín, recibiendo rápidamente la réplica de JMS “¿Anouk Aimeé”?). Antín me tenía reservada, además, una confidencia inesperada: terminada la mesa, al acercarme a saludarlo y preguntarle por qué no compartía mi impresión de que en Los venerables todos (1962/63) hay algo del estilo de Robert Bresson, me reveló, con su inalterable voz baja: “Debo confesar, con vergüenza, que nunca he visto una película de Bresson”.

El lobo de Minujín en Museo MAR; adentro, Hollywood sin censura

Museo MAR: afuera el lobo, adentro Hollywood sin censura

Una caminata por la costanera bajo el sol fue el paso previo al descubrimiento del Museo MAR (Museo de Arte Contemporáneo), donde se exhibían películas de los ’30 bajo el título Hollywood sin censura. Allí tuve oportunidad de ver –en una copia perfecta en 16 mm, con una breve interrupción para cambiar los dos rollos– 20.000 años en Sing Sing (1932, Michael Curtiz), que transcurre casi por completo en el interior de una cárcel, con dos jovencísimos Spencer Tracy y Bette Davis, diálogos desacartonados e ironías diversas. El film comienza y termina con los presos acarreando sus respectivos años de condena sobreimpresos sobre sus cuerpos, décadas antes que los hermanos Taviani recurrieran a una idea similar para el comienzo de César debe morir (2012). Impecables la sala, la copia y la proyección. E impagable ese viaje al Hollywood de ochenta años atrás con salida a las radiantes playas de Mar del Plata.
Junto a la demagógica costumbre de exhibir en la calle alguna película argentina popular del último año (esta vez fue la mediocre El clan, con premio incluído a Guillermo Francella) y la participación de numerosas producciones de directores conocidos (Campusano, Perrone, Fund, Loreti) y nuevos, hubo también mucho cine nacional previo a los años ’70, valioso por distintos motivos, exhibido en distintas secciones. La curiosidad me llevó a estar presente en una función de La calesita (1963, Hugo del Carril) y, si bien la película no estaba a la altura de mis expectativas, resultó enriquecedora la aventura. Porque Fernando Martín Peña –otra vez él, mostrando los frutos de su trabajo con contagioso entusiasmo– presentó primero cuatro fragmentos de la miniserie televisiva que, con el mismo nombre y en la misma época, realizó del Carril para Canal 9, para después proyectar la película, de la cual se rescataron recientemente los negativos originales. Algunos planos maravillosos de una Buenos Aires melancólica y barrial, y la recreación de ciertos hechos históricos ignorados por el cine de la época, se contraponen en La calesita con un tono melodramático que ya entonces lucía anticuado, con el propio actor-cantante-director reencontrándose con una amiga rubia de su infancia ahora abuela (María Aurelia Bisutti) en la calesita donde él trabaja. Resultó conmovedora, de todas formas, la aproximación a esas piezas audiovisuales de indudable valor histórico y cultural.

El Paseo Aldrey agregó salas y algunos problemas

El Paseo Aldrey agregó salas y algunos problemas

PELÍCULAS
Hay quienes sostienen que lo mejor de un festival no está en sus secciones competitivas; sin embargo, el mismo no sería tal sin una contienda entre películas, y de la calidad de éstas depende claramente la importancia y el perfil del certamen.
Este año, en la Competencia Internacional sobresalieron con méritos propios el documental brasileño O futebol y la ficción argentina La luz incidente. El primero acompaña el reencuentro del director (Sergio Oksman) con su padre tras años sin verse, con el Mundial de Fútbol del año pasado como fondo. Sin estridencias, registrando momentos y conversaciones cotidianas mientras ambos van en auto o descubren viejas figuritas, O futebol va adoptando un extraordinario clima de intimidad sin invadir la vida de nadie, creando una sensación agridulce de encuentro con sentimientos, recuerdos de infancia, gestos de acompañamiento y resignación. Saber ver y escuchar al otro para entender, para querer: allí reside el valor de esta película sencilla con un emocionante tramo final atravesado por el azar, en la que el fútbol es mostrado desde otro costado, lejos del triunfalismo publicitario y el apasionamiento por los resultados. Es cierto que el plano que muestra al mismo tiempo la entrada a un hospital y los festejos de un gol en un bar lindante parece grueso, y lo mismo una alusión al fracaso de la Selección Argentina sobre el desenlace, pero son momentos admirablemente captados de la realidad.
Por su parte, La luz incidente es un bello ejercicio de estilo de Ariel Rotter, sobre una joven de buena posición social que sobrelleva como puede los efectos de haber perdido a su marido en un trágico accidente. Fina, levemente artificiosa en su construcción, levanta su pequeña historia sin pasarse de ingredientes en la reconstrucción de ambientes refinados y examina con simpleza roles sociales en los años ’60. Con momentos visualmente sorprendentes (el encendido de las luces de un estadio con el que un cortejante de la protagonista parece desenvolver un regalo para deslumbrarla), elegancia en los encuadres y movimientos de cámara, contención en los actores (excelentes Erica Rivas, Susana Pampín y Marcelo Subiotto), buena música y atinadas dosis de ambigüedad y sutil humor, se percibe en La luz incidente una vocación por la belleza que, sin embargo, no le impide comprometer afectivamente al espectador, intrigarlo, dispararle preguntas.

Lo nuevo de Sion Sono y Apichatpong Weerasethakul

Lo nuevo de Sion Sono y Apichatpong

En la sección Autores pudo verse Love & Peace, encantadora locura del realizador japonés Sion Sono, en la que alegato ecológico, denuncia, cuento de hadas, cine catástrofe y comedia absurda convergen, para regocijo de los espectadores. Muta el protagonista de freak a rock star, muta su pequeña tortuga a gigante querible, muta sin escrúpulos el relato sin dejar de desconfiar en el fervor capitalista del Japón actual, donde un refugio de juguetes abandonados por la sociedad sugiere algo más que una invitación a la ternura. Aunque muy diferente, Cemetery of Splendour, del tailandés Apichatpong Weerasethakul, programada en la misma sección, tampoco aparece contaminada por prejuicios: el vínculo entre unos pocos personajes en torno a una escuela que funciona como hospital para soldados es apenas el punto de partida para un film que fluye plácidamente, deslizándose hacia terrenos de meditación y fantasía, transformando sin sobresaltos los colores de su paleta, vadeando murmullos del bosque.
Tres películas de la Competencia Internacional despertaron polémicas en torno a sus valores y planteos. La ficción argentina Eva no duerme (escrita y dirigida por el mendocino Pablo Agüero) recorre el destino del cadáver de Evita y su propio mito, sin relecturas ni revelaciones sustanciosas (al menos, para el espectador argentino). Interferida por imágenes documentales y juicios bastante cerrados en off, exalta lo pendenciero y provocador –ya que no exactamente revolucionario– de Eva a lo largo de la Historia, con un lúcido empleo del sonido y creación de escenarios bellamente lóbregos, por momentos alucinantes. Plena de ideas plásticas atractivas aunque desunidas, con más interés por arrojar frases incitadoras que por analizar aspectos álgidos de la historia del peronismo, aureolada por cierto énfasis nacionalista pero con varios personajes a cargo de actores extranjeros (incluyendo un Dennis Lavant que parece escapado de Holy Motors), capitalizando con la cámara y la luz gestos seductores (los ojazos húmedos de Ailín Salas, los rostros de Gael García Bernal y Nicolás Goldschmidt envueltos en humo de cigarrillo, el rodete rubio de Sofía Brito insinuando la presencia de Eva que finalmente se desdibuja en la continuidad de un plano secuencia), Eva no duerme despierta y sacude. Resulta, por otra parte, un claro ejemplo de película oportunamente estrenada en vísperas de elecciones, como las que hace un tiempo mencionábamos aquí.

Martínez Suárez escuchando a Egoyan

Martínez Suárez escuchando a Egoyan

Remember despertó expectativas, sobre todo entre quienes recordamos obras previas de Atom Egoyan, dulzonas pero extrañas (Exótica, El dulce porvenir, El viaje de Felicia), pero aquí el director egipcio criado en Canadá sólo muestra sus aptitudes para manejar cierto suspenso y sacar buen partido del veterano Christopher Plummer. En el encuentro con periodistas y público posterior a la primera proyección de la película, Egoyan despejó dudas acerca de posibles lecturas a favor de la venganza entre víctimas del Holocausto o la justificación de algunos crímenes con los que el film sorprende en momentos inesperados. En realidad, no es la ligereza con la que aborda un tema delicado el principal problema de Remember, sino que los efectos que produce provienen exclusivamente de un guión manipulador, con una caprichosa vuelta de tuerca final.
Exhibida en la función de apertura, Tres recuerdos de mi juventud, del francés Arnaud Desplechin, generó reacciones dispares con su historia de amoríos, lealtades y conflictos entre adolescentes en los años ’80. La vitalidad de sus muy jóvenes y carismáticos actores no resultan suficientes para que discurra con naturalidad una narración entrecortada que se estira hasta las dos horas. Tiene instantes graciosos, pero su rumbo resulta algo errático, recurriendo hacia el desenlace a la remanida relación sentimental entre descarada jovencita rubia y chico levemente rebelde, ya un clisé del cine francés.
Hubo, también, películas más o menos eficaces diseñadas a partir de fórmulas probadas y conocidas. Es el caso de El apóstata (Federico Veiroj, el director uruguayo de La vida útil), que promete seguir las dificultades de un estudiante para cumplir con los trámites necesarios para renunciar a la Iglesia Católica pero termina demorándose en situaciones que lo hacen quedar como un joven inseguro, seducido sin esfuerzo por distintas mujeres, que sueña con gente desnuda y discute con su madre o un profesor como si tuviera quince años menos de los que realmente tiene. Varios lugares comunes la van afectando hasta casi anularla: el protagonista ayuda con las tareas a un pibe vecino que parece salido de un aviso publicitario, le regala en un momento un diccionario como si fuera Mafalda (diccionario que no ha comprado sino robado, que es más cool), y termina sus módicas desventuras huyendo con el chico en plan libertario (aunque la cámara opta en ese momento por congelar la imagen, como impidiendo que se salgan con la suya). Una menor ingenuidad o cierta indignación buñueliana le hubieran venido bien a El apóstata, que termina siendo un híbrido film menor.

La playa de día, el festival de noche

La playa de día, el festival de noche

Drama filmado en blanco y negro por el colombiano Ciro Guerra, El abrazo de la serpiente recrea el paso de un etnólogo alemán y un biólogo estadounidense por la Amazonia más de cincuenta años atrás, encontrándose con las enseñanzas de un chamán que los conduce al descubrimiento de una planta curativa. El film funciona como film de aventuras en imponentes ámbitos naturales, pero no deja de ser producto de un combo conocido: exotismo, indígenas sabios, blancos estereotipadamente malvados o  megalómanos, algunas dosis de crueldad, otras de desprendimiento material, etc. Su opulencia ayuda a disimular convenciones y descuidos de actuación, y la decisión del jurado de otorgarle el Premio a Mejor Película recuerda a la mexicana La jaula de oro (Diego Quemado-Diez), premiada dos años atrás, también ajustada a lo que en los festivales suele esperarse de un cine latinoamericano.
Mucho menos ambiciosa, la argentina Camino a La Paz (Francisco Varone) es, simplemente, una road movie con dos personajes diferentes llevados a una mutua comprensión, algo así como Un cuento chino (2011, Sebastián Borensztein) en la ruta, cambiando aquí a un joven chino por un anciano musulmán. Funciona como divertimento sentimental, ayudado por la eficacia de Rodrigo de la Serna y Ernesto Suárez, con algunos chistes mejores que otros y las circunstancias que atraviesan los protagonistas casi siempre creíbles. Cuando se estrene, el debutante Varone conseguirá, probablemente, una buena respuesta del público, pero lo que propone huele mucho a costumbrismo televisivo, a concesión. No necesariamente debe exigírsele originalidad, pero se extraña en Camino a La Paz algo de vuelo, de amor por el cine.
Finalmente, cabe agregar que este año el Festival incluyó a varios nombres de Rosario: Gustavo Galuppo y Carolina Rímini, codirectores de la notable Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad, y Alicia Giménez Guspi, guionista de Hortensia (Diego Dublinsky/Álvaro Urtizberea), que formaron parte de la Competencia Argentina; de ambos trabajos nos ocuparemos aparte. Rubén Plataneo presentó también su nuevo y deseable proyecto, provisoriamente titulado El triple crimen, en la sección Work in progress.
Sólo resta desear que (aunque el próximo año sean otras las personas sobre las que recaerán los discursos de rigor) los jubilosos revuelos en torno a salas y carpas alzados como templos cinéfilos vuelvan a repetirse, y que el festival siga congregando a centenares de hombres y mujeres de distintas edades, profesiones y nacionalidades para reír, emocionarse, reflexionar y disfrutar juntos.

Por Fernando G. Varea

http://www.mardelplatafilmfest.com/es/

Imágenes del encabezado: Proyección de Los cuatro jinetes del Apocalipsis y fotogramas de La luz incidente y O futebol.

3 pensamientos en “Una serie de eventos cinéfilos afortunados

  1. Muy buen balance Fernando. Voy a seguir tu consejo y el próximo año (si se hace, je) me voy a dedicar más a las secciones fuera de competencia. Abrazo

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